ÁNGEL M. GREGORIS.- Echar la vista atrás un año supone recordar el inicio de una de las crisis sanitarias más duras de la época moderna. Una crisis que llegó casi sin avisar con la advertencia de las autoridades chinas a finales de 2019 de la aparición de varios casos de neumonía de origen desconocido en un mercado de Wuhan. Lo que parecía muy lejos, a 10.000 kilómetros de distancia, en tres meses descontroló el planeta entero. El nuevo coronavirus, SARS-CoV-2, puso en jaque los sistemas sanitarios de todo el mundo, paralizando, literalmente, la vida tal y como se conocía hasta el momento. “España se enfrenta a una emergencia de salud pública que requiere decisiones extraordinarias. Una pandemia que es mundial y que supone un serio perjuicio para el bienestar del conjunto de ciudadanos. Les anuncio que, durante la vigencia del estado de alarma, las personas únicamente podrán circular por las vías de uso público para la relización de ciertas actividades”. Así, con estas palabras, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba que el 14 de marzo de 2020 que España comenzaría un confinamiento domiciliario estricto, que se extendería, prórroga a prórroga, hasta el 21 de junio.
Escenario inusual
Calles vacías, tiendas y bares cerrados a cal y canto, carreteras sin coches, colegios sin niños… un escenario inusual diseñado para frenar la inevitable expansión de una enfermedad que en pocos días colapsó los hospitales de todo el país. El aumento de contagios se contaba por miles cada jornada, los fallecidos aumentaban sin control en cada actualización de datos, el miedo y la incertidumbre se apoderó de todos y la distancia física de seguridad entró en la vida de millones de personas de un día para otro. “Si veo ahora las imágenes de ese sábado, siento indignación. Me recuerda cómo nos enfrentamos a algo desconocido.
Miedo, incertidumbre y no saber cómo se iba a desarrollar todo porque no teníamos las armas suficientes para enfrentarnos a algo de lo que nadie sabía nada. Fueron momentos de terror tanto en el ámbito laboral como en el personal”, evoca Elena Álvarez, enfermera de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid). Ella es una de las seis enfermeras que ha participado en el reportaje especial por el aniversario de la pandemia, en el que desde el Consejo General de Enfermería se ha hecho balance de estos 12 primeros meses de crisis.
Sensación
Esperanza Galarraga, supervisora de Quirófano del Hospital Puerta de Hierro (Madrid), reconoce que “remueve mucho volver a tener la sensación de ver esa ola de tsunami ahí arriba que nos va a pasar por encima”. “Un año después, tenemos la sensación de que poco ha cambiado, que seguimos prácticamente igual, buscando e intentando trabajar como podemos”, afirma.
Después llegaron los aplausos, que meses más tarde se fueron diluyendo con la relajación de las medidas y que ahora parece que ya se han olvidado. Reuniones diarias de vecinos a las ocho de la tarde para animar a través de los aplausos a todos aquellos que luchaban frente a frente contra la enfermedad.
Emoción
Esperanza se emociona al hablar de esos momentos: “Era un reconocimiento al esfuerzo que hacíamos ahí dentro y que nadie veía. Salir a la puerta y ver a todos los vecinos en la ventana y a las fuerzas y cuerpos de seguridad aplaudiendo, nos emocionaba enormemente. Un año más tarde, se han olvidado de nosotros y seguimos ahí, en la puerta de la UVI y viendo a la gente morir”.
Mabel Ibarguren, responsable de Enfermería del Centro de Salud Silvano (Madrid), opina igual que su compañera y explica que “era emocionante, pero llegó un momento que te cansabas porque veías que la gente se iba relajando”. “Creo que tuvo mucho que ver las imágenes que no se mostraron y que habría que haber enseñado”, admite.
En cuestión de semanas, el sistema tuvo que rehacerse entero. Los hospitales tuvieron que organizarse en tiempo récord para abordar la llegada de centenares de casos cada hora; las residencias se convirtieron en uno de los grandes focos de contagios y muertes, y la Atención Primaria actuó como barrera de contención. Miles de citas canceladas, operaciones anuladas hasta nuevo aviso, unidades transformadas en UCIs improvisadas, hospitales de campaña para albergar a más pacientes, pasillos atestados de enfermos, falta de material y cambio de procedimientos constantes fueron la tónica habitual en esta primera ola, pero, por desgracia, muchas de estas circunstancias siguen repitiéndose 12 meses después.
Mientras que la mayoría de la población veía el mundo desde sus ventanas, los sanitarios acudían día tras día a su puesto de trabajo para cuidar, curar y ayudar a los afectados. Enfrentándose a una de las tasas de contagios más alta del mundo entre profesionales por la falta de equipos de protección, no dudaron ni un segundo en dónde tenían que estar. Aptitud que les ha servido para obtener numerosos reconocimientos, entre ellos el Princesa de Asturias de la Concordia por su gran labor durante la pandemia.
Apocalíptico
“El día a día cambió radicalmente y parecía un escenario prácticamente apocalíptico, las calles vacías, la incertidumbre… Fue una mezcla de pánico, terror y miedo”, cuenta David Delgado, responsable asistencial de un centro sociosanitario, que apunta como “al final todos los protocolos en los que llevábamos años trabajando hubo que rehacerlos”. Elena lo recuerda “como el Titanic”: “Se hundía el barco y no sabíamos que teníamos que hacer; no teníamos ninguna directriz de nadie, andábamos por los pasillos sin saber en qué nos teníamos que basar, a quién teníamos que salvar… porque se morían en los pasillos”.
Pilar Núñez, enfermera de UCI del Hospital de Fuenlabrada (Madrid), señala el miedo a lo desconocido. “Lo veíamos en las noticias y en marzo lo teníamos delante. El miedo ha cambiado hábitos en mi vida y de alguna manera lo sigo teniendo ahí. Siempre me ha gustado mucho ir a trabajar, pero es verdad que saber que al día siguiente volvíamos a lo mismo ha hecho que no me apeteciese”, apunta.
Sin lugar a dudas, todas coinciden en que este año les ha cambiado la vida a nivel laboral, pero también personal. “Hemos perdido parte de esa humanización que llevamos muchos años intentando conseguir. Ahora vivimos la enfermedad solos, la muerte se vive sola y es muy duro”, reconoce Esperanza.
Atención al paciente
Pilar lo cree igual. En su hospital, han pasado de ser una UCI de puertas abierta, donde la familia era una parte de esa asistencia al paciente, a una atención de guerra. “Una atención de guerra en la que llegaba el paciente, le estábamos poniendo en antecedentes de que le íbamos a dormir para luego despertarle y sus móviles no paraban de sonar en horas hasta que se acababan las baterías”, destaca.
Carla, matrona y fundadora de “Matrona para mí”, afirma que esto también le ha dado una enseñanza y le ha ayudado a no conformarse. “Me ha hecho ver que no me podía estancar, había muchas madres y padres que sentían falta de apoyo durante el embarazo y la pandemia me ha dado el empujón para algo que ya tenía pensado, crear una empresa. En seis meses, de estar sola, he pasado a tener más de 55 matronas contratadas y 35 ciudades cubiertas”, explica.
Mabel, aunque admite estar cansada, asegura que la pandemia le ha hecho ver que eligió bien su profesión porque es vocacional, pero considera que es necesario un reconocimiento por todo lo que se está haciendo y “que se nos respete”. Igual que ella opina Esperanza: “Hemos visto que casi valemos para todo, nos pongan donde nos pongan, sacamos el trabajo, pero sí es necesaria una especialización y darle un poquito más de importancia a la salud pública. En el primer mundo, pensábamos que la teníamos ganada y el COVID-19 nos ha hecho ver que no”.
Contagios
Para Elena, lo más duro es revivir esos momentos del principio y en el momento en el que empiezan a subir otra vez los contagios y las muertes, todos los compañeros se ponen un velo porque no quieren volver a ver esas escenas. “Gracias a que vinieron a organizarnos Médicos del Mundo, en la urgencia ahora trabajamos de otra manera y creemos que no se va a repetir. Fueron escenas dantescas”, dice mientras reconoce que se le pone la piel de gallina al recordarlo.
Pilar cuenta también la dureza de ver partir a tanta gente en soledad. “Es difícil ponerse en el lugar de alguien que llega con miedo a la UCI, que no ve a su familia y que no sabe si la volverá a ver”, destaca. “Como dice mi compañera, lo más duro es el hecho de que los fallecimientos se hacían solos, el tener que separar a la familia de esas personas que iban a fallecer solas; acompañadas por nosotros, pero nunca es lo mismo”, resalta David.
No tienen duda, están hechas de otra pasta. “Creo que hay que tener vocación para aguantar lo que estamos aguantando; si no, no estaríamos donde estamos”, asegura Mabel. Por su parte, Elena considera que también es muy importante el compañerismo: “Si en algún momento has tenido un mal día, tu compañero está apoyándote.
Cuando tienes un buen equipo, todo se lleva mejor”.
Vacuna
Tras nueve meses de lucha incansable, un avión con las primeras vacunas aterrizaba en España. Araceli Hidalgo fue la primera en recibir la dosis de manos de Carmen Carboné, pero ella sólo era el inicio de una de las campañas de vacunación más ambiciosas de la historia. Unas imágenes que abrieron todos los informativos del día y que suponían el principio del fin; eso sí, un fin que todavía está lejos. “Fue algo muy deseado y esperado. La vacuna del COVID nos ha hecho ver que cuando hay un objetivo se acelera la burocracia”, manifiesta Mabel.
Unión
Aprendizaje, crecimiento, unión y cuidados. Cuatro palabras que en este último año han cobrado todavía más importancia si cabe. Ellas son sólo un ejemplo de todas las enfermeras que se pusieron a disposición de la población desde el primer momento, continúan haciéndolo ahora y continuarán siempre. Y así, con entrega y dedicación, miles de enfermeras han sido protagonistas indiscutibles del año que cambió los cuidados.