Especial homenaje a las enfermeras en el quinto aniversario de COVID-19.
El 14 de marzo de 2020 España entera se confinaba para frenar los contagios por COVID-19. El virus, de origen desconocido, que provocaba neumonías nunca vistas, puso en estado de alarma a toda la población.
La cuarentena duró más de 100 días. Tres meses de urgencias abarrotadas, morgues improvisadas, UCIS colapsadas y una nueva realidad, cargada de mascarillas, EPIS y distancia de seguridad, en la que el trabajo de los sanitarios fue decisivo.
El COVID-19 se llevó por delante la vida de 15 millones de personas en todo el mundo. 20.000 fueron sanitarios, y 1.500 enfermeras.
Para conmemorar su incansable dedicación, cinco años después de lo vivido y con una realidad muy diferente, pero arrastrando las heridas de la pandemia, el Consejo General de Enfermería ha querido recordar el trabajo enfermero durante los duros comienzos del confinamiento desde la mirada de dos pacientes que se contagiaron en el pico de la crisis sanitaria.
Cinco años después, Cristóbal y José Ángel nos cuentan en primera persona cómo la ayuda, apoyo y dedicación de las enfermeras fueron determinantes para su recuperación y la de gran parte de la población. Así comienzan sus relatos.

«Miedo como tal, no tenía. Antes del ingreso estuve unos días en casa muy enfermo. Por entonces ya nos habían confinado y mi mujer estaba en casa trabajando. Hubo un día que pensé que en cualquier momento entraba mi mujer en la habitación y me encontraba muerto, porque estaba muy mal. Cuando ya recaí en el hospital, pensaba que me moría porque estaba muy mal. A los 12 días me dieron el alta, pero no me encontraba bien. De hecho, no me he terminado de encontrar bien hasta hace apenas un año», cuenta Cristóbal Ortiz, enfermero de Hemodinámica en el Hospital Universitario de Getafe de Madrid y paciente COVID-19.
Cristóbal se contagió en la primera ola de casos, cuando el COVID parecía que no iba a tener un gran impacto en nuestras vidas. Cuidando de un paciente con síntomas, a los pocos días empezó a presentar él los mismos. Y empeoró, sin embargo, Cristóbal pensaba: «no voy a tener la suerte de que me haya tocado a mí», pero así sucedió, y estuvo 12 días ingresado.
«Oía a todo el mundo corriendo, las sirenas… yo pensaba que esto iba a ser algo muy malo. Yo sinceramente pensaba que me moría. Era evidente, pero estaba muy tranquilo. Tenía mucho sueño y sentía una placidez tremenda. Ya ingresado había visto cadáveres con la mortaja y el sudario porque a las funerarias no les daba tiempo a venir a recoger a tantos cuerpos. Era el caos más absoluto», detalla José Ángel, paciente COVID-19 que estuvo más de 20 días ingresado en el Hospital de Getafe.

Él se contagió en los carnavales de Cantabria, donde él y su familia tienen una segunda residencia. Por aquel entonces, el COVID ya se estaba propagando a la velocidad de la luz, pero todavía no éramos conscientes. Cinco días después empezó a notar los síntomas. Un desmayo en su casa le llevó en ambulancia al hospital, y allí permaneció más de 20 días ingresado luchando por sobrevivir a una de las peores experiencias que recuerda.
«Ya ingresado había visto cadáveres con la mortaja porque a las funerarias no les daba tiempo de recoger a tantos cuerpos»

Para Cristóbal el peor momento de su ingreso fue la lucha interna y su propio debate mental entre dónde debía estar y dónde quería estar. «Yo soy enfermero por vocación. Lo que sentí en esos días de ingreso no era tanto miedo, realmente era una tremenda impotencia por no poder ayudar a los demás. Desde que tenía cinco años quería ser enfermero. Siempre he sido una persona que le gusta ayudar a los demás. Yo veía a mis compañeras totalmente desbordadas, y yo me sentía mal conmigo mismo por no poder estar ayudando porque las urgencias estaban desbordadas y era imposible atender a tanta gente», cuenta emocionado el enfermero.
En el caso de José Ángel, la situación más dura vivida durante su ingreso fue una de las llamadas de su mujer donde la enfermedad no le permitió hablar con ella. «Me llamó mi mujer y dije: Isabel, no puedo hablar. No tenía nada más que un hilo de voz, era incapaz de poder respirar. Le dije: Isabel, lo siento, no puedo hablar contigo«, explica el paciente.
«Me sentía mal conmigo mismo por no poder ayudar a los demás»
Escasez de enfermeras, burnout y las consecuencias del COVID persistente
Durante los tres meses de confinamiento fueron muchas las personas que necesitaron ayuda psicológica. En el caso de los sanitarios, la realidad fue tan distinta que no solo necesitaron ayuda en esos duros días, sino incluso mucho después. Muchos de ellos, hoy arrastras heridas físicas y mentales que tardarán más de cinco años en curarse. «Tenía compañeras que decían que una misma noche se les habían muerto muchísimos pacientes. Al final, un enfermero está aquí para ayudar y para curar a las personas, no para afrontar que en un mismo turno se mueran seis pacientes. Mucha gente necesitó ayuda, y muchos después. Porque en un primer momento, con la adrenalina no se siente, pero luego esto pasó factura a muchos compañeros», sigue Cristóbal.
«Yo ya no soy el mismo de antes. Yo antes caminaba mucho, me daba largos paseos, y ahora no puedo. El COVID me ha dejado una lesión en el pulmón permanente. Pero yo estoy bien si me comparo con otras personas. Hay mucha gente que se han quedado con daños permanentes y hace falta más apoyo, y sobre todo, más profesionales. Enfermeras faltan muchísimas, pero enfermeras con contratos estables. Necesitan una calidad de vida y un tipo de trabajo digno. Mi aplauso siempre ha sido para ellas», reconoce José Ángel.

«Más que decisivo, su trabajo fue vital»
Dedicación incansable
«Aunque no están allí porque no podían estar en todas las habitaciones a la vez, sientes que están. Yo tenía contacto con lo que ocurría a través de ellas. Es una sensación muy intensa. Es mi vocación, entonces solo puedo decir que tiene que haber una enfermera para que te cuide. No sé si hemos aprendido algo, quizá a valorar más cosas que antes no dábamos importancia, con tu familia, con tu entorno…», afirma el enfermero. «Yo de las enfermeras solo puedo decir que he visto, sobre todo, un trato humano y caritativo. Ellas también padecían, tenían familiares enfermos, y su esfuerzo siempre fue dedicarse de lleno a la ayuda. Sin ellas todo esto no hubiera salido adelante. Más que decisivo, su trabajo fue vital. Doblaban turnos, enfermaban, claro que lo pasaron mal. Por eso su trabajo fue una labor ingente, y yo estoy vivo gracias a eso, gracias a ellas», asegura contundente el paciente.



No olvidamos
«Sanitariamente seguimos igual. Falta mucha investigación, más inversión en formación de enfermeras y mucho personal. Al final esta situación al profesional le hunde. Creo que a las enfermeras les falta mucho apoyo y ayuda. Como sociedad tenemos que comprender que los sanitarios no son dioses y que la salud somos todos. Cinco años después, claro que no nos hemos olvidado de la labor ingente que hicieron», concluye José Ángel.
Cinco años después la pandemia parece algo muy lejano. Atrás quedaron las mascarillas, la distancia de seguridad y los aplausos. Pero hay heridas que persisten en la piel de todos, especialmente en la de las enfermeras. Hoy arrastran un profundo hastío por la profesión, y ya ni la vocación parece suficiente.
«Cinco años después desde el Consejo General de Enfermería no olvidamos lo vivido. Ni a las 1.500 enfermeras que perdieron la vida. Tampoco a quienes se enfrentaron cara a cara con la muerte sin protección. Seguimos recordando vuestro esfuerzo, por adaptaros a una situación casi de guerra con una enorme falta de medios. A quienes innovasteis, aprendisteis, y salvasteis la vida de muchas personas. No olvidamos esa mirada de esperanza que siempre habéis tenido, incluso tras un EPI. No olvidamos la carga que soportasteis y que, a día de hoy sigue estremeciéndonos. A todas vosotras, no os olvidamos. Gracias por vuestra incansable dedicación», concluye la institución en este homenaje.
*Todas las imágenes empleadas en este artículo han sido extraídas del concurso de fotografía enfermera del CGE, FotoEnfermería.