DAVID RUIPÉREZ.- Muchos no lo creerán, pero han pasado… ¡22 años! desde el estreno de la mítica Parque Jurásico de Steven Spierlberg. Aquella cinta basada en la novela de Michael Crichton se hizo un hueco en la historia del cine y despertó una auténtica fiebre por las criaturas prehistóricas. Tras sus fallidas secuelas llega ahora una nueva entrega en la que Spielberg no se pone detrás de la cámara, pero sí deja su sello como pro-ductor ejecutivo.

Jurassic World arranca con la banda sonora de la original y las impresionantes vistas aéreas de la isla donde la ciencia ha conseguido que el rey de la Creación, el hombre, conviva con los seres vivos que dominaron la Tierra antes que él, los dinosaurios. Gigantescas criaturas que dejan al elefante a la ballena azul de la talla de los pitufos y que ejercen un innegable magnetismo sobre niños y adultos. La acción nos lleva al mismo escenario de la película que abrió la saga, pero ahora, dos décadas después, el proyecto se ha consolidado y miles de personas visitan cada día esa especie de mezcla entre Disneylandia y un zoo futurista.

El público ya no se muestra tan sorprendido ante un Triceratops o un T-Rex o ante el equipo científico juega a ser Dios y, apoyados en los avances en genética, diseña criaturas híbridas para conseguir ejemplares más espectaculares sin el aval de la Paleontología, puro espectáculo sin ningún respeto por el orden natural.

Crear seres así, intuimos, no va a deparar nada bueno y eso nos regala una fantástica película de acción que, sin duda, les entretendrá y por la que vale la pena pagar la entrada.

Sin embargo, a la película del momento se le pueden poner algunos “peros” que la hacen no estar a la altura de la original. Por motivos obvios, salvo a los más pequeños, Jurassic World no puede causar la misma fascinación que su antecesora, pues casi todo lo que nos presenta —amén de que se puede ver en 3D y eso no era posible a principios de los 90— ya lo hemos visto: el renacer de los dinosarios, la ferocidad de los carnívoros, la inteligencia de los Velociraptors, reflexiones sobre cuando la ciencia traspasa fronteras, ética…

Todo se le parece bastante, el protagonismo de dos hermanos —uno de ellos un apasionado de la Prehistoria y bastante “listillo”— y dos adultos —ella corriendo kilómetros con unos tacones de 15 cm., lamentable—. En general resulta un poco previsible, con la mala noticia de que no hay la misma química entre los actores y de que Colin Trevorrow no es Spielberg.