ÁNGEL M. GREGORIS.- Faltaban apenas unas horas para que los Reyes Magos pasasen por casa de Silvia Morel a dejar los regalos a sus tres hijos. A ella ese día le tocaba trabajar en su puesto de supervisora de la Unidad de Neurología del Hospital Ramón y Cajal (Madrid), pero por la noche la idea era estar con los niños para recibir los regalos.
5 de enero de 2018. Una fecha que, desgraciadamente, pero también por suerte, nunca olvidará. La casualidad quiso ponerse en su camino durante esa mañana cuando bajó al servicio de Radiología para citar una prueba a una compañera. Ya que pasaba por allí, decidió mirar fechas disponibles para realizarse una mamografía rutinaria. “Tenemos ahora un hueco libre”, le dijeron, minutos antes de que su vida diese un vuelco de ciento ochenta grados.
Al salir de la prueba y ver a sus compañeras supo inmediatamente que algo pasaba. “No me dijeron el nombre y apellidos, pero sí que algo iba mal. Me hicieron la biopsia, pero ya me adelantaron que, por lo que se veía en las imágenes, no iba a ser bueno. Ni que decir tiene que ese fue el peor día de Reyes de mi vida”. Así recuerda ella ese primer momento en el que iba a pasar de cuidar a ser cuidada.

Beatriz, enfermera que padeció cáncer, junto a Ana, la enfermera que le cuidó durante el tratamiento. Imagen: Javier Ruiz Burón
Por las fechas que eran, decidió guardar silencio en casa hasta que acabasen las fiestas. “No era el momento y pensé que era mejor contarlo después”. No le dolía nada ni tenía ningún bulto. Acababa de ser madre hacía dos años, tenía la cabeza en otras cosas y esto no entraba en sus planes. “Fue un mazazo porque no me lo esperaba, pero ahora doy las gracias. Por edad (tenía 40 años) no me tenía que tocar, pero así fue y, por suerte, me lo detectaron a tiempo”, cuenta. El 7 de enero habló con su marido y después con sus padres. Lo que al principio fue un drama, se convirtió en un apoyo sin condiciones durante todo el proceso. “Nos enfocamos en ti, tú vas a guiar a partir de ahora toda nuestra actividad”, le dijeron. Y así fue.
Un día después, el 8 de enero, se sentó con el ginecólogo, él le citó en la unidad de mama y se puso todo en marcha. “Esta fue la peor parte de todo el proceso. Cuando no sabes exactamente qué es lo que pasa, pero sabes que es algo malo, es horrible”, asegura. Echa la vista atrás y piensa en cómo vivió esos tres primeros días. “Pasas una ansiedad que no te deja, es como que el mundo se acaba; no puedes dormir, comer, no puedes hacer nada de lo que sueles hacer porque toda tu cabeza está pensando en qué va a ser de ti y, sobre todo, de tus hijos”.
Los niños
Ellos, los más pequeños, son al final a los que más les cuesta entender lo que pasa. Durante meses los niños se daban cuenta de que mamá estaba triste y se encontraba mal. “Todo el mundo lloraba, nuestro entorno se paralizó y ellos no entendían”. Fue en el momento de contárselo a ellos cuando preguntó a sus compañeras y a otros especialistas para saber cómo hacerlo. “Al final, les dije que tenía una pupa en el pecho y que me tenían que curar; que estaría varios días sin salir de casa y que me pondrían un tratamiento que me dejaría cansada, pero que todo iba a ser reversible”, comenta, con una sonrisa en la boca. Probablemente, lo más duro para ella, y también para ellos, fue cuando les dijo que iba a estar un tiempo sin poder cogerlos porque no tendría fuerza debido a la medicación.
Las mismas dudas tuvo Beatriz Chaves a la hora de contárselo a sus hijos hace ahora cuatro años y medio. Con 3 y 7 años todavía eran muy pequeños para entender algo así. Ella, enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Fuenlabrada, se dio cuenta de que algo pasaba en su cuerpo gracias a uno de sus hijos y con el diagnóstico en la mano, quiso involucrarles en el proceso desde el principio. “El niño es muy bruto y jugando me dio un cabezazo, al hacer el acto reflejo de tocarme para aliviar el dolor vi que allí había un bulto que hace unos meses no estaba. Fue entonces cuando tuve una intuición y después empezaron las pruebas. Ahora siempre digo que nada es casual y que él con su manera de ser fue mi salvador de alguna manera”, recuerda.
Diagnóstico
El diagnóstico vino más tarde. Un día a las dos de la tarde, poco después, tenía que ir a recogerlos al colegio y allí fue cuando decidió que tenía que contárselo. En definitiva, cogió esa mochila tan pesada que es el cáncer como una oportunidad para decirle a sus hijos lo que era esta enfermedad de forma clara y sencilla. Así surgió Pintamos a mamá de colores, un cuento que al principio ella escribió en folios para sus niños y que ha logrado editar con ayuda de la Asociación de Oncología Integrativa para apoyar a madres en la misma situación.

Silvia y Chus, enfermeras y compañeras del Hospital de Fuenlabrada. Imagen: Javier Ruiz Burón
Su compañera Silvia Lafuente también sabe muy bien lo que es pasar por esto. De su enfermedad hace un poco menos, tres años, y, probablemente, si ahora pudiese volver atrás, cambiaría la manera en la que se enteró. Eso sí, su optimismo se contagia sólo con mirarla. Una mirada llena de vida y de fuerza por continuar adelante. “Yo miré mis resultados. Como muchas de nosotras, pensaba que no iba a ser nada. Tenía turno de noche y sobre la una de la madrugada, vi que estaban y lo abrí. Me quedé callada y pensé: ‘Ostras, pues es cáncer’. Después, mi mayor miedo fue saber cómo se lo iba a decir a mi marido y a mis hijos. Yo no podía ir a casa con una noticia así”, rememora. Fue su primer pensamiento, pero como enfermera que es, sabía que tenía que contar con su familia en este proceso.
Las tres cuentan con más de 20 años de experiencia en la profesión, pero eso no les impidió que la situación les sobrepasase en determinados momentos. “Además de enfermera, soy psicóloga, pero en ese momento te quedas sin recursos y necesitas que alguien te diga que va a ser un año muy duro, pero que se supera. Cuando te invade la desesperanza y la incertidumbre, eres, sobre todo, persona”, dice Morel. Su tocaya reconoce que lo llevó mal. “Para empezar no tienes ni idea de nada, como si no fueses enfermera. En la primera quimio estuve 16 horas vomitando porque pensaba que era normal y cuando llegué al hospital deshidratada, se quedaron alucinados”.
Beatriz también vivió algo parecido. Para ella, los pacientes eran ‘los otros’ y los profesionales ‘nosotros’. Y, de pronto, salió de una consulta, se quitó el pijama de enfermera y pasó a estar a ese otro lado. “Así es como ves que no hay diferencia, que en realidad no son “los otros” y “nosotros”, sino que cualquier día puedes estar allí. Las que somos enfermeras lo somos en todos los ámbitos; en casa, en el hospital, con los amigos…y de pronto, llega algo así y piensas: ‘¿Cómo se hace esto?’ Me dejé llevar y me convertí en paciente”.
Tratamiento
El diagnóstico, hablar con los familiares y aceptarlo dieron paso al tratamiento. “Sentí mucho miedo el primer día”, reconoce Morel. Esos pasillos por los que ella pasaba habitualmente para tratar a los pacientes se convertirían en su segunda casa. Una casa que no deseaba y que preferiría no haber tenido que recorrer para esto.

Silvia y Esther conversan sobre el cáncer de mama. Imagen: Alicia Almendros
“Te ves en un entorno en el que de pronto eres paciente cuando siempre has estado al otro lado, recibiendo un tratamiento muy duro, que te deja muy tocada, y tienes sentimientos contradictorios. Por un lado, rabia de no estar en el lugar que te corresponde, pero, por otro, te das cuenta de que las enfermeras tenemos esa parte humana, aunque nos pongamos una coraza para no sufrir”, afirma Morel, que aplaude enormemente el trabajo que hicieron todos los profesionales con ella, pero, sobre todo, las enfermeras “porque las tienes a tu lado”.
Graciela Martín sabe bien cómo fueron estos meses. Se conocieron hace años cuando trabajaba en el servicio de Neurología. Después se trasladó al Hospital de Día y ahora ha sido una de las profesionales que ha estado cerca de su compañera durante este proceso. “La vi venir directamente. Es increíble porque nunca ha faltado alguien a su lado; desde amigos a familiares, estaba la habitación siempre con cola para entrar”, comenta Graciela. Esther Pérez también estuvo con ella estos meses. No tiene ninguna duda: “atender a un compañero es diferente porque te pones más en su lugar y ves cómo lo que le está pasando también te puede ocurrir a ti”.
De esto sabe mucho Ana Soria, una de las enfermeras que cuidó de Beatriz. Lleva dos décadas dedicada al paciente oncológico y todavía es capaz de reconocer la fuerza que tuvo su compañera-paciente en esos momentos. “Bea nos ha dado a nosotros más de lo que le hayamos podido dar a ella. Ha sido una persona tan fuerte, que pienso que, si a mí me pasa algo así algún día, quiero ser como ella”, asegura. Beatriz, por su parte, no tiene más que palabras de agradecimiento y apunta que todo este proceso ha sido un aprendizaje. Un aprendizaje duro, pero muy importante en su vida. “Conoces de todo lo que eres capaz. Muchas veces decimos que empezamos en un sitio y después del tratamiento volveremos a la vida normal, pero no, nunca vuelves al mismo sitio. Vuelves a otro punto en el que hay muchos aspectos que han mejorado”, comenta.
Experiencia
Lafuente, a pesar de todo, no duda en decir que su experiencia “ha sido positiva”. “Llega un momento en el que físicamente no te reconoces y tu mente también cambia una barbaridad, pero realmente te sirve para tomar conciencia de ti misma y de las personas que te rodean”.
Acompañada en su primer día, y en muchos más, por su compañera Chus Ortega, que la mira y ve a una persona con una “fuerza enorme”. “Cuando vino un día a agradecerme todo lo que había hecho por ella y lo bien que la había tratado, me di cuenta de la mella que causamos”, destaca la enfermera.
Esta vivencia ha sido también un aprendizaje constante para ellas en su profesión. “Me pongo en el lugar del enfermo porque he sentido lo que es estar ahí. No es que sea el centro de la atención, es que debe ser el único protagonista de la atención”, asegura Morel. Desde el Hospital de Fuenlabrada, Lafuente también opina que el trabajo de sus compañeras es sobrenatural. “Ellas trabajan con emociones todo el tiempo, todas las horas, todos los días de la semana y todos los meses del año. Hacen una labor importantísima”. “Ahora tengo un plus como enfermera porque antes no tenía la visión de estar en ese lado y ahora sí”, dice a la vez Beatriz.
Disfrutar
¿Y la enfermedad? La enfermedad les ha enseñado a disfrutar de la vida. “Nunca te van a decir que estás curada. En una de las revisiones me dijeron que no había carga tumoral en ese momento, pero claro que el pensamiento de la recaída siempre está ahí y estará casi todos los días de mi vida”, apunta Morel. Y cuando esa idea sobrevuela por su cabeza, piensa en sus hijos, en si vivirá la adolescencia con ellos. “Yo guardé el árbol de Navidad este año pensando que no lo volvería a sacar nunca”, reconoce, con lágrimas en los ojos, en uno de los pocos momentos de la entrevista que se emociona. “He llorado durante casi dos años todo lo que podía llorar, ahora lo he superado”, sonríe. Para Lafuente, el cáncer de mama es una enfermedad crónica, pero no es una sentencia de muerte.
Eso sí, su hijo de 13 años no consiguió entenderlo tan bien como ella. “Con esa edad, él estaba bloqueado. Necesitaba escuchar que me había curado y pensé en montar un teatrillo con la oncóloga para ayudarle. Aprovechamos una de las consultas y le dije que me acompañase. Fue ahí cuando ella me dijo delante de mi hijo que estaba curada y que podía hacer vida normal y disfrutar de las cosas. Para mí, evidentemente, no significó nada, pero para él fue brutal vivir ese momento”, recuerda. El miedo también acompaña a Beatriz. Pero ahora son amigos. O eso dice ella. “Sé que cuando me acecha es que me está intentando cuidar; no dejo que me lleve, pero he aprendido a convivir con él”.
Ellas son sólo una pequeñísima muestra de las más de 30.000 mujeres diagnosticadas cada año. Mujeres que muchas veces no quieren ni escuchar la palabra cáncer y que otras muchas veces la repiten sin parar como medida de defensa. Mujeres que al principio sienten pánico, pero que en la mayoría de las ocasiones logran superar el tratamiento. En definitiva, ellas son sólo tres mujeres que hoy dan voz a todas las demás, al 90% que sale adelante y a ese 10% que, por desgracia, no consigue vencer a la enfermedad. Mujeres valientes, luchadoras y SUPERVIVIENTES.