ALICIA ALMENDROS.- Hoy 11 de marzo de 2022 se cumplen 18 años del mayor atentado de la historia de España. Para homenajear a todas las enfermeras y enfermeros que estuvieron ese día prestando sus cuidados, a continuación reproducimos un reportaje de la revista ENFERMERÍA FACULTATIVA que se publicó en 2014, con motivo del décimo aniversario de la tragedia:
Era hora punta el 11 de marzo de 2004 cuando diez explosiones casi simultáneas, en cuatro trenes de cercanías de Madrid, despertaban a los madrileños es el mayor atentado de la historia de España. El desconcierto y la desolación se palparon en todo el país durante los siguientes minutos, en los que llegaban las primeras noticias a las emisoras de radio y a los canales de televisión. España, y en concreto Madrid, se volcó con el suceso. La solidaridad fue el arma de batalla en cada una de las estaciones.
Solidaridad
Fueron muchos los que se lanzaron a las vías, sin conocer a ningún pasajero, a socorrer a los afectados hasta que llegaron las primeras ambulancias. O simplemente se dirigieron a los hospitales más cercanos a donar sangre, mientras la impotencia se apoderaba de ellos. Un total de 192 muertos y más de 1.800 heridos completaron las cifras de este brutal atentado. Médicos, enfermeros y sanitarios en general vivieron este día una de las jornadas más estremecedoras que podían haber imaginado. Los hospitales activaron el Plan de Emergencias y cualquier rincón fue bueno para situar los hospitales de campaña y empezar a auxiliar a los primeros heridos.
Un gran equipo
“Yo libré ese día, y llamé en cuanto vi lo ocurrido y me vine a trabajar. No fui consciente de la envergadura de lo sucedido hasta que entré en el hospital”, explica Beatriz Gómez, supervisora de Críticos del Hospital Clínico San Carlos. Beatriz recuerda que todos estaban impactados, “no hicimos comentarios de lo ocurrido hasta bien entrado el día, creo que no éramos capaces de asimilarlo. No recuerdo bien cuantos pacientes llegaron, lo que sí recuerdo es que éramos dos enfermeras y un médico por cada paciente que ingresó, y no paramos en todo el día”, prosigue. En aquellos momentos, todo el personal de los hospitales fue necesario, “las de la limpieza para agilizar las altas, las auxiliares para traernos el material, los celadores haciendo traslados… Tengo la sensación de que todos fuimos importantes e hicimos bien nuestro trabajo”, puntualiza.
Hoy, diez años después del 11 de marzo, son varias enfermeras las que cuentan, de viva voz a ENFERMERÍA FACULTATIVA, cómo vivieron ese día que dejó perplejos a los españoles.
Los pacientes nos cogían de la mano queriendo salir del horror”
Raquel estaba terminando la jornada nocturna del 10 de marzo cuando llegaron las primeras informaciones. “Había sido una noche más, sin nada especial que reseñar; pero antes de finalizar el turno nos llegaron las primeras noticias, al parecer había habido una gran explosión en un tren”, explica. Era pronto, y no tenían más información, “prácticamente todos los profesionales que habíamos trabajado en el turno de noche nos quedamos a la espera de más noticias, por si éramos necesarios. Sinceramente jamás hubiera imaginado vivir lo que viví ese
día. Somos un hospital de referencia y estamos acostumbrados a recibir a muchos pacientes con todo tipo de patologías y en todo tipo de circunstancias, incluidos atentados terroristas previos, pero este superó con creces todo lo conocido hasta entonces”, argumenta. Para ella, lo más difícil no fue una complicación técnica o de falta de conocimiento sobre alguna patología, sino soportar sensaciones. “Eran momentos muy duros. Los pacientes no hablaban, no se quejaban, a pesar de las enormes lesiones que presentaban, sus miradas estaban perdidas, y había un olor a sangre y carne quemada que reconocer y podré identificar siempre”. El principal problema era la identificación de los afectados, “nuestros responsables pensaron una solución rápida, y para identificar a los pacientes y toda su documentación clínica, pegatinas numéricas que se habían preparado para el efecto 2000 y que continuaban guardadas”. Su trabajo en esas circunstancias es muy técnico, atención en PCR, control de hemorragias… y mucho apoyo emocional. “Los pacientes te cogían de la mano como queriendo unirse a algo que les hiciera salir del horror en el que se encontraban.
La enfermería de urgencias fue clave para coordinar el trabajo de todos los profesionales, asegurando que los pacientes recibían una atención integral”, finaliza.
Sobrecogía el silencio y la expresión de espanto de los primeros afectados”
“Poco antes de llegar al hospital la radio emitía datos confusos. No quería ni podía entender qué sucedía. Relataban algo sobre unas explosiones que se acababan de producir en la estación de Atocha. Se trataba de un acontecimiento que superaba cualquiera experiencia previa”, explica Ana Chato. A las nueve y cuarto de la mañana empezaron a llegar los heridos en ambulancias, coches particulares, coches de policía… “y en un autobús de la EMT venían 40 afectados. La llegada de este autobús fue una de las cosas que más me impresionó, eran heridos leves, pero sobrecogía su silencio, su expresión de espanto, estremecidos por el dramático suceso del que, sín querer, habían sido protagonistas”, prosigue. En el hospital se habilitó un espacio para custodiar los efectos personales recogidos por los compañeros en el escenario, “los teléfonos móviles sonaban con desesperación en el interior de los bolsos… Sentíamos impotencia al no poder contestar a esas llamadas, por temor a no dar una respuesta acertada a las personas que buscaban sin descanso a sus familiares”, relata. En una situación como la acontecida el 11M, realizar un proceso de priorización en la atención es fundamental, “la clasificación inicial de pacientes realizada por la enfermería fue clave, ya que permitió la identificación rápida de los heridos en situación de riesgo vital y la asignación del lugar con los medios adecuados para el tratamiento y la atención de cada paciente”. Este tipo de acontecimiento deja bien patente la vulnerabilidad de nuestras vidas, “hubo dos cuestiones que me hicieron reflexionar profundamente; de un lado, el movimiento solidario de toda la ciudadanía y de otro, el espíritu incondicional de todos los profesionales y trabajadores sanitarios ante aquellos hechos tan desgraciados”, finaliza.
En planta no sabíamos la magnitud de lo que pasaba”
“Recuerdo ese día con mucho estrés y una entrega absoluta”, explica Celia Contreras. En la fecha en la que tuvieron lugar los atentados Celia trabajaba en la planta de traumatología del Hospital Clínico San Carlos. “Era una zona donde se suponía que iba a haber muchos ingresos, así que teníamos que desalojar un poco para cuando vinieran los pacientes procedentes de urgencias. En planta no había posibilidad de comunicación con el exterior y no funcionaban los móviles. Pasamos un momento de angustia por los pacientes que venían y porque teníamos familiares fuera, y no sabíamos nada de ellos”, comenta Contreras. Para Celia lo más complicado ese día fue la poca información que llegaba. “Estábamos preparados a nivel asistencial y a nivel organizativo para posibles subidas de pacientes, pero realmente no sabíamos cuál era la magnitud de lo que estaba pasando fuera. La mayoría de los afectados venían con fracturas, heridas de metralla… A nosotros nos llegaban después de haber pasado por urgencias, por el quirófano o por la UVI, y llegaban un poco mejor. La labor primordial de los enfermeros fue asistencial, teníamos que valorar cuáles eran los pacientes que teníamos que atender primero. Había algunos que se podían dar de alta, y por tanto eran prioritarios para dejar libre la planta para posibles ingresos. Tuvimos que llamar a los familiares para que vinieran a recoger a los pacientes que se iban de alta porque las ambulancias estaban totalmente colapsadas atendiendo la situación de emergencia”, relata. “Lo viví con un poco de angustia al principio, como todo el mundo, porque son situaciones que te vas encontrando, pero en el hospital nosotros afrontamos situaciones comprometidas y esta fue una más que hay que asumir y ya está”, concluye.
No mire el reloj, es como si ese día no hubiese tenido minutos”
Carmen Blanco era supervisora de urgencias cuando sucedió el 11M. “Todo ocurrió tan rápido que no dio tiempo a nada. No miré el reloj desde las siete de la mañana, que fue cuando entré al servicio, hasta las seis de la tarde. Es como si en ese día no hubiese habido minutos ni segundos”, comenta Blanco. “Llegaron pacientes con todo tipo de heridas, con cristales clavados, cortes, gente en estado de shock… En el hospital tenemos un plan de catástrofes que nunca pensé que íbamos a usar. Actuamos de acuerdo al protocolo del plan de catástrofes externas”, explica. “La primera fase es dejar vacíos los boxes, y después hay que continuar con el protocolo. Me puse en contacto con la dirección, que es lo primero que debemos hacer, y empecé a trabajar con mi gente. Lo primero de todo fue distribuir al personal que debía estar en la puerta para identificar los casos”, relata. Para ella una de las cosas más duras fue no poder dar información, “llegaban familiares buscando a los suyos para obtener respuesta, y aunque la sabía no se la podíamos dar, porque vino una orden del Ministerio que había que enviarlos a IFEMA”, relata. El trabajo de los sanitarios fue fundamental, “la enfermería me parece que fue importante tanto en asistencia como en la organización, sobre todo la gente que estaba en clasificación. El comportamiento del personal con el que trabajé estuvo impresionante”, comenta. Aunque explica que su vida no ha cambiado en nada, afirma que el 11M le sirvió para ratificarse en que ha elegido la profesión que le ha gustado desde siempre. “Aunque no me había pasado en primera persona, estaba como todos los españoles, perpleja. Al sentarme al final de la jornada con mi compañera, tras la tensión de todo el día, nos miramos y nos pusimos a llorar. Todos los sentimientos se te vienen a la mente, y piensas que lo has hecho lo mejor que has podido. Fue un momento de desahogo personal, de todos los sentimientos e imágenes que vienen a la mente”, puntualiza.
Había un silencio solo roto por lo móviles de los bolsos que trajeron”
“El 11M fue un día extraño, a la cantidad de sirenas que empezaron a sonar desde muy temprano, siguió un trabajo frenético, con un silencio casi sólo roto por los móviles de los bolsos y mochilas que habían traído, y a los que nadie contestaba”, relata María Jesús Tomey. La jornada en el hospital fue complicada, “lo primero que tuvimos que hacer fue la clasificación de los pacientes, ya que hubo una afluencia masiva de lesionados físicos.
Se estableció un primer sistema de separación en la calle, antes de entrar al servicio de Urgencias, y después se hicieron más clasificaciones en lugares improvisados para ello, hasta su ubicación definitiva. En la UCI la mayoría de los afectados llegaron con problemas respiratorios, secundarios a la onda expansiva, cortes y quemaduras”, comenta.
La organización en el hospital fue muy buena: “hubo mucha colaboración por parte de todo el mundo. La gente que se personó en el hospital a pesar de no ser su turno de trabajo, hubo asistencia con los equipos portátiles de diagnóstico para intentar valorar a pie de cama, aunque a algunos pacientes no quedó más remedio que trasladarles a salas de Radiodiagnóstico, como TAC. Fue crucial el desempeño de la enfermería para intentar que todo funcionase de manera lo más ordenada posible”. La información fue difícil por la falta de identificación de algunos pacientes. “La identificación fue fácil en aquellos que llevaban la documentación encima, pero muchos no la llevaban y no eran nadie”. María Jesús reconoce que ese día se sintió más vulnerable que nunca, “me sobrecogió la actitud de muchos enfermos que, estando ingresados en el hospital, se fueron de alta para que pudiéramos atender a los que venían del atentado, y resultó estremecedor el silencio en el que se encontraba el hospital, a pesar del caos reinante”, concluye.
Es importante unos minutos de calma en todo el barullo inicial”
María Jesús Simón era supervisora de la UCI, del Hospital Clínico San Carlos, el 11M. “Recuerdo ese día como una pesadilla, aunque realmente fui consciente de lo que había vivido y la magnitud de lo que había pasado cuando llegué a casa”, explica. “Lo más complicado es observar la vulnerabilidad del ser humano y la muerte sin sentido… Recuerdo a un hombre joven que falleció enseguida, casi nada más ingresar, estaba solo, sin identificar y cada vez que lo veía pensaba: ha salido a trabajar como todos los días y ahora está aquí muerto, como un desconocido y seguro que hay alguien buscándolo”, relata Simón. Traumatismos torácicos, craneoencefálicos, fracturas óseas y sobre todo traumatismo timpánico, eran las principales patologías a las que se tuvo que enfrentar María Jesús. “En nuestro hospital dejamos la unidad de Neuropolitrauma para recibir a los pacientes del atentado. Había que aumentar el stockage de determinados productos sanitarios y farmacéuticos, y por supuesto, reforzar el personal de enfermería, pero teniendo en cuenta que no solo era ese momento, sino las 24 horas, y a lo mejor durante uno o dos días, por ello eran importantes unos minutos de calma en todo el barullo inicial, para racionalizar los recursos que necesitaban y se iban a necesitar, reevaluando continuamente la situación, de forma que se pudiesen ir sustituyendo sin llegar al agotamiento”, argumenta.
“Ese día, como siempre, formamos parte de un equipo en el que todos funcionamos, desde mi punto de vista, muy bien. La diferencia con el resto de días fue que hicimos como el resto de la población, aportar nuestro grano de arena con lo que mejor sabemos hacer: cuidar, sin importarnos horarios, turnos, libranzas… intentando compensar a las víctimas en su desgracia”, finaliza.
Fuimos la segunda unidad en llegar a Atocha”
Pedro Ruiz empezaba su jornada laboral a las 7 de la mañana cuando media hora más tarde la ambulancia del Samur en la que trabaja recibió el aviso de los atentados. “Fuimos la segunda unidad de soporte vital avanzado en llegar a Atocha. Tuvimos que desdoblarnos porque dentro de los afectados debíamos saber cuáles estaban más graves, y ver cuáles tenía una mayor posibilidad de supervivencia», explica Ruiz. El enfermero reconoce que la situación fue muy estresante, “había muchos heridos y no se podía atender a todos, habían algunos que reclamaban nuestra atención pero no podíamos asistir a todos”.
Para él, la organización previa en cuanto se activa el procedimiento por un incidente de este tipo es muy importante. “En el 11M la enfermería tuvo un papel organizativo relevante, y una labor asistencial significativa en el que realizamos todo tipo de técnicas sobre los pacientes en los que intentamos mantener la vida e intentar una nivel supervivencia lo más alto posible”.
Como docente de la Escuela de Ciencias de la Salud, explica que preparan a los alumnos a la intervención en catástrofes. “Empezamos por dar pautas para que empiecen a trabajar un lugar seguro, es decir no podemos acceder a sitios que sean inseguros ni donde pongamos en riesgo nuestra vida. Partiendo de ahí es importante que se haga una buena clasificación de las víctimas que hay, porque a veces los recursos son insuficientes y hay que atender a aquellas víctimas graves y dentro de estas aquellas que más posibilidad de supervivencia tengan. En los cursos les hacemos métodos de abordaje con simulacros para intentar que se “acostumbren” para este tipo de incidentes”. Aunque lleva mucho tiempo trabajando en emergencias, explica que estás situaciones le impactan “nunca nos acostumbramos a ello pero te adaptas para hacer todo lo posible por los pacientes”, argumenta