ÁNGEL M. GREGORIS.- Elena Álvarez trabaja en el Hospital Severo Ochoa (Leganés) y, como muchos de sus compañeros, está viviendo una de las etapas más duras de su profesión. La desolación es absoluta cada vez que termina un turno y tiene que volver a casa. Ella misma denuncia que están desbordados y nadie está echándoles una mano para aumentar la plantilla, son los propios compañeros los que están yendo voluntariamente para ayudar. “En una urgencia donde caben entre 80 y 90 personas, estamos llegando a 400 y no hay fluidez, no sé qué criterios de traslado a Ifema hay, no sé…”, apunta Elena.

Lo más duro es no poder atender a la gente en buenas condiciones. “Ver a un paciente en una silla de plástico, volver al día siguiente y que siga ahí, al día siguiente también, verlos derrotados… Es inhumano”, afirma la enfermera, que aplaude enormemente lo que están haciendo los pacientes, “que no se quejan y son ejemplares a pesar de las condiciones”.

Aun así, jamás se ha planteado tirar la toalla “y menos en estas circunstancias”. “Me da pavor ir a trabajar porque la situación no mejora, empeora. No tenemos medicación porque no nos llega. O toman medidas o esto se esta yendo de las manos”, comenta.

Así contaba ella misma cómo se sentía tras un día de trabajo:

“Debería estar durmiendo después de otro turno de noche infernal en el servicio de Urgencias Generales del hospital, pero las imágenes grabadas en mi mente, las cuales van a dejar cicatrices de por vida, me lo impiden.

Soy enfermera y debido a la situación que estamos viviendo, con la cual nos estamos dejando la piel y la salud día tras día, no me considero ninguna heroína. Para mí los verdaderos héroes están siendo los enfermos, que están teniendo que sufrir hacinados y en condiciones infrahumanas la llegada de este maldito virus, a lo que además se añade la situación de desolación y desesperación al no permitirles estar acompañados por sus familiares. Estos también están sufriendo por no poder estar al lado de sus seres queridos y enfermos.

Pacientes, mayores y no tan mayores, que llevan más de 48 horas en una miserable silla de plástico o sentados sobre una manta en el suelo o con inmensa suerte en un incómodo sillón. Alimentándose como pueden con las bandejas de comida sobre sus piernas, sin posibilidad de asearse y sin la más mínima intimidad.

Jamás se me van a borrar de la memoria escenas como ese abuelito que me pedía amablemente que le abriera esa botella de agua porque no tenía ya ni fuerzas después de horas y horas esperando resultados; esos ojitos azules desesperados de una abuelita suplicándome que la tumbara en una cama que no teníamos, después de estar horas y horas sentada en una silla de ruedas; ese abuelito que me pedía por favor que le enseñara a utilizar el móvil que su hija le había dejado para que pudiera comunicarse con ella; ese señor apoyado en una pared durmiendo de pie porque ya no podía soportar más sus dolores de rodillas de estar tantas horas en una silla de madera; ese otro señor que el vigilante de seguridad ha encontrado desorientado en la segunda planta buscando a su mujer también enferma; esa otra señora contagiada que lloraba desconsolada, ya que no podría asistir al funeral de su marido fallecido el día de antes; esa madre con su hijo Síndrome de Down, enfermos los dos, sin separarse un minuto el uno del otro con el miedo reflejado en sus ojos, o ese silencio sepulcral y las cabezas agachadas de todos esos pacientes hacinados en uno de los pasillos al ver pasar la cama con los dos fallecidos de esta noche.

Ellos son los verdaderos héroes. Estoy viendo como mis compañeros se secan como pueden las lágrimas y yo he luchado por no dejar caer las mías, pero sin conseguirlo. Siento mucha impotencia, rabia y vergüenza. De esta gente metida en sus despachos no quiero aplausos ni buenas palabras, al igual que tampoco los necesito ni los quiero de los políticos. De esta gente pido recibir soluciones hechas realidad respecto a recursos humanos, materiales y de infraestructura. Su irresponsabilidad, la nefasta gestión y su escasa y tardía reacción están haciendo sufrir a muchísima gente. Soy consciente de que padecer este maldito virus, e incluso fallecer por su causa, se escapa de su alcance, pero al menos que eviten con sus soluciones y reacciones que no sea en condiciones indignas e inhumanas”.

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