ÍÑIGO LAPETRA.- Presentada al público como “la película más terrorífica de los últimos tiempos” o “la historia más aterradora desde El Exorcista”, Hereditary es en realidad un intento fallido de generar originalidad en el ya suficientemente manido universo del cine de terror. Y es que normalmente, cuando una película se presenta así ante el gran público, deberíamos sospechar que nos están intentando dar gato por liebre. Las grandes obras (léase grandes referido al sentido artístico y no al presupuestario) cinematográficas no necesitan compararse con ninguna otra, ya de por sí generan el suficiente interés como para tener vida propia desde el primer minuto.

La película cuenta la vida y miserias de una familia de clase media americana, los Graham, que tras la muerte de la abuela materna se ven obligados a enfrentarse a una maldición que va in crescendo. Consiste en una especie de acoso paranormal y agónico que persigue sin tregua a la madre del matrimonio interpretada por Toni Collette y a sus hijos encarnados por Milly Shapiro y Alex Wolff. Tampoco quedara indemne el padre de familia interpretado por un contenido Gabriel Byrne al que le han asignado algunos de los diálogos más hilarantes de su carrera y como muestra la llamada telefónica donde, con pasmosa tranquilidad, informa a Toni Collette que el hijo de ambos se cree perseguido por “terribles demonios” en el instituto.

Ópera prima

Es cierto que esta película, ópera prima de Ari Aster, consigue en su primera parte crear un cierto ambiente claustrofóbico y malsano, sin embargo, la ausencia total de acción durante largos espacios de tiempo lleva a espectador al hartazgo. La trama se va desvelando con cuentagotas y la película, que dura más de dos horas, se hace eterna al espectador que acaba mirando el reloj de forma compulsiva.

Hereditary es una película fallida que no da miedo y ni por asomo, quizás sí un poco de angustia en los primeros momentos, donde asistimos a la desesperación de una madre afligida por todo tipo de desgracias. Sin embargo, la resolución de la historia es caótica y algunas de las escenas finales provocaron carcajadas en la sala donde la vi. De hecho, la comparación que han pretendido hacer sus productores con El Exorcista resulta ser un insulto al sentido común, porque cuando sales de la sala ni has pasado miedo, ni te han dado un solo susto, y encima, cuando llegas a casa duermes plácidamente. Es decir, todo lo contrario que con la mítica obra de William Friedkin.