ANA MUÑOZ.- «Quizá te divierta, Madre, intentar hacer fotografías durante tu soledad en Freshwater». Julia Margaret Cameron tenía casi 50 años cuando su hija y su yerno le regalaron una cámara de fotos acompañada de ese mensaje. Su familia se había instalado en una casa en la mencionada localidad de la isla de Wight, en Inglaterra, donde pasaba muchas horas en soledad.
Cameron montó en el hogar su propio laboratorio fotográfico y comenzó a retratar a sus familiares y sirvientas, así como a los artistas e intelectuales con los que solía reunirse. En sólo dos años había conseguido vender una buena parte de su producción al South Kensington Museum, donde fue expuesto. Pero no se trataba de imágenes convencionales: las fotografías de Cameron estaban deliberadamente desenfocadas, raspadas, manchadas, agrietadas… y por ello recibió todo tipo de críticas de sus contemporáneos de la época victoriana.
Sin embargo, por encima de todas esas imperfecciones, prevalecía su talento para capturar el alma de las personas que retrataba, su espíritu. Cameron se mantuvo fiel a su estilo y supo hacer de sus errores sus aciertos, su rasgo definitorio. Su sobrina nieta, Virginia Woolf, fue décadas después quien se propuso enseñar al mundo las fotografías de Cameron, que hoy se valoran por su modernidad.
La correspondencia que Cameron mantuvo con Henry Cole, el entonces director del South Kensington Museum, sirve más de siglo y medio después como hilo conductor de una exposición retrospectiva que la Fundación Mapfre acoge en Madrid hasta el 15 de mayo en su sala de la calle Bárbara de Braganza. Una muestra que aglutina más de cien fotografías y que incluye una sección dedicada a fotógrafos contemporáneos de Cameron, para que el visitante compruebe el carácter innovador de su obra puesto en contexto. Una oportunidad para reflexionar sobre la importancia relativa de la perfección técnica y para acercarse un poco más a la figura de esta mujer persistente, ambiciosa, que soportó el paternalismo de sus contemporáneos y que, frente a ellos, no dejó de hacer la fotografía en la que creía.