ÁNGEL M. GREGORIS.- Cuando en marzo comenzaron a llegar pacientes de forma masiva a todos los hospitales de España, el sistema tuvo que reestructurarse rápidamente para dar respuesta a la atención de miles de personas con COVID-19. Una enfermedad desconocida a la que no se dio en un principio la importancia que merecía y que ha terminado convirtiéndose en una de las crisis sanitarias más duras de la historia reciente. Casi un millón y medio de muertos en todo el mundo que pusieron en jaque al sistema sanitario de todo el planeta.
El Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, realizó una reconversión progresiva a medida que iban ingresando pacientes en el centro. En el pico más alto de la pandemia, llegaron a albergar hasta 100 enfermos críticos. “Empezamos por la Unidad de Críticos Quirúrgicos y fuimos habilitando espacios a medida que fueron necesitándose. Reconvertimos las UCIs no COVID en UCIs COVID e incluso llegamos a disponer de la UCI de Pediatría y convertir también el hospital de día quirúrgico pediátrico y el quirófano en UCIs”, explica Beatriz Martín, enfermera adjunta del Área de Críticos del hospital madrileño.
Salvar vidas
En esos momentos, la gestión fue clave para sacar adelante y salvar la vida del mayor número de personas. Y dentro de esta gestión estuvo la enfermería, la profesión más cercana al paciente y la encargada de realizar las tareas más expuestas al virus durante la jornada. “Organizar el hospital para dar una atención óptima a los afectados ha sido un trabajo ímprobo, con la colaboración de todos y bajo la tutela de la dirección de Enfermería. Todas las áreas del hospital se volcaron con aquellas que estaban más necesitadas de recursos humanos, materiales y aparataje. Se organizó un grupo de adjuntos y supervisores que coordinaron el volcado de profesionales a nuestras unidades, además de una contratación muy importante que se hizo”, afirma Martín.
De la misma forma lo vivió y sigue viviéndolo también Juan Miguel Alcaide, supervisor de la Unidad de Críticos Quirúrgicos del hospital. “Fue una gestión con mucho apoyo y mucha dedicación. Tuvimos que cambiar de manera radical en muy poco tiempo. Dedicamos muchas horas y mucho esfuerzo. En definitiva, una labor encomiable de entrega y dedicación del personal estructural fijo que está de forma habitual. Pasados 15 o 20 días empezó a llegar personal de otras áreas y siempre estaban acompañados por alguien experto de la unidad que los formaba”, subraya Alcaide.
Formación
Esta formación era imprescindible porque, tal y como recuerda Martín, el manejo de los pacientes críticos debe hacerse por personal formado. “Hemos hecho un esfuerzo grandísimo para formar en tiempo exprés a gente que venía sin saber lo que era un respirador. Es básico que esto nos enseñe que debe existir una especialidad”, destaca la adjunta, que lleva más de 20 años trabajando con críticos. El supervisor también pone en valor ese esfuerzo, “que fue gracias a la labor del personal fijo y a la voluntad de los recién llegados por querer aprender”.
La primera ola dio paso a una desescalada a nivel nacional por la bajada de contagios. De igual manera que la reconversión había sido progresiva en el hospital, la desescalada también se hizo dependiendo de las necesidades. “Nunca llegamos a relajarnos por completo. En algunas ocasiones, sobre todo en julio, hubo días que no llegamos casi a tener ningún paciente, pero teníamos un plan de escalada. En septiembre, volvimos a habilitar nuevas camas y fuimos abriendo los controles de nuevo para atender a los pacientes de la segunda ola. Ahora, hemos procurado que la zona COVID sea la misma dentro del hospital para no tenerlos disgregados y evitar al máximo la transmisión”, puntualiza Martín.
Emociones
Como gestores, Martín y Alcaide también han tenido que enfrentarse a una gestión de las emociones. Profesionales exhaustos, muy cansados y estresados llegan cada día al hospital para continuar con su labor de cuidados, pero cada vez se hace más duro. “Hemos tenido que manejar situaciones de ansiedad, lloros, secuelas psíquicas… incluso el hospital puso a disposición de los profesionales la ayuda del servicio de Psicología y Psiquiatría. Al final, son ocho meses trabajando en este tema y eso afecta”, asevera Juan Miguel Alcaide.
Meses duros
A pesar de todo el esfuerzo y el cansancio, ambos coinciden en que estos primeros meses tan duros “han sido una lección de vida”. “Nadie imaginaba que nos tuviésemos que enfrentar a algo así. A mí me ha hecho redescubrir mi profesión y enamorarme de nuevo de la enfermería; ver que el enfermero, ocupe el puesto que ocupe, su misión es cuidar del paciente. Muchas veces se considera que estamos alejados del enfermo y a mí me ha hecho volver a acercarme a él. Sobre todo, la pandemia me ha hecho ver que estoy rodeada de buenas personas y profesionales que se han dejado la piel, que no han preguntado, que lo han dado todo y que han antepuesto el cuidado del paciente a sus miedos”, concluye la enfermera adjunta.