ÁNGEL M. GREGORIS.- La soledad y el aislamiento social pueden ser mucho más peligrosos para la salud que la obesidad, tal y como resalta una investigación presentada en la 125 convención anual de la Asociación Americana de Psicología. “Estar conectados con más gente es una necesidad humana fundamental, crucial para nuestro bienestar y la supervivencia. Hay ejemplos extremos que han demostrado que niños que carecen de contacto humano no prosperan y a menudo mueren. De hecho, el aislamiento social ha sido utilizado muchas veces como castigo”, afirma Julianne Holt-Lunstad, profesora de psicología de la Universidad de Brigham Young (EE.UU.) y autora del artículo.
Según un estudio realizado en Estados Unidos, se calcula que aproximadamente 42,6 millones de adultos mayores de 45 años sufren soledad crónica. Además, los datos más recientes del censo estadounidense muestran que más de la cuarta parte de la población vive sola. Más de la mitad de los adultos no están casados y con respecto al censo anterior se ha comprobado que las tasas de matrimonio y el número de hijos por hogar han disminuido.
Para Holt-Lunstad, “estas tendencias sugieren que la gente se está volviendo menos sociable y prefiere estar sola”. La autora comprobó, tras analizar 148 estudios con más de 300.000 participantes, que tener vínculos sociales trae consigo un 50% menos riesgo de muerte temprana. Además, en otra revisión de 70 estudios (3,4 millones de personas de América del Norte, Europa, Asia y Australia) examinó el papel que el aislamiento social y la soledad pueden tener sobre la mortalidad. El análisis reveló que tenían un efecto significativo en el riesgo de muerte prematura, que era igual o superior al de la obesidad.
“Hay pruebas sólidas de que el aislamiento social y la soledad aumentan significativamente el riesgo de mortalidad prematura. Con un envejecimiento creciente de la población, se prevé que la soledad aumente y su efecto también”, afirma Holt-Lunstad. Poner solución a esto es uno de los retos a los que se enfrenta actualmente la sociedad. “Tenemos que dar más prioridad a la investigación y a los recursos para abordar esta amenaza para la salud pública desde un nivel social e individual. Por ejemplo, se podría poner énfasis en el entrenamiento de habilidades sociales para los niños en las escuelas y los profesionales sanitarios deben tenerlo también presente. Las instituciones, además, deben incluir espacios compartidos que fomenten la reunión y la interacción, como centros de recreación”, recomienda la investigadora.