ALICIA ALMENDROS.- “Empecé con tos el viernes 13 de marzo y no le di mayor importancia ya que el fin de semana había hecho buen tiempo y pensé que ese era el motivo por el cual tenía la tos”, explica Gema López, enfermera contagiada por COVID-19. El domingo su hija empezó con fiebre y con dolor de garganta “y tampoco le di mayor importancia, pero el marte cuando pedí hora con la pediatra me comento por teléfono porque ya estábamos en confinamiento que a todos los niños se les trata como sospechosos de coronavirus, pero al colgar la llamada pensé que ella llevaba una semana en casa sin salir y que alguien tenía que haber sido el vector. A parte de tener tos, llevaba dos días que me levantaba con mialgias y un dolor de cabeza atípico pero lo achacaba a que era el cansancio acumulado, pero ya eran muchos síntomas. Ese día me puse en contacto con Salud laboral y me mandaron ir hacerme la prueba. Al día siguiente me dieron el positivo en COVID-19. La niña afortunadamente mejoró a los dos días y a día de hoy está estupendamente”, añade.

Gema es enfermera de Urgencias en el Hospital Universitario Fundación Alcorcón (Madrid). Allí empezaron a tener pacientes sospechosos, y luego confirmados de COVID-19, la última semana de febrero. Ella desde que le comunicaron el positivo está aislada. “Me aislé en la habitación principal que tiene baño, y mi marido y la niña en el resto de casa. Mientras tanto yo con guantes y mascarilla e intentando salir lo menos posible de la habitación, y si salía pues con el trapo y la lejía para desinfectar todo lo que tocaba”, expone. Para ella son días duros, “lo más difícil es ver que no puedes estar haciendo tu trabajo ni ayudar a quien tanto lo necesita”, subraya. El papel de la enfermería está siendo fundamental, “la afluencia de pacientes está siendo tan grande que lo que más preocupa es poder tener el material que necesitamos y atender a la población con seguridad. Una vez que acaba mi jornada hay que volver a casa con la familia, mucha de ellas con niños pequeños y con familiares que son población de riesgo como es mi caso, esto es difícil de manejar emocionalmente. Oír a mi niña llorar desde la habitación y no podemos salir a consolarla, o no poder ver a mi madre, es lo que peor llevo ahora mismo”.

Cambios diarios

Los protocolos cambian casi a diario. Gema sigue en aislamiento, pero reconoce que “las primeras semanas antes de que empezara el caos veíamos a los pacientes sin las medidas actuales. Ahora nos vestimos desde el minuto uno y antes era cuando el médico sospechaba. En ese momento ya le habíamos canalizado la vía venosa, le habíamos realizado un electro y una radiografía. Ahí era cuando nos avisaban de la sospecha y nos poníamos los EPI y al paciente se le aislaba. Actualmente estamos protegidas desde que el paciente entra por la puerta”.

Y es que los síntomas varían de un paciente a otro. “Yo lo definiría como unos síntomas gripales atípicos. La verdad que he tenido días que sobre todo por la tarde empeoraba respiratoriamente, me costaba más respirar, me quede sin gusto y sin olfato y días de mucho cansancio”, explica. “Para los pacientes también está siendo duro. Sobre todo, la soledad a la que están sometidos. Nosotras intentamos mostrarles cariño y compresión. Desde aquí me gustaría decirles que esta batalla la vamos a ganar, que no están solos y que tienen que ser fuertes”, finaliza.

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