ANA MUÑOZ.- Es enfermera y es, además, una verdadera artista. Se llama Azucena Marzo y la acompañamos en la Unidad de Micropigmentación Mamaria del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, donde trabaja redibujando pezones, areolas y cejas a aquellas mujeres que los han perdido por culpa de la enfermedad. Lo hace a través de una técnica menos invasiva que el tatuaje pero con efectos estéticos similares. Pocas mujeres saben que se trata de una prestación de la Seguridad Social, y es que sólo algunos hospitales la incluyen en su cartera de servicios.
Diferencias entre tatuaje y micropigmentación
Azucena es, casi con total seguridad, la mujer que más sabe de micropigmentación de España. Es clara, contundente y muy rigurosa cuando explica en qué consiste su trabajo. Por eso, insiste en señalar las diferencias entre tatuar y micropigmentar.
La primera de ellas, explica, es que la micropigmentación es menos invasiva que los tatuajes tradicionales, porque se realiza sobre la epidermis, la capa más superficial de la piel. Por otro lado, los pigmentos utilizados son muy diferentes. Frente a las tintas de los tatuajes tradicionales, en la micropigmentación se emplean pigmentos inorgánicos de colores terciarios muy semejantes a los de la piel, que si bien pueden perder algo de intensidad con el tiempo, también se rediseñan con más facilidad llegado el caso. Además, los colores nunca viran hacia tonos indeseados, como sí ocurre a menudo con los tatuajes.
La superficie sobre la que se realiza el procedimiento también es muy diferente: las enfermeras trabajan sobre pieles patológicas, radiadas, con cicatrices y que, a menudo, recubren prótesis. Superficies todas ellas sobre las que no se debe realizar un tatuaje convencional. Además, una paciente que va a ser micropigmentada se somete previamente a una prueba de tolerancia y después al necesario seguimiento sanitario.
Pero la principal diferencia entre la micropigmentación y los tatuajes radica en su finalidad misma: el objetivo de la primera no es decorativo ni artístico, sino corrector, y conseguir un resultado natural requiere de mucho entrenamiento y ciertas capacidades artísticas. Azucena explica que la clave es “la práctica diaria, sentido común y que te guste mucho el dibujo. A mí me gusta, me gusta mucho la colorimetría, tengo sentido de la estética. Cuando veo una paciente y analizo su color sé qué pigmentos tengo que mezclar, porque los conozco y sé cómo van a comportarse. Pero esto ha sido tras casi seis años de trabajo”.
Cuando la paciente ha superado la prueba alérgica, Azucena diseña la areola buscando simetría y naturalidad en el color y la proyección, correspondiente al volumen de la mama. “No busco la perfección”, explica, “no existe el pecho perfecto”. El diseño definitivo siempre se consensúa con la paciente. A partir de aquí, ya se puede iniciar la micropigmentación. La paciente sólo siente algunas molestias y, a veces, ni siquiera eso, ya que a menudo se trata de zonas que han quedado insensibles tras las cirugías.
Un equipo 100% enfermero
Montserrat tiene 38 años. Hace seis le diagnosticaron un cáncer de mama. Una vez superado todo el proceso de curación y reconstrucción, sus médicos le derivaron a esta Unidad de Micropigmentación para que recuperase el complejo areola-pezón. “La paciente ya había venido, le habíamos hecho la prueba alérgica, y ahora le hemos practicado el procedimiento. Hemos intentado igualar, tapar cicatrices, camuflar… Hemos hecho una micropigmentación bilateral”, explica Azucena. Por sus manos han pasado unas 1.500 mujeres y con todas ellas ha empatizado: “Me pongo en su lugar desde el momento en que las conozco, y me imagino cómo me gustaría que me trataran si yo fuera ellas: con cariño, con respeto”.
La gestión de la Unidad de Micropgimentación es cien por cien enfermera, aunque el trabajo en ella no sería posible sin la colaboración de muchos equipos distintos. Tanto Azucena como su supervisora, Olga Salcedo, se sienten muy respaldadas: “Tenemos apoyo institucional, de los médicos, los cirujanos, los dermatólogos, los oncólogos… Eso es muy importante, porque son ellos los que nos derivan a los pacientes. Confían en nuestra formación y nuestros resultados. No interfieren en nada”, aseguran.
Llevarlo a más hospitales
El deseo de estas enfermeras es, en último término, abrir camino y conseguir que la micropigmentación mamaria se afiance como último paso en la reconstrucción del pecho, ya que los resultados y la reacción de las mujeres al mirarse al espejo demuestran que se trata de una intervención esencial para devolverles la autoestima. “Mi impresión ha sido de satisfacción total”, asegura Montserrat. “Estoy encantadísima, siento mucha emoción. Es un detalle que es para mí, pero que necesitaba para zanjar todo esto. Para una mujer es primordial verse bien. Ya no es verte una cara bonita o un pelo bonito, sino verte como tú eras”.
En este sentido, Azucena Marzo asegura que su objetivo no es otro que conseguir que estas pacientes “se vean normales, que empiecen a hacer una vida normal, que vayan a un gimnasio y se denuden, que mantengan relaciones sexuales. Lo que quiero es que empiecen a quitarse la blusa y empiecen a decir “me han quedado unas mamas preciosas”, estoy encantada de la vida”. Por eso se siente realizada en su trabajo: “me llena porque sé que estoy haciendo algo importante por ellas, sé que lo necesitan”.
A Montserrat le faltaba “el último detalle” tras la reconstrucción, según cuenta ella misma mientras observa ante el espejo el resultado del trabajo de Azucena. “Un detalle que realmente es para mí, porque no tengo necesidad de enseñarlo, pero tenía ganas de terminar”. Ahora ya lo tiene. Muchos lo han llamado “la guinda del pastel”, pero a Azucena no le gusta la expresión. “En realidad es el final de un proceso”, concluye. Y se despide de Montserrat hasta su próxima cita de seguimiento.