ÁNGEL M. GREGORIS.- “¿Te imaginas que un día levantan un muro que te impide salir de tu ciudad y te separa de amigos, familiares e incluso trabajo? Esto es lo que pasa aquí, en Belén. Yo tengo 30 años y nunca he podido visitar Jerusalén”. Así relataba hace unos meses Ahmad Almuti, un taxista palestino, a un grupo de turistas, cómo es su vida en Palestina. Tras la Segunda Intifada (2000-2005), el gobierno israelí levantó un muro de hormigón por toda la Franja verde, que separa la parte de Cisjordania de la de Israel, para, según ellos, evitar los numerosos ataques terroristas. La verdad es que, más allá del terrorismo, estos bloques de hormigón de diez metros de altura lo que pretendían era separar y marginar. Y lo consiguieron.
“Yo tengo tarjeta de identidad verde. Las autoridades israelíes tienen que darnos un permiso para pasar de un lado a otro del muro, pero yo no podré conseguirlo porque mi hermano pequeño era un inconsciente y un día volviendo del colegio lanzó una piedra a la policía. Ellos le siguieron y le arrestaron durante dos años y medio. Debido a ese incidente, nadie de mi familia puede cruzar el muro. De hecho, otro de mis hermanos estaba estudiando y tenía una excursión con la universidad, pero nunca pudo disfrutarla”, les explicaba Almuti.
Natividad
Para los turistas todo es distinto. Hay dos maneras de visitar la ciudad en la que nació Jesús y desde donde María y José huyeron con el pequeño. La primera, y la más fácil, coger un autobús desde Jerusalén que llega hasta el centro de Belén. La segunda, más dura, pero mucho más real, es realizar el recorrido que centenares de palestinos tienen que hacer, día a día, para cruzar el muro.
También un autobús (número 234) es el que deja a los viajeros justo en frente de la puerta. Para los turistas es más fácil y atravesar el Checkpoint 300 (punto que separa la zona más cercana entre Jerusalén y Belén) sólo es cuestión de tiempo y paciencia. Para ellos, los palestinos, por el contrario, es una odisea. Pasillos enormes y puertas de hierro dan la impresión de que estás entrando en una cárcel. Y en cierta medida para muchos así es. Horas de espera y controles para los que tienen el permiso, que sacarían de quicio a cualquiera, pero ellos son conscientes de las reglas y saben que cualquier salida de tono les puede impedir la entrada o salida.
Turismo
Dentro, una ciudad que da la bienvenida a los turistas y que los adentra en una parte de la historia conocida por todos. La Iglesia de la Natividad, donde se encuentra la capilla del Pesebre y en el que hay que armarse de paciencia para aguantar las enormes filas; la Gruta de la Leche, en la que, según cuenta la leyenda, María paró para amamantar al niño y una gota de leche cayó sobre una piedra roja y la volvió blanca; o el Campo de los Pastores, donde los ángeles anunciaron la llegada del Mesías a los campesinos. También de obligada parada es la Mezquita de Omar, la única que se encuentra en el casco histórico de Belén.
Banksy
Pasear y parar a comer su exquisito hummus, falafel o kebab es otro de los atractivos de esta ciudad. Y rodeando a todo, el muro. Denominado por muchos como el Muro de Berlín del siglo XXI, también cuenta con numerosos dibujos reivindicativos en la zona interior. Muchos de ellos realizados por Banksy y mundialmente conocidos como la paloma de la paz con un francotirador apuntándole o el manifestante con un ramo de flores en la mano.
Al ver los dibujos, el taxista contaba con la voz entrecortada que “cuando quieren quitártelo todo, lo normal es luchar”. Pero a la vez se resignaba y era consciente de que “nosotros luchamos con piedras y ellos lo hacen con pistolas”. Aun así, con un hilo de esperanza afirmaba que “si él se enfrentase a dos policías, ganaría porque estaría luchando desde el corazón”.
Él sabe perfectamente que eso no es cierto y que jamás podría salir victorioso en un cara a cara con la policía israelí, pero es de suponer que la fe y sus creencias le hacen más fuerte mentalmente. Él sabe perfectamente que mientras todo siga así no va a poder enseñarle Jerusalén a su hijo, ni él podrá conocerlo, pero no le queda más remedio que acatarlo. “Ojalá, algún día, este muro no exista”, expresa, mientras a los turistas se les hace un nudo en el estómago.
Cuando para el coche frente a la puerta, ellos tienen que volver a Israel y él seguirá trabajando. Y así, un día tras otro, del muro al centro de la ciudad y del centro al muro. Pero, de momento, nunca más allá de esa mole de hormigón infranqueable.
La historia de Ahmad sólo es una de muchas. Una de esas voces que piden el desenlace de un conflicto que se extiende ya durante años y que lejos de solucionarse, no hace más que empeorar. Voces que ayudan a reflexionar y darse cuenta de la realidad porque, tal y como dice una de las frases inscritas en uno de los trozos de frontera: “Cuando no estamos hambrientos de justicia es porque estamos empachados de privilegios”.
En Belén no suenan villancicos, no hay árboles de Navidad todo el año y los Reyes Magos no pueden atravesar el muro. En Belén hay personas, que, a pesar de los controles, tienen que seguir adelante.