MANUEL A. ARAUJO.- La Enfermería en Andalucía es sinónimo de solidaridad y entrega desinteresada. Buena muestra de ello son Clara Luna, Sara Pozo y Marta Romero, tres jóvenes enfermeras que el año pasado decidieron hacer un alto en el camino en su profesión para vivir una experiencia que, según cuentan, les ha cambiado la vida. Gracias al proyecto de Voluntariado Internacional (VOLIN) de la ONG Enfermeras Para el Mundo (EPM), estas andaluzas han participado en un programa de cooperación en distintas zonas de Sudamérica, como Bolivia, Ecuador o Guatemala.
“Ser voluntaria en una ONG siempre había sido un sueño para mí y una de las razones por la que decidí estudiar enfermería”, explica Sara, una enfermera gaditana que ya había sido voluntaria en proyectos solidarios de la iglesia, además de realizar prácticas voluntarias en el Hospital Punta Europa de Algeciras o el 061 de Sanlúcar de Barrameda. Contactó con EPM después de no conseguir plaza de matrona en el EIR. Su destino fue Bolivia, donde trabajó con niños y mujeres. ¿Por qué dar ese paso? Porque sentía que “había sacrificado mucho durante esos años y era hora de hacer algo que realmente me llenase y me hiciera crecer”.
Clara, de Córdoba, sueña con trabajar como enfermera en el futuro para Médicos Sin Fronteras. El programa VOLIN fue su primera experiencia en cooperación, y le ha servido para reafirmar que su pasión es ejercer su profesión en el terreno. En su caso, el destino fue Manabí, una provincia de la zona occidental de Ecuador. “Lo que más llamaba la atención a la hora de trabajar es que es un país que se mueve con calma, muy lejos del estrés y los horarios que tenemos aquí en España”, dice.
Quilinco, una amplia zona rural perdida en la cordillera de los Cuchumatanes, en Guatemala, acogió a Marta Romero, de Granada, en su experiencia de voluntariado. “Huipiles, tortas de maíz, naturaleza y pobreza fue lo primero que nos encontramos al llegar”, recuerda. Algo para lo que se necesita un tiempo de adaptación, tanto física como mental. Para ello, contaron con la ayuda de EPM, como explica Marta, porque “te ayudan con la organización del viaje: desde el proyecto que vas a realizar en terreno hasta de qué llevar en la mochila”.
En concreto, el proceso de selección de voluntarios y su preparación está perfectamente establecido por esta ONG. Hay que presentar una solicitud, mandar el currículum junto a una carta de motivación y realizar una serie de entrevistas donde te conocen y, finalmente, te seleccionan.
Luego, toca formación. “En el mes de mayo tuvimos una formación donde tratamos aspectos como la educación para el desarrollo, relaciones interculturales, logística y coordinación en el terreno, el contexto del país al que íbamos, los talleres y actividades que realizaríamos durante el voluntariado, etc”, cuenta Sara. Es en esas formaciones donde todos los voluntarios se conocen y se configuran las parejas que irán a determinadas localizaciones.
Día a día
El día a día de estas tres voluntarias estuvo muy marcado por su país de destino. En el caso de Clara, dedicaron las jornadas a realizar un control de salubridad y condiciones higiénicas de las familias que, explica “habitan unas casas de cañita que se dieron a raíz del terremoto de Ecuador de 2016 y que destruyó gran parte de Manabí”. Acudían casa por casa hablando con las mujeres, “que son mayoritariamente las que llevan la casa, y hacíamos una valoración, aconsejándolas y dejándolo todo registrado para, más tarde, poder hacer talleres con ellas para incidir en los aspectos a mejorar”.
El proyecto de Marta consistió en reforzar conocimientos relativos a temas de salud básica, primeros auxilios, planificación familiar y nutrición mediante talleres. “Tuvimos la suerte de conocer a un enfermero guatemalteco de la zona básica rural de Quilinco quien, además de contarnos los problemas con los que todos los días se encontraba en su pequeño consultorio, nos invitó a colaborar con él en el control del niño sano, el seguimiento de embarazadas y lactancia materna”, narra.
Para Sara, las primeras jornadas estuvieron marcadas por el mal de alturas, el cambio de hora, la climatología fría de la zona andina y las primeras indisposiciones del viajero. “El simple hecho de andar ya era toda una actividad de riesgo para nosotras”, dice. Cuando su cuerpo se adaptó, comenzó a disfrutar de unas jornadas que comenzaban a las ocho de la mañana, desayunando con los niños y madres del comedor Pío X y las mujeres de Levántate Mujer. “Para mí, el desayuno era uno de mis momentos preferidos del día. Bolivia ofrece una gran riqueza en cuanto a frutas y verduras, y como buena amante de ellas, lo disfruté al máximo”.
Después, Sara y su compañera comenzaban a impartir talleres centrados en primeros auxilios y educación sexual. Este último, comenta, “era difícil de tratar debido a factores culturales, pero muy necesario, pues tenían muchos déficits y pensamientos obsoletos”. Ser consciente de estas diferencias le hizo querer hacer más de lo que podía. “Sentía que lo que hacía no era suficiente y que no estaba dando todo lo que podía dar. Una frase de María Teresa de Calcuta, la cual me acompañó durante toda mi aventura, me hizo cambiar mi forma de pensar: A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.
Alegría
Ante la pregunta de qué es lo que más le ha marcado, Marta responde que la pobreza, la figura de la mujer o el papel de los gobiernos. Pero, sobre todo, las historias de vida que le narraban las gentes de Quilinco, “sus penas y también sus alegrías. Yo soy de Montillana, un pequeño pueblo de Granada, y durante el mes que viví allí pensé mucho en mis padres, en especial en su infancia. Ellos, siempre me han contado anécdotas de cuando eran pequeños, cómo estaba antiguamente el pueblo o cómo se han criado”, explica. Finalmente, en su comparación de recuerdos, historias y vivencias, asevera que “no creo que fuera tan distinta la España rural de hace décadas que el Quilinco que conocí”.
La gaditana Sara hace un ejercicio de comparación similar: “vivir día a día junto a ellos y su cultura ha hecho que valore ciertos aspectos de mi vida que antes los tachaba de cotidianos y no los apreciaba realmente. Me he dado cuenta de la gran cantidad de oportunidades y comodidades que tengo (y he tenido) a lo largo de mi vida y que ellos desearían de tener”.
En cuanto a Clara, lo que más le ha marcado de esta experiencia ha sido la capacidad del ser humano de afrontar una catástrofe de tal magnitud como la que asoló Ecuador en 2016. “Lo que más me ha marcado ha sido ver cómo las comunidades remontan tras una desgracia tan grande como fue el terremoto, donde se quedaron sin casa, sin trabajo y básicamente sin nada. El afán de superación y la motivación para seguir adelante. También destaco la hospitalidad y la amabilidad de las mujeres. Ha sido un placer poder compartir tantos ratos de charla con ellas y ver lo duro que trabajan y lo mucho que luchan para sacar adelante a sus familias.”
“¿Cómo evitar a los hombres que pegan?”
El contacto con las mujeres y lo más pequeños de Bolivia hizo que Sara almacenase en su memoria testimonios impactantes ligados a la niñez, el abuso y la pobreza más cruel. Un día, comenzaron a pesar y a tallar a los niños. Sin embargo, vieron que ninguno se quería quitar los zapatos. “La mayoría de ellos tenían sus calcetines muy rotos, prácticamente todos los deditos al aire. En Bolivia, en la zona andina, hace bastante frío. Yo llevaba unos calcetines abrigados de montaña y aun así tenía los pies fríos. El simple hecho de pensar el frío que tendrían que estar pasando me partía el alma”, recuerda.
Otro día, un padre de una de las chicas con las que trataba, se le acercó movido por la preocupación que le daba la salud de su hija, que sufría desmayos sin motivo aparente. Como explica esta enfermera, descubrieron el problema al charlar un tiempo con ambos: “la chica sufría de ansiedad y ataques de pánico. La madre los había abandonado y ella tenía que hacerse cargo de su padre y hermano. Tenía la responsabilidad de estudiar para poder darles un buen futuro a ambos y se encargaba de la casa. Una joven de 16 años y con unas responsabilidades tan grandes a su espalda”.
Pero el que recuerda como uno de los peores momentos, por el impacto que dejó en ella, fue el que vivió durante un taller de educación sexual. Para facilitarles el proceso, les propusieron que escribieran sus dudas en un papel y las metieran en un buzón. “Cuando leímos las preguntas, hubo una que me removió todo por dentro: ¿cómo saber y evitar a los hombres que pegan? No supe cómo responderle”.
Finalmente, en ese mismo taller, Sara vivió un caso que, explica, es una muestra de la desigualdad de género que sufre la mayor parte de la población boliviana. “Una chica se nos acercó y nos preguntó sobre las ligaduras de trompa, que no sabía bien si ella tenía esa intervención realizada o no y cómo podía saberlo, ya que en su último embarazo, le preguntaron al marido sobre qué quería que le hicieran a su mujer y él fue quien decidió”, explica.
A veces, lo más duro es ser consciente de que el mero hecho de querer ser enfermera puede ser un sueño imposible de alcanzar por estas personas. Clara explica que lo más “lo más duro para mí ha sido darme cuenta de que, por el simple hecho de haber nacido en España, yo tengo unas oportunidades en la vida que una chica de mi edad no tiene, por haber nacido en cierta comunidad de Ecuador. Por ejemplo, el lujo de querer ser enfermera y serlo”. Reflexionando sobre esta idea, añade que “viendo tantas injusticias y tanta pobreza, toda tu vida te da vueltas en la cabeza. Creo que todas hemos tenido algún momento reflexivo de este tipo durante el viaje.”
Experiencia enfermera
Estas jóvenes enfermeras no dudan en recomendar la experiencia de voluntariado VOLIN a todos los profesionales de Enfermería. Una vivencia que cambia tu idea de la profesión y, sobre todo, de tu vida.
Para Marta, vivir con una familia guatemalteca en una zona del mundo “que no sale ni en internet” le hizo ver que “juzgamos mucho sin conocer la cultura o la carga que tiene esa persona. Por eso más que nunca creo que en la enfermería holística. La visión global del ser humano es precisamente lo que más me sigue enamorando de mi profesión. En la carrera te explican cómo atender un parto, cómo curar una herida quirúrgica o cómo remontar una hipotensión. También te explican que ayudamos a cubrir sus necesidades biopsicosociales y espirituales. Para todo lo primero es necesario material, rapidez, vigilancia y paciencia. Lo último es algo más complicado pero se comienza viendo más realidades que la tuya y empezando a crear una consciencia”.
Clara valora estos días como una experiencia muy positiva. “Sí, la recomiendo sin dudarlo. Creo que es muy positivo vivir una experiencia de este tipo, más que por lo que puedes llegar a ayudar allí, por cómo cambia tu mente y tu forma de ver las cosas tras dicha experiencia”. Para ella no ha cambiado su visión de la profesión, “porque yo ya entendía mi profesión así, pero sí puedo decir que me he reafirmado en mis ganas de seguir formándome para ser enfermera de ayuda humanitaria”.
Por último, Sara hace balance de su paso por el programa VOLIN. “Me ha hecho darme cuenta de la gran importancia que tiene la educación para la salud, en la cual no se invierte lo suficiente, siendo tan útil y necesaria. Con una buena educación y promoción de la salud se podrían evitar muchos costes y problemas”, explica.
Además, añade que ha aprendido a ser “mucho más humilde, respetuosa y paciente, características que me van a servir tanto a nivel personal como profesional. He aprendido la gran importancia del lenguaje no verbal y de la escucha activa.
Por último, cierra la historia de su voluntariado con una reflexión en torno a la profesión. “Todo esto me ha enseñado que la enfermería es mucho más que sacar sangre, coger una vía o realizar una cura. La enfermería es estar con el paciente, saber escucharlo y brindarle toda la ayuda que esté en tu mano“.