ÁNGEL M. GREGORIS.- Angelina Vilella Ros nació en Olesa de Montserrat (Barcelona) hace ahora 79 años. Es enfermera y durante más de tres décadas años ha trabajado en numerosas unidades hospitalarias. Cuenta cómo en su época las enfermeras iban cambiando de sitio para trabajar y coger experiencia en todas las unidades. Ella recuerda con especial cariño su paso por los Cuidados Intensivos porque “sientes que el ser humano está pendiente de ti, que una palabra tuya a veces puede mucho más que un medicamento”.
En 1992, con la celebración de los Juegos Olímpicos en la capital catalana, muchos fueron los que quisieron trabajar allí durante ese mes tan importante para la ciudad. Ella, sin embargo, decidió
presentarse como enfermera voluntaria para los Juegos Paralímpicos, que se celebrarían un mes después. Allí tuvo la oportunidad de vivir una de las experiencias más gratificantes de su trayectoria. “Aquello era algo espectacular, era increíble ver la mirada de los deportistas y la ilusión que tenían. Yo estuve en la parte del tenis y recuerdo un día que fue a un partido la reina de Suecia y para ellos fue muy emocionante”, cuenta Angelina. En sus días como enfermera en los Juegos Paralímpicos de Barcelona, ella no tuvo que atender cuestiones muy graves, tan sólo algunas rozaduras porque “es un deporte en el que no suele haber grandes accidentes”. Con ella había un médico y una auxiliar ciega a la que siempre ha querido localizar, pero en estos 25 años no ha vuelto a saber de ella. Vilella explica que durante los días de celebración de los juegos, ella tuvo la sensación de que todos los deportistas estaban unidos. “Había algunos famosos y otros anónimos, pero eran todos iguales, se saludaban sin conocerse y se veía que aunque muchos acababan de empezar, eran felices por estar allí”, comenta la enfermera, que detalla como se pasaban las jornadas enteras allí y desde la organización les daban un ticket para que pudiesen comer. “Nos trataron muy bien, fueron unos días muy positivos y agradables”, asevera.
Una vida dedicada a la enfermería y a su trabajo, que se vio truncada con el fallecimiento de una de sus hijas en un accidente de moto. Una enfermera nunca llega a acostumbrarse a la muerte, esta le invade tristeza, pero ver la de una hija de 24 años el dolor es terrible. Desde ese momento, Angelina busca el consuelo en la escritura y en la pintura. “Fue un golpe muy duro, pero siempre he creído que es mi hija la que llevo al lado y me apoya para seguir adelante. Empecé a hacer muchas cosas para no pensar. Cuando me faltó mi hija intenté hacer lo que ella no había podido. Terminé un curso de cerámica que había empezado ella y aprendí catalán porque siempre me lo estaba diciendo”, recuerda. Fue allí cuando la profesora les pidió que escribieran una carta y al verla le recomendó que se presentase a un certamen literario. “Gané -evoca- y desde ese día ya he escrito tres libros y muchos relatos”.
Angelina es, sin duda, un ejemplo de superación. A pesar de que la vida le arrebató lo más importante para ella, supo sobreponerse y ha luchado día a día, siguió con su profesión y encontró nuevas pasiones. Ahora, cuando echa la vista atrás, se emociona y recuerda con nostalgia su etapa como enfermera porque es “el trabajo más bonito del mundo”.
Muchas gracias por toda su aportación a la Enfemería.
Adelante.