RAQUEL GONZÁLEZ ARIAS.- Julia, Claudia y Juan tienen entre 16 y 17 años, son estudiantes de Monzón, Huesca, y desde este lunes hasta el próximo mes de junio tienen una cita con Ángel Moles, de 87. Forman parte del programa Te acompaño, una iniciativa puesta en marcha en la Residencia Riosol de Huesca. El objetivo: establecer un vínculo intergeneracional en el que todos salgan ganando.
El proyecto comenzó a gestarse en 2018 y se hizo efectivo en 2019, gracias a la colaboración entre la residencia y el Colegio de los Salesianos. Sin embargo, llegaría la pandemia y pondría fin a las visitas presenciales, que no al vínculo establecido, pues los contactos se siguieron realizando mediante videoconferencia o teléfono. Ahora, el programa ha vuelto a su formato original y los alumnos de primero de bachillerato y de FP han regresado a la residencia.
La soledad
La soledad fue el detonante del proyecto. Lo cuenta Valentina Villarubí, enfermera y directora de Riosol: “muchas de las personas que tenemos aquí no tienen nietos o familia que viva cerca y desgraciadamente pueden llegar a sentirse muy solos, sobre todo al ver cómo otros residentes reciben la visita de sus seres queridos. Con este proyecto hemos querido ayudarles a vencer esa soledad”.
Por ello, explica Raquel García, psicóloga del centro y una de las impulsoras de la iniciativa junto a Valentina, “seleccionamos a aquellos residentes que cognitivamente están bien y que creemos que más se van a beneficiar del proyecto y les ofrecemos participar. Por supuesto, es voluntario, pero la experiencia nos dice que el resultado es muy positivo y merece la pena animarse”.
Mejoría
“La experiencia nos dice que el estado de salud general de los residentes que participan mejora gracias a la visita semanal de estos jóvenes voluntarios”, explica Valentina Viallarubí. En algunos casos, esto se traduce en una mayor motivación, en un incremento del nivel de atención y de la calidad del sueño, de la memoria, de las relaciones sociales… “En casos puntuales se ha reducido hasta el consumo de antidepresivos”, afirma.
Y es que, añade Raquel García, “para estos residentes la visita semanal supone un gran aliciente, que rompe su rutina. Pensemos que son personas que están en una residencia, para las que todos los días, si no reciben visitas, serían iguales, salvo el domingo porque les damos chocolate con torta”.
Un hora a la semana
¿Y qué es lo que hacen durante la hora que comparten ambas generaciones? La respuesta es “lo que les apetezca”. Desde jugar a las cartas, salir a pasear, ir a tomarse un café o simplemente conversar. El resultado es un vínculo muy estrecho que lleva a que ambas partes se preocupen la una por la otra. En este sentido, nos cuentan Valentina y Raquel cómo les ha llegado a suceder que al volver de la cafetería el abuelo iba a decirles que estuvieran tranquilas porque no iba a dejar que sus estudiantes tomaran alcohol, pero es que los estudiantes iban también por otro lado a decirles que tampoco el abuelo tomaría alcohol. “El cuidado es mutuo”, nos dice Valentina sonriendo.
Beneficios
El beneficio no es solo para los abuelos y es que, señala la psicóloga, “para estos chavales el encuentro supone entrar en contacto con una generación que dista mucho de la suya, que ha vivido de primera mano la postguerra, que puede hablarles en primera persona de cómo se vivía en otra época y que, por supuesto, es una fuente de valores”. En ocasiones, añade Valentina, “los estudiantes llegan a olvidarse hasta del teléfono móvil y no lo consultan ni una sola vez, algo casi impensable a estas edades”.
Los chavales, asimismo, introducen a “sus abuelos” en las nuevas tecnologías y les abren un mundo lleno de posibilidades a través del móvil o el ordenador. Para ello, la residencia cuenta también con ordenadores a su disposición.
Dos alumnos por abuelo
En general, a cada residente le visitan dos alumnos. El objetivo es que si uno no puede acudir el anciano no se quede solo ese día. Las visitas se pautan hasta el mes de junio, pero el objetivo es la continuidad del proyecto. Por eso, cuando los jóvenes se van fuera de Monzón, muchos de ellos porque se van a otra ciudad a continuar con su formación universitaria, otros chavales toman el relevo. Pero el vínculo es tal, cuenta Valentina, que de los primeros estudiantes que acudieron en 2019 a acompañar a los residentes y se han ido, aquellos que tenían hermanos pequeños han querido heredar a los abuelos de sus mayores para continuar con las visitas.
La propia naturaleza de este proyecto hace que algunos de estos abuelos fallezcan, es algo no deseado pero que, desgraciadamente, sucede a veces. Esto, afirma Raquel García, “enseña también a los jóvenes a darse cuenta de la fragilidad de estas personas a las que acompañan y del final de la vida”.
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