MARINA VIEIRA.- Vanessa Fernández lleva veinte años trabajando como enfermera en el Hospital Universitario La Princesa (Madrid). Tras dos décadas cuidando con cariño y dedicación a los pacientes de su planta, con la entrada del COVID-19, ha cambiado por completo su trabajo. Ha contado a diarioenfermero.es cómo fue su primer día de lucha contra el coronavirus, #EnPrimeraLíneaDelCoronavirus:

“La primera toma de contacto fue para vaciar la planta en la que llevo trabajando diez años, la dejamos absolutamente vacía de nuestros pacientes que son de cirugía urológica y digestivo. Teníamos que preparar la llegada del COVID-19. Esto fue un viernes, libré el fin de semana y entré el lunes. El lunes, para mi, como para el resto de compañeros, el mayor impacto fue encontrarme con un cambio de paisaje absoluto. Todos vestidos de forma diferente. Mis compañeros estaban todos con las caras marcadas. El EPI te deja unas marcas espectaculares. A pesar de que en el chat que tenemos en común me habían ido avisando, verlo en directo impacta. Lo siguiente que me sorprendió fue el momento en el que tu compañero te empieza a contar un parte de enfermería: todo es NB, neumonía bilateral. En ese momento te das cuenta de que tienes una planta entera con camas duplicadas y todos ingresados por lo mismo. Ya no tienes ese paciente que tenía una sepsis y ese otro con una cirugía programada. Ahora es todo neumonía bilateral. El que te dicen sin oxígeno dices ‘bien’ y, los demás, cada uno con sus respectivos grados de oxigenoterapia y ya sabes que según vayan a más de oxigenoterapia van a peor.

Desde que recibes el parte hay un silencio sepulcral. Yo estoy acostumbrada a trabajar en una planta muy cañera, de mucho trabajo por la noche, recibiendo ingresos a cualquier hora, etc. Y en esta primera noche no se oyó un solo timbre.

Solo dos visitas al paciente

Antes de entrar me preguntaba a mí misma cómo podía ser que por protocolo entrásemos sólo dos veces a ver a los pacientes, yo con eso me muero, soy muy de hablar con ellos, enterarme de su vida, saber cómo son, fijarme en sus caras, sus gestos. Llevo 20 años trabajando y siempre ha sido lo que más me ha reconfortado. De repente me di cuenta por qué sólo puedes ir dos veces a visitar los pacientes: una ronda puede durar tres horas. Habíamos empezado a las 11, nos vestimos con toda la medicación ya preparada y hasta las 1:30 de la madrugada no habíamos terminado. Con el EPI puesto, sudando, intentando hablar con ellos lo más rápido que puedes. Yo ya iba nerviosa porque ya sabía que me iba a enfrentar a esa soledad que vi. Eso lo llevo fatal, sabía que me iba a generar mucha tristeza. Todos te dicen ‘ay, qué bien hablar contigo’, el hecho de sólo poder hablar con tres personas en un día debe de ser horroroso. Eso es lo que nos tiene minados. Para mi lo más impactante es el silencio. Esta primera noche no se me olvidará nunca”.