ALICIA ALMENDROS.- Silvia García Ruiz de Angulo estudió Enfermería en la Universidad Pública de Navarra pero cuando acabó la carrera las oportunidades laborales en España eran bastante limitadas, así que decidió migrar a Oxford (Reino Unido) y trabajó allí durante casi 7 años. Y, desde hace unos meses, trabaja en la UCI Neonatal de Wellington (Nueva Zelanda). Silvia es además la autora de La casa detrás del arcoiris, un libro que elimina tabúes.
¿Cómo surge la idea de escribir un libro como “La casa detrás del arcoíris”?
Escribí este cuento como proyecto para la Fundación Sexpol mientras estudiaba el Máster de Sexología y Género. Una de las entregas, fue analizar qué necesidades sexo-afectivas no estaban cubiertas entre la población y elaborar un material. Lo tenía claro: una asignatura muy pendiente era y sigue siendo la falta de Educación Sexual en la infancia, así que decidí escribir un cuento y adjuntar una guía para que la persona adulta que acompañara la lectura pudiera tener información y recursos. Para mi tiene mucho valor porque recoge las batallas de todas las personas que en su día compartieron conmigo “qué les hubiera gustado saber”.
¿A quién va dirigido? ¿Qué van a encontrar en él?
Está dirigido a la infancia (a partir de los 4-5 años hasta los 8-9) y a las personas adultas que quieren hablar de sexualidad y sienten que les faltan herramientas.
La casa detrás del arcoíris son 10 historias de familias que nos abren la puerta de su casa antes de irse a dormir. Recoge temas desde la diversidad familiar, la orientación sexual, los estereotipos de género, la adolescencia, la primera regla, la masturbación o la identidad de género. Son historias ligeras, con personajes que preguntan desde la curiosidad típica de la infancia y que encuentran en casa un espacio seguro para preguntar y aprender.
Seguimos con la idea de que la sexualidad humana empieza con las relaciones sexuales compartidas y que “lo mejor es no hablar de sexo hasta, por lo menos, la adolescencia”. ¡Para nada! La sexualidad es inherente al Ser Humano y nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos. Nuestra relación con nuestro propio cuerpo, los estereotipos de género, nuestra identidad, el placer, las relaciones interpersonales, los cambios corporales… es un “viajazo” que dura toda la vida. Con el acceso cada vez más temprano a la pornografía (la media está actualmente en los 8 años) y la facilidad de internet (las respuestas que no encuentren en casa las van a buscar en otro sitio), la educación sexual es urgente.
Que nadie se preocupe: no hace falta “saber de todo”. Lo que hay que tener claro es que “no se puede no educar en sexualidad” y que cuando decimos “de eso no se habla” o evitamos temas, también estamos enviando un mensaje (que es algo negativo, que no se puede hablar de eso en casa, que es algo sucio o secreto). Muchas veces son conversaciones y situaciones que cuestan porque las vemos a través de nuestros propios ojos: ¿cómo voy a hablar de masturbación con mi hijo de 5 años? o ¿cómo voy a explicar a mi hija cómo se hace un bebé? Y yo pregunto, ¿qué tiene de malo? Nos da vergüenza por nuestros propios fantasmas, hay veces que toca revisarse la propia mochila.
Es maravilloso para una criatura aprender poniendo el placer y el consentimiento en el centro, saber que su casa o colegio es un lugar seguro y tener figuras de referencia. No pasa nada si hay temas que desconocemos, no buscan respuestas cerradas, simplemente saber que estás ahí y que pase lo que pase, el camino va a ser de tu mano.
¿Cuál es vuestro papel en la educación de niños y mayores?
La educación para la salud es una competencia básica de la enfermería. Estamos formadas para cuidar, es cierto, pero también para empoderar a la población en su propio autocuidado y acompañar sus procesos. La salud sexual y reproductiva es una esfera esencian de nuestra salud general (y así está recogido en la Declaración de los Derechos Humanos).
Una parte imprescindible de la Educación (vamos a llamar “para la salud”, entendiendo que la sexual forma parte de ella) es el ser capaces de crear un lugar seguro donde las personas se sientan escuchadas, libres de juicios y emocionalmente sostenidas. La Enfermería (la carrera y la experiencia) nos forma y nos exige continuamente eso: escucha activa, empatía, comunicación, empoderamiento.
Además, tenemos una posición estratégica para abordar el autocuidado, la educación para la salud y la educación sexual: no solo desde la presencia clínica (consulta del centro de salud o seguimiento en ingresos), también elaborando guías de cuidados y protocolos, impartiendo talleres o liderando proyectos de investigación.
¿El problema? El de siempre: con la ratio enfermera/paciente, los tiempos de las consultas de primaria y la falta de horas de formación protegidas ¿cómo montamos todo esto?
Estudiaste enfermería en España, pero enseguida saliste fuera a trabajar, ¿Dónde has estado? ¿qué diferencias ves con España?
Si, estudié Enfermería en la Universidad Pública de Navarra (Pamplona) pero cuando terminé las oportunidades laborales en España eran bastante limitadas. Eso creo que no ha cambiado mucho. Decidí migrar a Oxford (Reino Unido) y trabajé allí durante casi 7 años. Hay muchas leyendas sobre Enfermería en Inglaterra que no son ni un poquito ciertas: que allí no es una carrera universitaria, que trabajamos como auxiliares, que el sistema de salud no está actualizado… Es una pregunta muy habitual para todas las que estamos fuera: qué sistema es mejor. Y la respuesta suele levantar ampollas.
Inglaterra también tiene “sanidad universal”, su sistema de salud (que incluye muchísimos servicios: salud mental, terapia ocupacional, cuidadora/es de personas dependientes, atención temprana) es gratuito y se paga a través de los impuestos. Lo primero, los contratos son fijos: tu puesto es tuyo desde que empiezas y en la unidad que tú eliges. Las ratios enfermera/paciente (y no te digo ya matrona/mujer) son casi el doble. Me duele mucho ver cómo en España nos hacen creer “que somos mucho más eficientes” porque “con la mitad de personal hacemos lo mismo”. Donde nos venden heroísmo hay explotación laboral y menos calidad de cuidados: no porque no nos dejemos el alma en cada turno, sino porque somos humanas y llegamos hasta donde llegamos.
Existen programas de formación continuada pagados por el hospital (horas protegidas de tu horario laboral en los que te pagan para que te formes) y un mes de “orientación profesional” cuando empiezas nueva en un servicio (es decir, un mes pagado al 100% en el que trabajas con otras enfermeras como si fueras alumna). También un programa muy estructurado de competencias en el que tienes que formarte y demostrar conocimientos antes de ser considerada apta: es un poco más lento, pero mucho más seguro (para el/la paciente y para nosotras). Hay protocolos revisados y actualizados de prácticamente todo (que no quiere que decir que en situaciones extraordinarias no puedas saltártelos), pero permiten una estandarización de cuidados y una práctica basada en la evidencia. Seguir un protocolo no nos hace menos válidas, nos acerca a la excelencia.
La relación entre profesionales y la relación profesionales-pacientes es mucho más horizontal. Me cuesta pensar situaciones en las que la gente no se presenta, explica quién es y qué va a hacer. ¡Ojo! Que hay gente buena y mala en todas partes (por supuesto). El trabajo es en equipo de verdad y nuestra opinión se tiene inmensamente en cuenta. También hay menos paternalismo en los cuidados y el consentimiento informado es clave en cualquier procedimiento. La especialización se respeta: yo soy enfermeras de UCI neonatal y nadie espera que sepa de quimioterapia. Esa tendencia rancia de que “las enfermeras valemos para todo” que yo traduzco como “para lo que hacemos, cualquiera sirve” no existe. Es una verdadera locura pensar que una enfermera puede trabajar cada día en un servicio distinto y saber de todo, ¿alguien espera que una dermatóloga te opere del corazón? Pues lo mismo. Quieren que nos especialicemos, que tengamos cada vez más competencias, más responsabilidades, ¿a cambio de qué? Y repito: no es que seamos mejores o peores profesionales: es que aquí hay más personal, protocolos actualizados y mejores condiciones laborales. También, en general, hay una constante revisión de resultados: ¿qué podemos hacer mejor?, ¿qué dicen los y las pacientes?, ¿por qué se han cometido “x” errores?, ¿estamos dando suficiente formación?, ¿estamos ofreciendo suficiente apoyo al personal nuevo?
Ahora, desde hace unos meses, trabajo en la UCI Neonatal de Wellington (Nueva Zelanda). El sistema es muy parecido a Reino Unido, así que la adaptación ha sido más fácil. El proceso ha sido complicado, la burocracia es muy lenta y la convalidación del título y la experiencia lleva su tiempo, pero merece muchísimo la pena. Trabajar en diferentes países y servicios es una oportunidad tremenda para aprender, abrir los ojos y desarrollar la capacidad de trabajar de forma crítica. Echo de menos muchas cosas de España (sobre todo el idioma), me planteo volver, pero no sé muy bien cómo ni cuándo. No comparto esto como crítica a las enfermeras españolas, ¡válgame!, si no como crítica a un sistema que cada vez nos exige más a cambio de menos.
Será aquello de que “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos” y creedme, que la sanidad española no sabe las enfermeras que tiene.
¿El libro está en castellano o se puede encontrar también en otros idiomas?
De momento solo está en español, ojalá llegue el día en el que lo traduzcan a más idiomas.
¿Dónde puede comprarse?
Está disponible en grandes plataformas: “Amazon”, “La casa del Libro”, “FNAC” pero yo os diría que os acercarais a vuestra librería local y lo pidierais allí.
¿Por qué es importante que las enfermeras lideren iniciativas como esta?
Siento que a veces se nos olvida el potencial tremendo que tenemos como profesionales. Hemos convertido en profesión la capacidad de empatizar con las necesidades ajenas y la facultad de cubrirlas. Además, hemos profesionalizado un campo históricamente desprestigiado (probablemente por feminizar el espacio sanitario, tradicionalmente masculino) y hemos evolucionado desde la caridad católica (primeras figuras de “enfermería”) hasta el título de Grado y la Especialidad en un periodo de tiempo cortísimo.
En una sociedad todavía patriarcal (donde las características “típicamente masculinas” tienen más valor social) y capitalista (donde se coloca la producción por encima del placer) seguimos luchando por poner el CUIDADO en el centro. Es revolucionario. Cuidar no solo implica lo físico y mucho menos lo patológico: siempre somos seres interdependientes, y por lo tanto siempre necesitamos cuidados.
Todavía tenemos muchas resistencias (el techo de cristal, la precariedad laboral, las categorías profesionales, el Colegio de Médicos) pero ocupamos cada vez más espacios y nos dedicamos a mucho más que a trabajar en los hospitales: cooperación internacional, doctorados de investigación, docencia, gestión sanitaria… Desde luego, nos faltan referentes. ¿Quién en la carrera era capaz de verse haciendo otra cosa que no fuera trabajar en un hospital o un centro de salud? ¿A quién le educaron más allá de la clínica? ¿Quién nos dio herramientas para pensar que estamos preparadas para divulgar? ¿O para investigar? ¿Qué enfermeras “famosas” conocemos? ¿Por qué se nos nombra tan poco en los medios? Y no es que no seamos buenas, es que nos han delimitado mucho cuál es nuestro sitio y hasta donde podemos llegar.