DAVID RUIPÉREZ.- Ha transcurrido ya una década desde aquel mes de agosto en que los medios del mundo entero recogían la historia de la joven austriaca Natascha Kampusch, que fue secuestrada cuando era apenas una niña por un individuo llamado Wolfgang P iklopil que la mantuvo cautiva durante ocho años. Dos años más tarde, ese terrible suceso quedó en nada cuando el rostro del mal se encarnaba en la persona de Josef Fritzl, bautizado como “El monstruo de Amstetten”. Este electricista de 74 años de edad —en aquel momento— encerró a su hija Elizabeth en un sótano duran-te 24 años y abusó sexualmente de ella desde que tenía 11 años. Durante el cautiverio ella dio a luz a siete hijos. En aquellos momentos fueron muchas las personas que intentaron ponerse en la piel de las víctimas de tan prolongados encierros. Aunque resulta muy difícil siquiera intuir lo que supone estar confinado en un zulo día tras día durante años, sin ver la luz del sol, los sentimientos, la rabia, la impotencia y la frustración han sido captadas con maestría por Lenny Abrahamson en su película La habitación, que ha recibido varias nominaciones en los recientes Oscar.
La historia que narra esta producción irlandesa ambientada en los EE.UU. es la de un niño de cinco años cuyo mundo es la habitación en la que vive con su madre desde que esta fuera secuestrada por un desaprensivo a los 19 años. El pequeño Jack, fruto obviamente de la violación por parte del secuestrador, vive una existencia limitada a la minúscula estancia, pero el amor de su madre ha conseguido que en ese pequeño universo sin luz natural sea relativamente feliz en la ignorancia de lo que se hay traspasada la puerta. El planteamiento, la interpretación… todo es brillante en una gran película que sorprende cuando uno se da cuenta que, una vez escapa de su encierro físico, puede haber un bloqueo mental que te impida vivir como una persona libre del trauma.