ÁNGEL M. GREGORIS.- Vía de escape para judíos durante el genocidio propiciado por Hitler, paso de mercancías entre Francia y España, entrada y salida de espías durante la II Guerra Mundial, ruta del oro nazi a la Península Ibérica… Estos son sólo algunos de los ejemplos que convierten a la Estación Internacional de Canfranc en uno de los lugares más increíbles del Pirineo aragonés. A pocos kilómetros del país vecino y a diez minutos en coche de las famosas pistas de nieve de Astún y Candanchú se erige el que fue el complejo ferroviario español más importante de los construidos en el primer tercio del siglo XX y el segundo de Europa tras la estación alemana de Leipzig.
Con 241 metros de longitud, una anchura de 12 metros y medio, 75 puertas por cada lado y tantas ventanas como días tiene el año, la estación alberga en su interior secretos, mentiras, traiciones y una historia imborrable que marcó y fue testigo de los tejemanejes de Franco y Hitler en su momento. Dividida a partes iguales entre Francia y España, servía como una de las grandes vías para cruzar de un país a otro. Tras años circulando trenes entre los dos estados por este lugar, el 27 de marzo de 1970, un convoy compuesto por dos máquinas de 1922 y nueve vagones repletos de maíz, descarriló cuando se dirigía de Francia a Canfranc. Se precipitó contra el puente de hierro L’Estanguet y el tráfico internacional quedó suspendido. Actualmente, tan sólo circula un tren regional, por lo que la estación ha quedado relegada básicamente al turismo.
Visitas
Visitas programadas que permiten conocerla por dentro durante todo el año y dan la opción de acceder al subterráneo y al vestíbulo principal del edificio hacen más completa la excursión por el pueblo. Además, los viernes, sábados y domingos, a las 21.00, un espectáculo de luz y sonido explica la historia de la estación. 20 minutos de proyección audiovisual que acercan mucho más lo que allí se vio y vivió. Y fuera de rutas programadas y visitas guiadas, por la parte trasera de la estación nos podemos encontrar viejos vagones abandonados, las casas donde dormían los trabajadores de la parte francesa e incluso el mecanismo que se utilizaba para cambiar la vía de los trenes. Esa zona, bastante mal conservada, es uno de los lugares más místicos del paseo. Es imposible no pensar en cómo vivieron y en lo que experimentaron esos empleados durante la época.
500 habitantes
Más allá de la estación, esta localidad, con poco más de 500 habitantes, durante la temporada de esquí y también en verano se convierte en un hervidero de gente. Un ir y venir de coches que suben a las pistas, pero que también quieren disfrutar de un día distinto. Y al contrario de lo que se puede pensar viendo el censo del pueblo, si algo no falta aquí son bares y restaurantes. Tanto si es después de hacer deporte como si la motivación del viaje es sólo turismo, pararse a coger fuerzas con un pincho y algo de beber nunca está de más. Si bien es cierto que es un lugar muy pequeño, una escapada Más allá de la estación, esta localidad, con poco más de 500 habitantes, durante la temporada de esquí y también en verano se convierte en un hervidero de gente. Un ir y venir de coches que suben a las pistas, pero que también quieren disfrutar de un día distinto. Y al contrario de lo que se puede pensar viendo el censo del pueblo, si algo no falta aquí son bares y restaurantes. Tanto si es después de hacer deporte como si la motivación del viaje es sólo turismo, pararse a coger fuerzas con un pincho y algo de beber nunca está de más. Si bien es cierto que es un lugar muy pequeño, una escapada Y para los amantes del senderismo y de las rutas naturales, el pueblo también está preparado para echarse la mochila a la espalda y pasear por la montaña sin olvidarnos, claro está, de la obligada visita a la estación.