ÁNGEL M. GREGORIS.- Acaba de triunfar en la 90ª gala de los Oscar, conquistando cuatro estatuillas, entre ellas las de mejor director y mejor película. Ha sido premiada en los certámenes más prestigiosos del mundo y se ha alzado con un merecidísimo lugar en el olimpo del cine. La forma del agua, de Guillermo del Toro, es una cinta exquisita que repasa y ahonda en algunos de los temas más candentes de la actualidad y nos traslada a una historia de amor sin barreras.

Una historia romántica, pasional y sexual no convencional entre una mujer y un monstruo (mitad hombre, mitad anfibio) capturado en el Amazonas y trasladado hasta el Centro Occam de Investigación Aeroespacial, en Baltimore, para su estudio. En una época en la que Estados Unidos y Rusia luchaban por ser los primeros militar y espacialmente hablando, Elisa, interpretada por una magistral Sally Hawkins, ve cómo cambia su vida cuando conoce a la bestia que tienen encerrada en el lugar donde trabaja como limpiadora. Ella, una mujer sorda, solitaria y con una rutina diaria que desgastaría a cualquiera, decide luchar para salvar al “activo”, como le llaman los investigadores, y darle una libertad justa lejos del maltrato continuado al que se enfrentan.

Cuento de hadas

Sin ser una historia Disney, Del Toro ha logrado plasmar un cuento de hadas en dos horas de película. Dos horas en las que no sólo hay tiempo para el amor y en las que el director mexicano nos brinda críticas contra el machismo, los abusos de poder, la homofobia y el clasismo. En La forma del agua funciona todo, desde el argumento, hasta los actores, la fotografía, la banda sonora… Y como su propio nombre indica, el agua es parte fundamental del filme, su sonido, su tono cristalino y su movimiento son claves a la hora de conseguir atraernos a la narración y, como no podía ser de otra manera, las dos mejores escenas del largometraje están pasadas por agua.

Si bien Hawkins lo borda, hay que aplaudir también el trabajo de Doug Jones, encargado de dar vida al monstruo; Richard Jenkins, amigo fiel de la protagonista y artista trasnochado; Octavia Spencer, compañera y protectora en el trabajo, y Michael Shannon, el villano imprescindible que todo el mundo odia desde que empieza la cinta.

Y para cerrar un conjunto de 10, Alexandre Desplat pone la música, también de Oscar, a la que será, sin duda, una de las historias de amor, tolerancia y respeto más bonitas del cine.