IRENE BALLESTEROS.- Han pasado más de dos años desde el inicio de la pandemia por COVID-19. La población mundial ha vivido un confinamiento, más de 17.000 horas encerrados, aislados y con miedo. Las olas de contagios se fueron sucediendo a medida que pasaba el tiempo y ya se han vivido siete. La octava aparecerá en algún momento, pero no tendrá el mismo espacio en los informativos, pues la sociedad tiene la necesidad imperiosa de olvidar y el COVID-19 ha pasado a un segundo plano.
También han quedado en el olvido los aplausos, esos que se producían cada día a las 20.00 horas desde los balcones, terrazas y jardines -en el caso de los más afortunados- y ventanas de toda España. Aplausos en reconocimiento a la labor de los sanitarios, que se convirtieron en el único momento para socializar durante los largos días de confinamiento. Aplausos que animaban también a todas aquellas familias azotadas por el virus.
¿Las carreteras? Quedaron vacías. Unos pocos eran los que se jugaban la vida para que todo siguiera fluyendo, aunque fuera de forma más lenta. ¿Los colegios? Se cerraron. La virtualidad que venía existiendo años, de pronto acaparó todas las escenas de la vida. Videollamadas, teletrabajo, supermercados con carencias… Sin embargo, en medio de un escenario dantesco, lo único que siguió funcionando, incluso por encima de sus posibilidades, fueron los centros sanitarios. Y en ellos, los que no descansaron ni un segundo fueron los sanitarios, esos que después de más de dos años siguen sin olvidar el infierno vivido.
Recordar una etapa tan trágica para la humanidad se tercia duro. Sobre todo para ellos, los sanitarios. Pero resulta imprescindible, pues forma parte de la historia. No se debe olvidar lo pasado, lo luchado y lo superado -a medias-. Porque, aunque el COVID-19 parezca un recuerdo o una mala experiencia, sigue presente. Sobre todo, en la mente de tantos sanitarios cuya salud mental y física se ha visto claramente afectada o en la de todas las familias que sufrieron una pérdida o un ingreso que se presentaba interminable.
Amor con Mayúsculas

Hospital Universitario de Getafe
Recordar es la única herramienta para aprender de lo vivido y, en ocasiones, para sanar y reconocer el trabajo y el esfuerzo llevado a cabo. Y precisamente eso es lo que ha querido hacer Eva Raquel Pérez Navarredonda, supervisora del Área de Quirófano del Hospital Universitario de Getafe (Madrid) con Amor con Mayúsculas, un documental que revive las experiencias del personal de enfermería del Área Quirúrgica del Hospital de Getafe (Madrid).
Hablando con este grupo de profesionales se aprecia el cansancio y la desesperación que la pandemia ha dejado en ellos. A pesar del hastío que sienten y de la ansiedad que les sigue acompañando, tanto en lo personal como en lo laboral, todos deciden sentarse a contar su historia, porque sienten que es la única forma de que el personal tenga el reconocimiento por el esfuerzo y profesionalidad demostrados que merecen y “para que el mundo sepa lo que el personal de Área Quirúrgica está haciendo en esta pandemia”. “Amor con Mayúsculas es un documental que nace en el corazón y después en la cabeza. Nace en la primera ola de la pandemia. En ese momento sólo me lo planteo porque todos los esfuerzos estaban destinados a sacar el trabajo adelante. Después tenía claro que quería que ellos contasen su experiencia y yo también, porque cada uno tenemos la nuestra y cada uno lo vivió de una manera diferente. Así nació el documental, como la mejor forma en la que ellos se podían expresar”, cuenta la supervisora.
Minuto 0
La pandemia llegó como un gran desconocido para todos, especialmente para los sanitarios. La falta de información y de conocimiento lo llenó todo y el minuto cero se presentó como un gigante aterrador. En medio de esta vorágine los sanitarios, en este caso todo el personal de enfermería, no bajó la guardia, siguió cuidando de sus pacientes. Pero, mientras ellos cuidaban de la población, ¿quién cuidaba de ellos? “Por suerte o por desgracia mi responsabilidad son ellos y he vivido su experiencia muy de cerca. En un momento de la pandemia decidí que mis pacientes no podían estar mejor cuidados que con ellos y decidí que la que tenía que cuidarles a ellos era yo. Los profesionales de mi equipo lo necesitaban porque hacían turnos frenéticos y decidí cuidarlos. Eso significa dar la vuelta al servicio, intentar que descansasen y apoyarlos en todo. Como supervisora es muy duro porque asumo la responsabilidad de decidir a quién pongo en primera línea y a quién no y eso es un peso que llevo en mi mochila. Mis trabajadores tenían depresión, enfermaban, se infectaban de COVID-19… después de las entrevistas para el documental hemos revivido la situación y nos hemos trasladado al minuto cero. Yo lo he visto 8.000 veces y todas ellas termino llorando”, continúa Pérez Navarredonda.
El minuto cero fue especialmente duro para el personal de enfermería, unos profesionales que están a pie de cama de sus pacientes y cuya labor fue imprescindible durante todos estos años en los que la población ha convivido – y convive – con el virus. Su entrega, formación y esfuerzo fueron impecables, pero todo ello ha supuesto un cúmulo de desastrosas consecuencias para su salud. “El minuto cero ha sido muy duro, sobre todo cuando ves la desesperación de todo tu personal que para mí son parte de mi familia. De un minuto a otro tuvimos que transformar nuestra vida personal y laboral. Perdimos nuestra identidad como unidad quirúrgica y nos transformamos en algo que no éramos de la noche a la mañana y sin nada de formación. Cuando uno pierde esa identidad supone una situación de estrés bestial. Aparte, hay que sumar el estrés que supone terminar tu jornada interminable, ir a casa y seguir formándote para poder dar esos cuidados a los pacientes lo mejor posible. La respuesta fue impresionante, la entrega fue del 100%, pero ver esa desesperación y agotamiento es duro. Sin embargo, nadie dio un paso atrás, hacían lo posible y lo imposible por cubrir todos los turnos y dar el mejor cuidado profesional a sus pacientes”.
Sin embargo, la población que aplaudía a todos estos profesionales en las largas semanas de pandemia no es consciente de lo que verdaderamente se vivió durante esa trágica etapa. Soledad, depresión y angustia fue lo que vivieron nuestras enfermeras y enfermeros en los peores meses de la pandemia. “La gente cuando ve el documental no entiende que, a parte de nuestra vida profesional en la que dimos el 100%, nuestra vida personal cambió al 200%. Hemos perdido mucho, hemos vivido mucha soledad, por protección y amor a nuestra gente nos hemos aislado y eso ha supuesto mucho para todos. Es lo más difícil que hemos tenido que hacer, apartarnos de toda nuestra gente”, cuenta afectada la supervisora del área quirúrgica.
Experiencias
Tras dos años críticos y la pérdida de 13 enfermeras y enfermeros, la población comenzó a comprender que era necesario poner sobre la mesa las desastrosas consecuencias que el coronavirus ha tenido en todo el personal de enfermería. Así, multitud de estudios y datos corroboran que ha sido un colectivo cuyas experiencias durante la pandemia los ha llevado a la depresión, el abandono y el hastío de la profesión. “Había días que, en el parking del hospital, antes de entrar a trabajar, lloraba porque tenía la sensación de llegar a casa y que nadie me entendía. A nadie le echo en cara eso porque, después de ver todo lo que se publicó y las informaciones, doy por hecho que nadie sabe lo que verdaderamente ocurrió. De hecho, yo no podría decir que supiese lo que pasaba realmente en cada planta. Fueron semanas de llegar a casa y pensar en qué cuento, qué no puedo contar, qué sensación me va a quedar si no me entienden… Me he planteado abandonar. Creo que, si no hubiese tenido niños, hubiese dicho hasta aquí he llegado. Me gusta mucho el deporte, he participado en muchas carreras y en ninguna he abandonado porque estaban mis hijos en la meta, pues esto no iba a ser menos. No quiero que crezcan con la figura de que cuando las cosas se ponen difíciles el abandono es una opción, sino que hay que luchar por lo que se quiere y por lo que hay que hacer”, cuenta con semblante cansado Mario Martín, enfermero de quirófano del Hospital Universitario de Getafe.
La pandemia ha dejado multitud de experiencias y de relatos que desgarran el alma. Muchos de ellos están relacionados con el miedo y, en el caso de las enfermeras, también con el hastío de la profesión. “El peor momento era cuando me metía en la unidad. El miedo de saber que esa noche tenías que entrar y que no sabías cómo ibas a salir y, que, si lo hacías, tenías que ir a casa a aislarte porque no sabías qué podrías llevarle a tu familia. Abandonar fue una opción, llegaba a trabajar decaída, mirando al suelo, pero cuando me ponía el uniforme mi actitud cambiaba. En ocasiones llegué a pensar que veníamos al matadero, pero eso cambia cuando te pones el uniforme, porque te vuelves otra persona que luego se queda aquí y cuando llegas a casa vuelve esa persona que ya está un poco cansada de la profesión”, explica entre lágrimas Susana Gómez, enfermera del área quirúrgica del Hospital Universitario de Getafe.
Con este documental, Eva Raquel, Mario, Susana y el resto del equipo del Área Quirúrgica del Hospital de Getafe y todos los profesionales que, junto a ellos, lucharon en la batalla contra el COVID-19 quieren dar a conocer cómo fue verdaderamente la pandemia en primera línea y piden: “Cuídanos cuidándote”. Una voz de auxilio para que la población tenga en cuenta que todo lo que hagan fuera repercute en su vida profesional y personal.
«Amor con Mayúsculas» – Hospital Universitario de Getafe (Madrid)