DAVID RUIPÉREZ.-
La ruta por los “chateaux” del Valle del Loira es uno de los recorridos más impresionantes que se pueden hacer por la Europa continental. De entre las decenas de fortalezas y residencias que derrochan poderío militar, magia de cuento de hadas o lujo y ostentación, Chenonceau se ha ganado un puesto entre los edificios más visitados de Francia. No puede sino dejar con la boca abierta al visitante que contempla un castillo suspendido sobre las aguas del Cher, afluente del Loira.
Tertulias ilustradas
Su majestuosidad y elegancia fascinan desde todos los ángulos al acercarse a este castillo marcado por la vida de las mujeres que habitaron en él. Es por ello que siempre será conocido como el castillo de las Damas o de las Señoras. Las féminas que ocuparon Chenonceau se implicaron en el diseño de sus jardines, ordenaron obras y modificaciones para mejorarlo y lo transformaron para otorgarle su irresistible encanto. Mujeres con fuerte personalidad como la favorita del rey Enrique II, Diana de Poitiers, una avezada mujer de negocios que diseñó lo que en su momento fueron los jardines más bellos y espectaculares. Catalina de Médicis, la mujer del mencionado monarca la expulsó de allí en cuanto falleció el soberano y ella construyó la singular galería sobre el río para celebrar suntuosas fiestas. O Luisa de Lorena, mujer de Enrique III, que vivió del preceptivo luto blanco a la muerte de su esposo en una habitación tapizada en negro en techos muebles y paredes. Además de mujeres de la realeza, Chenonceau acogió entre sus muros las ilustradas tertulias que organizaba otra mujer, Louise Dupin, que devolvió esplendor al inmueble con invitados tan brillantes como Montesquieu, Voltaire o Rousseau. Cuando estalló la revolución y las masas volcaron su furia contra todo lo que oliese a nobleza y boato, Dupin consiguió que Chenonceau no fuera pasto de la destrucción. En el siglo XIX, Marguerite Pelouze se gastó una fortuna para devolverle su esplendor. Sin embargo, hace ahora un siglo la fortaleza cumplió una función muy especial y fue gracias a una enfermera: Simone Menier. Menier era hija de Gastón Meniera, heredero de los célebres chocolates del mismo nombre.
La familia había comprado el castillo unos meses antes de comenzar la contienda y, con Simone al frente de los cuidados sanitarios, Chenonceau se convirtió en un hospital donde recibieron asistencia más de 2.000 soldados franceses. La enfermera, veinte años más tarde, mostraría su valor y servicio a su país como activo miembro de la Resistencia frente a los nazis.
Ostentación
Las imágenes dan testimonio de su belleza exterior, pero en su interior la visita incluye la espectacular galería de suelo ajedrezado, los aposentos de las señoras que vivieron allí, una visita a las cocinas, ubicadas sobre el río, o las salas de la guardia. Si comparamos la decoración con otros castillos franceses, Chenonceau no destaca por la fastuosidad y la ostentación, hay equilibrio salpicado de detalles y adornado con frescos centros de flores en cada habitación y pasillo. Sus jardines, asimismo, merecen un paseo relajado para sentirse como esas mujeres de sangre azul o roja, pero todas ellas ilustradas y valientes, que un día vivieron en este castillo de cuento.