ÁNGEL M. GREGORIS.- Hace 20 años que Gema Martín comenzó su andadura en el mundo de la enfermería. Durante estas dos décadas ha desarrollado su trayectoria en los servicios de Urgencias del Hospital de Getafe, la UCI de Politraumatizados del 12 de Octubre (Madrid) y ahora, desde 2016, tiene su plaza en la UCI Pediátrica de este mismo centro. Desde allí, cuidando a los más pequeños, vivió los primeros días de esta pandemia. “Al principio -tal y como cuenta ella- sin más expectación porque todo apuntaba a que sería una nueva gripe A”. Pero no, en cuestión de días empezó a recibir información de otras compañeras. “Estaban asustadas porque era impresionante el número de pacientes que llegaban de distintas edades, muchas neumonías e intubaciones”, comenta Gema, que, a pesar de empezar a tomar conciencia de la situación, se mantenía en la realidad paralela que le otorgaba su puesto en la UCI Pediátrica.

Fue el 26 de marzo cuando le llamaron y le anunciaron que, a partir de ese momento, pasaría a ser una de las enfermeras que darían asistencia en los quirófanos de Cirugía Cardiaca del edificio general, ahora convertidos en seis puestos UCI para pacientes con COVID-19. “Miedo no tuve porque con miedo no se puede trabajar, pero sí sientes un poco de respeto y, además, me preocupaban los equipos de protección porque me habían informado de que estaban escaseando en muchos hospitales”, destaca. Ahora solo piensa en hacer bien las cosas para no llevar el “bicho” a su casa.

Batalla

Ella, que estaba acostumbrada a hacer frente situaciones complicadas en el trabajo, le tocaba enfrentarse a una de las batallas más difíciles de su profesión. Ahora bien, reconoce que “jamás había vivido algo así y espera no volver a vivirlo”. “Lo recordaremos como algo que nunca nos hubiese gustado que pasase, la perplejidad ante una situación que nos tocó vivir y que expandió la soledad por todo el sistema sanitario, tanto para pacientes como para profesionales. Creo que será lo más parecido a una guerra que nos tocará afrontar”, señala.

A pesar de todo, no dudó en ningún momento que tenía que enfundarse el EPI y cuidar y ayudar al máximo número posible de pacientes. Una UCI improvisada con profesionales de diferentes servicios, que se organizaron para saber qué cuidados eran los precisos para estos afectados. “No habíamos estado en una situación como esta en la que hay que gestionar la soledad de los pacientes, su gravedad e incluso la muerte. Este ‘bicho’ nos ha separado y, hasta ahora, no estábamos acostumbrados a no acompañar a nuestros seres queridos en los últimos momentos. El trabajo físico es duro, pero también va acompañado de mucho cansancio mental que debemos encarar, intentando desconectar al llegar a casa”, apunta.

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