GEMA ROMERO.- Un programa educativo sobre comportamientos saludables dirigido a adultos jóvenes logra importantes beneficios en términos de salud cardiovascular, según ha demostrado el ‘Estudio Familia’, llevado a cabo por el director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), Valentín Fuster.
Los hallazgos, publicados en el Journal of the American College of Cardiology (JACC) y que se han presentado en las sesiones científicas de la Asociación Americana del Corazón, han demostrado que “una imagen vale más que mil palabras”. Y es que, cuando se mostró a los participantes del estudio las imágenes obtenidas con técnicas de ultrasonido tridimensional avanzadas de las placas en sus arterias, la adhesión al programa era mayor y servía para concienciar sobre el estilo de vida y, a largo plazo, mejorar su salud cardiovascular.
El estudio es parte de un ambicioso esfuerzo internacional de intervención temprana en los hábitos de vida en la edad infantil y adolescente. Los resultados que ahora se presentan son la continuación de un estudio de promoción de la salud exitoso que involucró a más de 500 niños y niñas en edad preescolar en 15 escuelas de Harlem (Nueva York), con una población predominantemente afroamericana y latina, grupos que experimentan un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular.
En esta segunda fase, el objetivo era ver el impacto que tenían estos programas sobre los cuidadores – padres y madres, miembros de la familia y personal del colegio- de estos niños. “Los resultados muestran que si los adultos siguen y se adhieren a sencillos programas educativos se pueden obtener resultados positivos y reducir sus factores de riesgo cardiovasculares”, ha subrayado Fuster.
El programa formativo
Como explica Valentín Fuster, en declaraciones a DiarioEnfermero.es “el programa constaba de 38 horas de trabajo en el aula durante cuatro meses en los que los profesores formaban a los niños sobre diferentes aspectos: alimentación, conocimiento del cuerpo y corazón, actividad física y gestión emocional. Durante este período, los padres y madres también participaron en el programa con 12 horas de actividades específicas con sus hijos los fines de semana, incluyendo la compra de fruta fresca en el supermercado y el fomento de la actividad física evitando un comportamiento sedentario”.
Aunque la educación fue impartida a los alumnos por el profesorado de la escuela, “el programa educativo fue diseñado por personal sanitario, psicólogos y educadores de distintas especialidades. Este mismo personal, además, realizó la formación al profesorado previa a la implementación del programa en la escuela (formación en cascada)”, ha destacado el también director del Hospital Mount Sinai (Estados Unidos).
“FAMILIA ya ha demostrado que la educación temprana es efectiva en la edad infantil y estos nuevos resultados indican que los métodos de bajo coste pueden promover la salud también entre los padres y el personal de la escuela. Esperamos que con el tiempo podamos integrar este proyecto en las escuelas de todo el país para ayudar a más familias, especialmente aquellas en comunidades vulnerables”, ha señalado Rodrigo Fernández Jiménez, primer autor del artículo, e investigador Marie Skłodowska-Curie del CNIC.
Hallazgos
Tras finalizar el período de intervención, se calculó el cambio en la salud cardiovascular de todos los participantes a través del índice validado de salud Fuster-BEWAT, que contempla cinco indicadores de salud: presión arterial, actividad física, índice de masa corporal (IMC), consumo de fruta y verdura y consumo de tabaco.
Y aunque los resultados mostraron que tanto los grupos control como de intervención mejoraron modestamente su puntuación del índice BEWAT sin diferencias entre ellos, los investigadores observaron algunos hallazgos importantes.
Por ejemplo, los participantes que se adhirieron al menos en un 50% al programa de intervención obtuvieron más beneficios en términos de salud y en su puntuación en el índice BEWAT en comparación con los que atendieron menos del 50% de las sesiones programadas.
Además, “ver imágenes de su placa de colesterol en las arterias y comprender lo que mostraban las imágenes tuvo un gran impacto”, según Fuster. Por ello, según los investigadores, una intervención precoz cuando la enfermedad no ha dado síntomas sí se puede detectar con pruebas sencillas como las técnicas de ultrasonido tridimensional, podría evitar futuros eventos cardíacos como un infarto o un ictus.
“Sabíamos ya que una intervención temprana es efectiva en niños en edad preescolar –señala Fuster-. Ahora ya hemos visto que este programa también puede promover conductas saludables entre sus padres, madres y personal de la escuela, y tener un impacto de mayor alcance”.
Para Rodríguez Fernández “el personal de enfermería juega un papel clave en todo lo relacionado con la educación para la salud en la comunidad, tanto en materia de prevención como de promoción. El colegio como parte de la comunidad debe ser parte de su ámbito de actuación y de hecho existen multitud de iniciativas de educación sanitaria en los colegios a cargo de personal de enfermería”.
Si se extendiese esta figura, “los colegios se beneficiarían de contar con una figura como la enfermera escolar que se encargase tanto de la atención sanitaria y seguimiento de niños y niñas con condiciones particulares como de fomentar hábitos de vida saludable. Otra cosa diferente es la factibilidad de esta actuación desde el punto de vista de recursos humanos y económicos necesarios para llevarla a cabo”, ha subrayado Fernández. A su juicio, “una alternativa es la formación en cascada, como la utilizada en el proyecto FAMILIA. En este tipo de formación, el personal sanitario, entre otros profesionales, diseña y supervisa la implementación del programa además de realizar la formación a los actores (profesores, coach, líderes del grupo) que después impartirán el programa educativo en sí en la comunidad”, ha destacado.
Para Valentín Fuster los beneficios son claros: “el conocimiento y empoderamiento desde edades tempranas es un elemento clave para el mantenimiento de hábitos saludables a lo largo de la vida. A su vez, pueden influir en sus cuidadores y educadores y transmitir en un futuro esos mismos valores saludables a la comunidad. Esto se puede traducir en una reducción de los factores de riesgo cardiovascular, como la obesidad o la hipertensión arterial, y a largo plazo potencialmente en una disminución de la probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares, como el infarto de corazón o el ictus, entre otras enfermedades”, ha finalizado.