ÁNGEL M. GREGORIS.- Hace ya casi medio siglo desde que las tablas del Broadhurst Theatre, de Broadway, se transformasen en el Kit Kat Club, un local nocturno del Berlín de los años 30 en el que su estrella principal, la cantante inglesa Sally Bowles, se enamora del escritor norteamericano Cliff Bradshaw que llega a la ciudad buscando inspiración para escribir su nueva novela.
Después de haberse representado en más de 50 países y traducido a más de 30 idiomas, Cabaret vuelve a España por tercera vez, con una nueva producción y un nuevo elenco, encabezado por Cristina Castaño, Edu Soto y Dani Muriel. El Teatro Rialto, situado en plena Gran Vía madrileña, acogerá hasta el próximo mes de enero, de momento, la representación de esta versión de la obra, dirigida por Jaime Azpilicueta.
El musical, que inspiró años después la película del mismo nombre ganadora de ocho premios Óscar y que encumbró a la fama a la mítica Liza Minelli, traslada al público a otra época, a otro ambiente y a otro mundo. Por-que a pesar de la época en la que vivían los personajes, la música, la juerga y el amor siempre estaban presentes en la noche berlinense. Y es que el Kit Kat Club escenifica la convivencia entre el imparable crecimiento del nazismo y la fingida normalidad de los protagonistas.
El éxito del musical se ha vis-to respaldado, además de por los ocho Óscar, por otros 12 premios Tony, los galardones del teatro estadounidense, que han reconocido el trabajo de varios actores y actrices de las que han participado en la creación, aparte del vestuario, música y coreografía entre otros.
Adentrarse en el Kit Kat Club supone disfrutar del cabaret en estado puro, de esa música y esos bailes que no sólo atraen a las almas nocturnas, sino también al resto de mortales. Wilkommen, Money money o Cabaret son algunos de los grandes números musicales del show. Si bien es cierto que Natalia Millán dejó muy alto el listón de Sally Bowles en la anterior etapa del musical en 2003, Cristina Castaño, conocida por interpretar a Judith en La que se avecina, logra llamar la atención del público y da forma a un personaje singular a su manera. Aunque las comparaciones son odiosas, se echa en falta la coreografía de las sillas en Mein Herr, mítica canción donde las haya, de la cual han prescindido en esta adaptación.
En definitiva, la Gran Vía de Madrid vuelve a llenarse de brillo y lentejuelas para re-crear el musical de Broadway que todo el mundo debería ver.