NADIA OSMÁN GARCÍA.- Con tan sólo cinco años pasaba consulta a sus muñecos, a los que colocaba sentados fuera de su habitación a modo de sala de espera. En la actualidad, con 36 años, Raquel Contreras Fariñas es enfermera de Atención Primaria en la UGC del Centro de Salud Amante Laffon de Sevilla, además de ser miembro de la Asociación Española de Enfermería Vascular desde hace 12 años. Durante el verano de 2016 pasó un mes como voluntaria en Ruanda (África), por lo que volvió a España con otra visión de la vida.
¿Cómo veía la cooperación antes de sumergirse en ella?
Cada vez que veía algún conflicto en el mundo o catástrofes naturales que devastan países, siempre envidiaba a esas personas que habían tenido la valentía y la humanidad de aparcar un momento sus vidas y echar un cable. Ver a cooperantes en algunas de esas situaciones me despertaba admiración por la entrega, pero nunca podía imaginarme que cuando lo vives en carne propia, es mucho más lo que recibes que lo que das, aunque suene a frase hecha.
¿Qué le hizo cooperar?
Estudié en un colegio de monjas y recuerdo vídeos que nos ponían de las misiones y el deseo desde niña de querer algún día estar allí, pero lo fui dejando como uno de esos sueños imposibles. Veía la cooperación como una de esas cosas que hacen otros, pero que a mí no me tocaría vivir, pero ese año me sentía con energías renovadas y llena de amor, así que era ahora o nunca. Si nos ha tocado vivir en el lado amable del mundo, creo que es justo que compartamos parte de nuestro tiempo, conocimientos y riquezas con otros seres humanos que viven circunstancias más difíciles.
Antes de irse, ¿tuvo que protegerse?
Sí, muchas vacunas, quizás es la parte que he llevado peor. Gestioné la cita a través de Sanidad Exterior con la antelación suficiente para que todas las vacunas que precisara tuvieran la máxima cobertura durante mi viaje, y allí me informaron de todo: polio, fiebre amarilla, meningitis, hepatitis A, cólera, y por supuesto, el tratamiento diario para la malaria desde unos días antes de irme hasta una semana después de volver. Una vez allí, tuve también las medidas preventivas necesarias, como uso de repelente de mosquitos, mosquiteras en la habitación y uso de manga larga desde que cayera el sol.
¿En qué consistía el proyecto de cooperación?
Museke es una organización sin ánimo de lucro que lleva siete años trabajando en la ciudad de Nemba en Ruanda, con familias en extrema pobreza. Su proyecto inicial y principal es facilitar alimento a los niños en edad escolar, cuando sus familias no pueden garantizarlo. Hasta la fecha están admitidos en Museke 250 niños que llegan a la ONG captados por los profesores de la escuela o a petición expresa de la familia, y en cuyos casos se valoran las circunstancias de cada caso. En los últimos años, otra puerta de entrada de niños es la trabajadora social del hospital de Nemba, en casos de niños seropositivos que, si bien no están escolarizados, necesitan tener asegurada su ración diaria de alimentos para poder continuar con el tratamiento de antirretrovirales. Además, la asociación tiene otros proyectos complementarios, como el apadrinamiento directo: dar de comer a un niño durante un mes cuesta 14 euros.
Ninguno de los integrantes de la ONG cobra un sueldo, y todos los cooperantes, incluida la presidenta de la ONG, que viaja a Nemba dos veces al año, hemos pagado nuestros gastos, para que todo el dinero recaudado llegue íntegramente a donde se necesita. Somos aún pocos socios, apenas 300, pero todos con ilusión de que los niños tengan una vida algo más amable.
¿Cómo fue su primer día en Ruanda?
Recuerdo especialmente el primer día que llegué a Nemba, y aunque me resulta imposible explicar las sensaciones que me acompañaron, merece la pena intentarlo. Sentir cómo 200 niños se te abalanzan corriendo, gritando y sonriendo al verte…, eso no se puede poner en palabras, hay que estar en medio de ese abrazo para entenderlo. Quise que se parara el tiempo, intenté estar lo más presente que sus grititos me permitían – y cristalizar al máximo el amor que sentí. Aún cierro los ojos y veo sus caritas y sus miradas, tan vivas, tan profundas, y tan vacías y llenas de confusión algunas veces. Todos querían tocarnos, sonreírnos, saludarnos, y yo no podía dejar de llorar sobrecogida con el amor a esos seres que recién llegaban a mi vida y de los que aún no conocía sus nombres ni sus terribles historias.
¿Cuál era su función?
Arrimar el hombro en todo lo que fuera necesario. Además de charlas de educación para la salud: sexualidad y reproducción, y talleres de música y clown esencial, español-kinyarwanda e higiene de manos.
¿Cuánto tiempo ha estado fuera?
He estado fuera un mes y la verdad es que aunque vives allí con algunas incomodidades, pronto te acostumbras a otro estilo de vida. Si no hubiera sido porque también dejaba aquí a mis seres queridos, no me hubiera importado quedarme varios meses. En un principio mi idea era usar mis vacaciones, pero después tuve conocimiento del convenio de cooperación internacional que tiene el SAS, que facilita un permiso retribuido para que sus profesionales puedan cooperar con ONGs que tengan su sede en Andalucía. Estoy muy agradecida por esto, porque creo que es una oportunidad única que tenemos los profesionales sanitarios públicos.
¿La barrera idiomática era un problema?
El idioma oficial es el Kinyarwanda, y aunque al principio me costaba pronunciar hasta el nombre, después me ha parecido un lenguaje muy interesante que hasta chapurreo un poco. Como segunda lengua tienen el francés, aunque los jóvenes también aprenden el inglés en las escuelas. Así que al final te las ingenias para hacer una mezcla de lenguajes y poder comunicarte. Lo más complicado era quizás hablar con los niños, porque sólo hablaban su idioma, pero son tan amorosos y tan receptivos que sobraban las palabras. En cualquier caso, mi compañero inseparable de viaje ha sido un diccionario inglés-kinyarwanda, y un dossier de frases hechas, que nos ha facilitado mucho este aspecto.
¿Con qué has disfrutado más?
He disfrutado mucho llevándoles algo de alegría. Me llevé mi guitarra española llena de narices de payaso. Había compuesto una canción para ellos con palabras en español y kinyarwanda, y todos la aprendieron y la cantaban sin parar. Pero sin duda, el hecho de calzarme mi propia nariz de payaso, convertirme en torpe para ellos, y escucharles reír, me ensanchaba el alma.
¿Cómo es la protección de la salud en Ruanda?
Tienen un sistema relativamente bueno, porque al menos contemplan una asistencia sanitaria básica por un precio en principio asequible, pero que por ejemplo nuestras familias de Museke no pueden pagar. En nuestra estancia allí, y gracias a una bolsa de dinero que alguno de los voluntarios aportaba, hemos pagado la mutua de forma urgente a más de 40 personas.
¿Algo que le haya llamado la atención de la sanidad allí?
Pues por ejemplo ese sistema de mutua sanitaria al que hago referencia. Recibe el nombre de mutué, y por unos 3 euros tienen esa cobertura para un semestre completo. Me llamó la atención que no puede estar en la mutua un solo miembro de la familia por separado, sino que se les obliga a pagar la mutué de todos los miembros del núcleo familiar. Supongo que así se aseguran de que no sólo paguen por la asistencia sanitaria del miembro enfermo, sino que toda la familia tenga la cobertura asegurada.
¿Qué carencias tienen?
Podría empezar y no terminar. Todas las imaginables. La mayoría de los niños de Museke comen una sola vez al día, cuando la asociación se lo facilita; duermen en el suelo de tierra, sin cama ni colchón; no tienen ropa ni calzado; no tienen luz, agua, ni alcantarillado,… En el ámbito del hospital, he visto lesionados medulares durmiendo sobre el somier, tracciones de cadera con rocas y una cuerda, niños secando sus escayolas al sol… Es otro mundo, literalmente otro mundo.
¿Momento más difícil al que se ha enfrentado durante la cooperación?
Visitar sus casas y ver en primera persona cómo viven, fue impactante. Viví muchos momentos duros, pero uno que me impactó especialmente fue atender a un niño de unos 3 años que acabábamos de recoger en Museke, al que había picado un mosquito en los deditos de los pies, dejando una costra negra sobre las uñas. Una de las trabajadoras de Museke, sin más ayuda que su dedicación a los niños, un imperdible y una cuchilla rectangular, fue raspando esa queratosis y sacando gusanos que estaban bajo esas uñas. Mi única misión era sujetar al niño que asistía a la escena con una entereza y aguante indescriptibles casi hasta el final, mucha más de la que yo tenía en esos momentos, porque no podía dejar de llorar al pensar la cantidad de medios que tenemos aquí, y cómo se las tienen que ingeniar ellos. Cuando terminamos de limpiar toda la zona, calzé de nuevo al niño con sus únicas sandalias húmedas y llenas de barro, y ante mis asombrados ojos salió detrás del balón como si nada. Por necesidad están hechos de otra pasta.
¿Qué le ha enseñado la gente de allí?
Muchísimas cosas, pero sobre todo mucho sobre la fuerza para afrontar la vida. Cuando no sabes qué vas a comer ese día o cómo vas a alimentar a tus hijos, la cabeza no tiene tiempo para crear depresiones o desarrollar traumas. Eso ha hecho que para mí pierdan fuerza y realidad todos esos fantasmas que muchas veces arrastramos del pasado.
¿Qué huella les ha dejado?
Pues supongo que esa canción que compuse con todo mi amor y a ese payaso torpe que fui para ellos. Les enseñé a algunos a tocar alguna canción y dejé mi guitarra en Ruanda para que ellos puedan seguir tocándola.
¿Repetirá experiencia?
Sin duda lo haré, porque he crecido mucho con la experiencia a todos los niveles. Y volvería de nuevo a Nemba con Museke, porque entre otras cosas para mí esos niños ya tienen nombre y apellido, conozco sus historias, y porque pienso en ellos, los echo de menos y los quiero.
¿Animaría a enfermeros/as indecisos sobre si dar el paso para que cooperaran?
Los animaría sin dudarlo. Me he vuelto llena de amor y con la certeza de haber recibido mil veces más de lo que haya podido dar. Entiendo que haya gente que no se sienta capaz a priori de hacer este viaje, porque son sensaciones que impresionan, dramas andantes con miradas dulces de niños, pero estoy segura de que todos podemos aportar algo allí y que otro mundo sería posible si todos nos atreviéramos a compartir con ellos algún tiempo de nuestra vida.