RAQUEL GONZÁLEZ ARIAS.- ¿Cuál es la principal diferencia entre el pan que consumimos actualmente y el de hace quince años? Muchos dirán que ahora encontramos una mayor variedad en cuanto a las semillas que algunos añaden, el tipo de harinas que se emplean o la calidad de estas y no les faltará razón, pero una de las diferencias más importantes entre el pan que tomamos hoy y el que tomábamos entonces es su cantidad de sal. Actualmente, nuestro pan es el más soso de Europa y esto ha sido fruto de un proceso gradual del que los consumidores apenas nos hemos dado cuenta y que responde a las estrategias puestas en marcha desde el Ministerio de Sanidad para que los productos que adquirimos en nuestra cesta de la compra sean más saludables.

En esta misma línea y abanderados también por el Ministerio, se ha llegado a acuerdos con distintas empresas alimentarias y de bebidas para ir reduciendo, con vistas al año que viene, la cantidad de azúcares, grasas saturadas y, nuevamente, sal de más de 4.000 alimentos.

Para Marilourdes de Torres, representante del Consejo General de Enfermería en el Observatorio de la Nutrición de la AECOSAN del Ministerio de Sanidad, “a nosotros, nos gustaría que todos estos cambios fueran inmediatos, pero entendemos que no es posible y tienen que realizarse de forma gradual. Requieren de la adaptación progresiva de los consumidores y de la industria, que tiene que modificar sus procesos de fabricación, etiquetado…”. Un ejemplo de este cambio en los alimentos procesados y ultraprocesados se encuentra en los embutidos que, como explica Marilourdes de Torres, “estamos consiguiendo que alimentos como el jamón cocido tengan menos sal. Es verdad que a la industria le cuesta porque un producto en salazón es más fácil de conservar, pero también es cierto que la tecnología está avanzando mucho en este sentido”.

Es obvio que la dieta no debe basarse en el consumo de alimentos procesados y ultraprocesados, pero también lo es que estos forman ya parte de nuestra alimentación e incluso estilo de vida y aunque su ingesta no deba ir más allá de lo esporádico, es una buena noticia que estos productos sean lo más saludables posible. En este sentido, Mari Lourdes de Torres pone el ejemplo de bebidas como la cola. Hoy, prima la demanda de bebidas “sin azúcar” o “bajas en calorías”. Ya no es extraño que se pidan en bares o restaurantes y ese cambio está haciendo que, en esos momentos de ocio, se reduzca drásticamente el consumo de azúcares y con ello se esté dando un paso más hacia la prevención de enfermedades como la diabetes o la obesidad.

Entre las empresas con las que trabaja el Ministerio se encuentra la multinacional Coca Cola que, precisamente a través de su marca Aquarius, acaba de lanzar un nuevo refresco bajo en calorías, Raygo, una bebida que incluyen en la categoría de “refrescos funcionales” y que, según ellos mismos afirman, responde a esa demanda creciente de la población por seguir una alimentación saludable. El objetivo de esta nueva bebida, explica Rafael Urrialde, director de Salud y Nutrición de Coca Cola Iberia, es el de “ayudar a mantener la energía sin el subidón que producen otro tipo de bebidas que tienen estimulantes, que generan un pico muy alto de energía, pero que no se mantiene a lo largo del día. Los consumidores nos estaban demandando una bebida de este tipo, sobre todo aquellos que tienen una vida más ajetreada, más estrés, y necesitan a media mañana o media tarde tomar algo que les permita mantener la energía. Para ello, hemos añadido vitaminas y minerales”. La demanda, asegura Urrialde, procede también de los profesionales sanitarios y por ello, explica, desde la marca se informa a estos profesionales para que conozcan el perfil de sus productos ya que, en determinados momentos, pueden incluso ser bebidas a tener en cuenta para recomendar en algunos pacientes o procesos.

Educar la palatabilidad

Más allá de todos estos esfuerzos por conseguir que nuestra cesta de la compra sea cada vez más saludable, Mari Lourdes de Torres hace hincapié en la labor que tienen los padres en la educación de la palatabilidad de sus hijos y es que, pone como ejemplo esta enfermera, “el niño pasa de la teta al ketchup sin dar un paso, pero un niño pequeño no va a la nevera y coge el bote, son los padres quienes, cuando le han quitado la teta y el biberón, le dan las patatas fritas con ketchup y una vez que el niño prueba esta salsa que lleva mucho azúcar, lleva vinagre y lleva sal, se acostumbra y además se le está privando de la cultura alimentaria. Una patata frita tiene que saber a patata frita y esa es una patata que has pelado, que has cortado, que has frito en aceite de oliva y que después has puesto en papel absorbente. Si esa misma patata es de sobre y además con mucha sal añadida, el cerebelo nunca va a estar saciado y siempre va a comer de más. Es verdad que hoy los padres trabajan muchas horas, pero es fundamental que saquen tiempo para invertir en la educación alimentaria de sus hijos”.