ÁNGEL M. GREGORIS.- Casi 900 personas, 871 para ser exactos, se encontraron el pasado 24 de febrero con el cierre por cuarentena del hotel de Tenerife en el que pasaban sus vacaciones. 871 turistas y varios empleados del hotel que, tras el positivo en COVID-19 de uno de los huéspedes, se vieron encerrados. Venidos, entre otros sitios, desde Finlandia, Reino Unido, Alemania… e Italia, de donde era el médico de 61 años infectado por coronavirus, a partir del cual se tomó la decisión de aislar el establecimiento.
Tras recibir el aviso, los equipos sanitarios convocaron una reunión de urgencia y desde las instituciones encargadas se decidió que los profesionales se trasladasen hasta allí para comenzar la atención de los posibles afectados. Después de 14 días encerrados (salieron el pasado 10 de marzo), sólo seis personas más dieron positivo. En total se hicieron más de 500 pruebas porque algunos manifestaron pequeños síntomas y también porque hubo países que reclamaron la repatriación de sus ciudadanos sin terminar la cuarentena y para poder volar, debían someterse al test. El resto aguantó hasta el final. Y junto a ellos; días, tardes y noches, las enfermeras y los médicos, que se encargaron de controlarlos, ayudarlos y cuidarlos.
“Era un hotel muy grande, con más camas de las que podamos tener en hospitalización de primer nivel, 871 huéspedes más la plantilla, y lo primero que se hizo fue montar dos carpas, una para vestirnos con el EPI y otra para desvestirnos”, explica Ramón Pinto, director de Enfermería de la Gerencia de Atención Primaria de Tenerife. Él fue uno de los encargados de capitanear el dispositivo de esas dos semanas. En un primer momento, Ramón y otras dos personas fueron los responsables de realizar la prueba a aquellos que habían estado en contacto con el médico italiano; otro equipo de enfermeros y un médico fue habitación por habitación para medir la temperatura al resto.
Posteriormente, tras la toma de contacto, los que dieron positivo fueron trasladados al hospital y el resto se sometieron a controles puntuales, pero haciendo vida normal. “Explicamos cómo debían lavarse las manos, les dijimos que se pusieran mascarilla y pudieron hacer vida normal dentro del hotel. No hubo grandes problemas durante el encierro, sólo algunas décimas de fiebre en algunos casos, otros tuvieron que ser trasladados al hospital porque se les había inestabilizado un poquito su patología de base y a las dos embarazadas se les hizo un seguimiento con un ecógrafo. Fueron tratados como en un hospital, pero con jacuzzi y piscina”, recuerda el enfermero.
Entre otras medidas, las enfermeras eran las que preparaban la medicación que tenían que tomar muchos de los allí presentes y las que tuvieron que explicar a fondo qué es lo que estaba ocurriendo. En definitiva, muchos eran jubilados, que venían al sur de Tenerife a pasar unos días de ocio y tenían enfermedades crónicas que necesitaban un control. “Para muchos fue como un duelo, al principio tienes la etapa de negación y rabia, y luego lo vas aceptando. Vinieron de vacaciones y se encontraron con algo que no esperaban, obligados a permanecer en un hotel de un país que no es el suyo, con un idioma que tampoco lo es… Hubo nervios”, comenta Ramón.
Coordinación
Para él, lo más importante del dispositivo fue la coordinación y la rapidez. «Es una medida un poco drástica, pero al final se ha demostrado que son las que funcionan. No haber cerrado el hotel, podría haber provocado que esos huéspedes que dieron positivo se mezclaran con los que estaban sanos. A su vez, los trabajadores, que viven en distintas zonas de la isla, lo hubiesen propagado y la curva se hubiese disparado en poco tiempo”, reconoce.
Paradójicamente, esa curva contra la que lucharon en Tenerife para frenar la expansión es la que no se está pudiendo controlar a nivel nacional, disparando el número de afectados hasta cifras que no dejan de crecer y que llevan casi al colapso al sistema sanitario. Ellos lograron un caso de éxito muy complicado de extrapolar a un país entero, pero que les hizo crecer enormemente como profesionales. “Entendimos desde el principio que había que liderar este tipo de actuaciones y fuimos todos a una. Éramos personal de tres instituciones distintas, que no habíamos coincidido trabajando, veníamos de sistemas distintos, de funcionamientos distintos, protocolos… y vivimos una unión total. Para mí, fue un orgullo y una experiencia enriquecedora, muy dura porque a veces no íbamos ni a dormir a casa, pero cuando salieron de la cuarentena, ninguno nos queríamos ir de allí», comenta Ramón.
Gran familia
Sin duda, se convirtieron en una gran familia, tanto con los huéspedes como con el personal del hotel, que tenían sus teléfonos y los llamaban por si ocurría algo. El enfermero señala que situaciones así no hacen más que demostrar la enorme valía que tienen las enfermeras de la sanidad pública, «cómo respondemos ante este tipo de situaciones urgentes y sin fallos”. “Fue increíble ver como cada vez que salía alguien nos daba las gracias porque se había sentido seguro y prometía volver a la isla en un futuro”, señala.
Él, uno de los protagonistas de esta historia, cree que en esta crisis ya no existe el criterio de “zonas de riesgo” porque el virus ya no puede vincularse a un solo lugar, “ya está en la calle y vamos a tener que convivir”. “Es importante que seamos conscientes de unas normas básicas que hay que seguir porque son fundamentales como el lavado de manos, toser en el codo o en pañuelos de un uso, no utilizar mascarillas si no son necesarias. En definitiva, que, si cerramos las universidades para frenar la enfermedad, no podemos estar metidos en una discoteca”, concluye tajante.