RAQUEL GONZÁLEZ.- “Nunca había visto algo así, un virus que se contagiara de esta manera. Estamos acostumbrados al manejo de pacientes infecciosos, pero no a esto”. Quien lo cuenta es Agustín Vázquez, enfermero. Trabaja en el turno de noche en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y asegura que “no se ha dicho toda la verdad”.
Solía ir a trabajar en transporte público, pero ahora no se atreve. Prefiere ir en coche porque sabe que es un posible foco de contagio, sabe que cada día se expone al virus y la falta de equipos de protección no le garantiza que no pueda estar infectado. Por eso, él y otros compañeros se autoimponen la cuarentena: “no tengo contacto con nadie más allá del hospital. Por supuesto, hace más de quince días que no veo a mi madre, pero ni a mi madre -a la que no sé cuándo voy a volver a ver- ni a nadie más. Apenas salgo ya más que a comprar el pan. Fuera del hospital, vivimos en absoluto aislamiento”.
“Esto no es lo que nos habían dicho”
El número de pacientes no deja de crecer y reitera que “esto no es lo que nos habían dicho”. No afecta sólo a personas mayores y a pacientes con patologías previas. Ya no son excepcionales los casos de jóvenes que están graves a causa del coronavirus y también hay niños ingresados en infantil.
“Muchos de estos pacientes -adultos- están inconscientes e intubados. Estamos aprendiendo sobre la marcha. Hemos visto que decúbito prono evolucionan mejor. Así que les estamos dando la vuelta, pero para eso hacen falta varias personas. Impresiona verlos así. Y los que están conscientes están realmente preocupados, muy nerviosos. Apenas nos permiten hablar con ellos. Nos piden que el contacto sea mínimo, así que cuando podemos entrar a verles intentamos tranquilizarles, pero no es fácil. No tenemos tiempo y los equipos de protección son muy incómodos, pasamos muchísimo calor y las mascarillas nos presionan mucho en el puente de la nariz y la visera en la frente y acaban provocándonos heridas que nos hacen sangrar por la nariz. Así que nos ponemos crema para protegernos de las heridas. Además, apenas hay ya mascarillas y nos dicen que las reutilicemos, con el riesgo que eso conlleva”. En cuanto a la falta de material, reitera, “es muy importante que esto se diga, que se pongan las pilas para traerlo de donde sea”.
Faltan camas y en las habitaciones hay más pacientes de los que debería haber, pero no queda otra. Los profesionales también tienen miedo, nos dice, y recurren a las toallitas para desinfectar las gafas para hacer lo propio con sus móviles. “Sé que quizás no deberíamos hacerlo, pero el virus puede estar en cualquier parte y no nos fiamos así que intentamos protegernos como podemos”, reconoce.
Es el día a día, un día a día que se está haciendo cada vez más duro y que anticipa un futuro incierto. “Muchos de estos pacientes que están ingresados en la UCI con distrés respiratorio van a tener una estancia media de un mes o mes y medio, eso, si no tienen complicaciones”. Nunca había visto algo así”, repite. “Esta situación sólo es comparable al 11M, con la diferencia de que hoy todos estamos expuestos y esto sigue creciendo”.