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Aunque el número de afectados no es muy grande, en uno de cada 1.000 recién nacidos vivos, la encefalopatía hipóxico-isquémica puede ocasionar en el niño discapacidad motora, sensorial, visual o auditiva en un futuro. Y el frío es la mejor medicina.

“El tratamiento de neuroprotección con hipotermia ha demostrado su eficacia en estos pacientes”, asegura Dorotea Blanco, médica adjunta de la Unidad Neonatal del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. “Hasta la implantación de la hipotermia no se utilizaba ninguna técnica. Se trataban los signos neurológicos, las convulsiones o simplemente se tenía cuidado en no calentar al niño”, comenta Nieves Azuara, enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales del Hospital Gregorio Marañón.

Los métodos de hipotermia son dos: con una manta de frío, que se utiliza en adultos, o a través de hipotermia selectiva que se hace con un aparato que se denomina cool cap y que consiste en la colocación de un gorro por el que circula agua fría y, a través del cual, se controla la temperatura del bebé. En esta última, es puntero el Hospital Gregorio Marañón de Madrid ya que, la técnica cerebral selectiva solo se utiliza en este centro.

Proceso

Las primeras seis horas de vida son clave. Al Gregorio Marañón llegan niños de toda España, pero existe una necesidad de racionalización, porque la hipotermia tiene que comenzar en las primeras seis horas de vida. “Hay que ser rápidos, organizar el traslado, llevarlo a otro centro, separarlo de la madre, que muchas veces se queda en el centro de origen… Pero existe algo que nos ayuda mucho: los niños tienden a estar fríos si nosotros no les calentamos, por lo que si mantenemos su temperatura rectal baja y la monitorizamos durante el traslado ayuda a que, si el recién nacido llega a las 12 horas de vida, pero ha tenido hipotermia pasiva y su temperatura ha estado en 33 o 34 grados, ya estamos haciendo el tratamiento, y sería un candidato a continuar con la hipotermia, no llegaría tarde a la neuroprotección”, argumenta Blanco.

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 Actividad cerelebral

Tras monitorizar al bebé para controlar sus constantes y vigilar su actividad cerebral de manera continua con un monitor de función cerebral, se procede a la colocación de un gorro por el que circula el agua. Sobre este se coloca otro de sujeción y otro de protección para aislar la cabeza de cualquier calor radiante. Durante el proceso, que dura unas 72 horas, se controla la temperatura del paciente en todo momento. “La hipotermia cerebral selectiva tiene la peculiaridad de que deja el cerebro bastante frío, pero mantiene una relativa normotermia del resto del cuerpo, intentando así que afecte lo menos posible al resto de órganos.

Por tanto, ponemos una pantalla protectora que aísla la cabeza del calor radiante de la cuna, que mantiene el resto de la temperatura corporal cercano a los niveles normales”, relata Azuara

Después de las 72 horas comienza el proceso de calentamiento. “Una vez superada la terapia el efecto no se ve instantáneamente, hay que hacer controles posteriores. Son niños revisados continuamente”, comenta Azuara.

Tras superar el tratamiento, los pacientes son sometidos a un programa de seguimiento que llega hasta los siete años.

“Cuando el niño acaba la terapia podemos aproximar bastante cuáles van a ser los déficits o dificultades que van a tener. Hay que darles apoyo, muchas veces necesitan rehabilitación, foniatría o aunque todo vaya bien hay que seguirles hasta la edad escolar para descartar cualquier problema neurocognitivo, de comportamiento, relación…”, puntualiza Blanco.

En la unidad hay una enfermera responsable para cada niño. “El papel de la enfermería es fundamental. Como en todas las terapias y unidades se encargan de vigilancia, monitorización…

Somos un equipo y tenemos sentido si trabajamos juntos”, comenta Blanco.

 Reacciones

“Llama la atención la sorpresa de los padres. Esa sensación de tocar a su hijo y que esté muy frío es bastante impactante. El tratamiento lo acogen bien; aunque no lo entienden mucho al principio, lo aceptan de buen grado y se aferran a él con esperanza”, cuenta Nieves Azuara, enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales del Hospital Gregorio Marañón.

“Para que podamos salvar de la muerte o discapacidad grave y tener un niño libre de problema neurológicos en un futuro, tenemos que tratar a ocho pacientes para rescatar a un niño. Pero tenemos la sensación de que podemos convertir un daño grave en moderado, uno moderado en leve… y en cierta medida se benefician todos los niños”, explica Blanco. “Hay que mejorar los resultados. Pero aunque parece que tratar a ocho para salvar a uno no es mucho, es en la actualidad una de las intervenciones más eficaces que existen en neonatología”, finaliza Blanco.