MARIBEL RUIZ.- Antes de poner un pie en Almagro y antes también de consultar siquiera información sobre la ciudad en cualquier dispositivo con conexión a internet, la memoria colectiva se pondrá en marcha nada más citar el destino del viaje a amigos o familiares. Teatro, encaje de bolillos y berenjenas serán las palabras más repetidas entre ellos.

Porque la tradición distingue a Almagro y la hace merecedora de una visita más que obligada, necesaria para entender en esencia el espíritu de los pueblos castellano-manchegos, tan peculiares y únicos como la tierra que los une.

A apenas 30 kilómetros de Ciudad Real y en plena comarca del Campo de Calatrava se erige la ciudad de Almagro, declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1972. Una vez allí, el viajero podría experimentar esa sensación de haberse trasladado a otra época, concretamente a la Edad Media, durante la cual Almagro tomó su actual nombre que, según la tradición, tiene su origen en un pequeño castillo almohade denominado Al-Magrib (el oeste), desde el que se controlaba el tránsito entre Toledo y Córdoba.

Además, el nombre de la localidad hace alusión a la arcilla rojiza típica de la zona, que contiene gran cantidad de óxido de hierro. De ahí el color que puede observarse en edificios típicos, tales como la Plaza Mayor.

Bienvenida

Nada más iniciar el recorrido por la villa, el centro de recepción de visitantes da la bienvenida a Almagro y guía al turista en su travesía por el lugar.

Plaza Mayor

La Plaza Mayor de Almagro.

Mediante diversos expositores y paneles, se ofrecen al viajero suficientes pistas sobre lo que va a encontrar: Arte y tradición, historia y sabor.

Dar un paseo por las calles de Almagro es descubrir la cultura imperturbable de una ciudad. Esa cultura que se aloja en sus muros, en su Plaza Mayor y la cercana iglesia del convento de San Agustín, en su famoso Corral de Comedias, en sus museos y hasta en tiendas y restaurantes, en los que ya desde la puerta se perciben los colores, aromas y sabores de toda la vida. Hay de todo aquello que parece borrado de lo que es hoy una ciudad pura y dura, inundada de asfalto y márketing.

Corral de comedias

Por eso, visitar Almagro de-vuelve al recuerdo los pueblos de siempre, intactos, con una identidad propia e indisoluble pese al paso de los años. Quizá por esa razón se caracterice por ser la única ciudad de to-do el mundo en la que se conserva intacto y sigue en activo un corral de comedias. Construido en 1628 por Leonardo de Oviedo, a partir de una re-modelación del antiguo Mesón del Toro, este gran emblema de la ciudad es el último vestigio escénico de las representaciones de teatro y comedias que se llevaban a cabo durante el Siglo de Oro Español, cuando se aprovechaban patios de mesones, posadas o casas de vecinos para dar vida a textos de Calderón de la Barca y Lope de Vega.

En el siglo XVIII se decretó el cierre de los corrales, si bien en 1954 el Ayuntamiento de Almagro descubrió el del municipio y lo restauró. Gracias a ello, hoy se puede disfrutar de visitas teatralizas en este corral de comedias y ha alcanzado un reconocido prestigio su Festival Internacional de Teatro Clásico que, durante el mes de julio, acoge cada año la puesta en escena de numerosas obras clásicas y se convierte en lugar de estreno de compañías de renombre.

Y para completar el periplo entorno a este género de géneros de la literatura española, Almagro posee, además de su Teatro Municipal y del Teatro laboratorio La Veleta, el Museo Nacional del Teatro, un sitio que no se puede pasar por alto en la ruta del visitante y al que puede accederse de manera gratuita los sábados por la tarde y los domingos por la mañana.

Una exposición permanente da testimonio de las Artes Escénicas en España desde su origen grecorromano hasta la actualidad en el Museo del Teatro, asentado en el Palacio de los Maestres de Calatrava, del siglo XIII, dando buena muestra de la arquitectura que rodeó la primera etapa de esplendor de la villa, de la mano de la Orden de Calatrava, que la eligió como lugar de residencia y centro de poder.

Precisamente, el símbolo de la Orden está presente en el mobiliario urbano de la ciudad, muy apreciable en el casco antiguo, presidido por la Plaza Mayor, recinto abierto único en España, pues su planta rectangular está flanqueada por dos soportales de columnas bajo dos galerías corridas, que tienen la peculiaridad de ser cerradas y acristaladas.

Este centro de la urbe fue lugar de celebración de actos públicos, festivos, religiosos, e incluso corridas de toros. Hoy es el corazón de un pueblo que late desde los bajos de sus soportales, mostrando al visitante su gastronomía —sus quesos de oveja y sus berenjenas en conserva—, la belleza de sus encajes de bolillos y blonda y la amabilidad de sus gentes.