DAVID RUIPÉREZ.- Miguel Angel Tobías ha sido un rostro popular de la televisión durante muchos años. Aventurero, productor de documentales, filántropo y, aunque no es enfermero, ha trabajado mucho con enfermería. Su nuevo libro Renacer en los Andes relata una odisea que vivió en primera persona y una historia muy personal. Todos los enfermeros pueden leer de forma gratuita un extracto a través de la aplicación para móviles y tabletas Infoenfermería.
Este libro narra una experiencia vital, que te cambió absolutamente tu forma de pensar, ¿qué van a encontrar lectores en las páginas de “Renacer en los Andes”?
Me ha encantado siempre la aventura. En mi vida, a veces me he movido al filo del peligro, ya tuve una experiencia muy cercana a la muerte en África, donde estuve a punto de morir ahogado y envenenado. Trece años después, en la cordillera de los Andes, con dos amigos viajé a los Andes con idea de escalar una montaña de 6.000 metros. Veníamos ya de un viaje previo de aventura por Perú y no teníamos el equipamiento adecuado, ni respetamos el tiempo de aclimatación, simplemente iniciamos un ascenso que puso en peligro la vida de los tres. Yo empecé a experimentar una fuerte taquicardia entorno a las siete de la tarde en el campo base. No se resolvía y a las ocho de la tarde, en obscuridad absoluta y con muchos grados bajo cero, me marché de allí. Sabía que era una locura intentar descender una montaña que no conoces de nada. Sabía que me iba hacia la muerte, pero el instinto de supervivencia te lleva. Era consciente de que esa taquicardia a que no se detenía y que mi corazón se iba a parar en cualquier momento y no tenía nadie para ayudarme. Estaba en una situación muy peligrosa. Lógicamente me perdí, llegaron las diez de la noche y empecé una aventura de sobrevivir a esa primera noche a la intemperie. Fue un infierno helado, una tortura que sólo sabe quién ha tenido que pasar una noche en alta montaña sin abrigo.
Me dormí e iba a morir por el frío y noté que algo me tocaba la cara”
¿Cómo transcurrió la noche?
Viví esa noche milagrosamente, porque por dos veces que me quedé dormido y una mano me tocó la cara me despertó. De no haber sido así estaría muerto, A la mañana siguiente, muy contento de haber sobrevivido, tardé muy poco en darme cuenta de que, aunque había sobrevivido esa noche, no había ninguna opción de volver a hacerlo una segunda noche sin agua, sin referencia y sabiendo que nadie me iba a venir a buscar. En el libro relato minuto a minuto no sólo lo que iba sucediendo sino todo el proceso interno que vives cuando te acercas a una muerte cierta.
¿Pensabas que no había posibilidad de salvarse o te cabía la esperanza de escapar de esa cárcel de hielo?
No, no, Sabía por mis conocimientos de Biología que no había ninguna opción de sobrevivir a una segunda noche. Lo único que podía hacer en ese momento era tener un diálogo directo con Dios. Cuando hablo de Dios me refiero a lo que cada uno interprete y sienta en función de sus creencias. Lo indígenas hablarían de los espíritus de la montaña y otro del yo superior y los católicos pensarán en el Dios de los cristianos. Entré en ese diálogo con esa fuerza superior donde pedía ayuda, siendo consciente de que era imposible salir de allí y fui pidiendo una serie de cosas, concretamente cinco, y las cinco se me fueron dando una detrás de la otra. Si ya la primera que pedí no hubiera sucedido las otras no se hubieran podido dar y hubiera muerto en aquella montaña.
Sólo podía tener un diálogo con Dios”
Pero sobreviviste, ¿pretendes con el libro ayudar a muchas personas que se enfrentan a problemas de la vida de toda índole?
Como antes dijiste, ¿luchaste o confiaste que alguien te ayudara?. Eras las dos cosas, no perdí la razón en ningún momento, sabía que tenía que pelear y luchar, lo que en la situación en la que me encontraba eso significa caminar. Estaba en medio de los Andes, a muchos km de la ciudad de la que habíamos partido. Pasara lo que pasara no iba a dejar de caminar, pero lo curioso es que caminé en la única dirección en 360 grados que me llevaba a la salvación. La gente dice se te pasa toda la vida por delante, muy rápido. En mi caso todo fue a cámara lenta. Siendo consciente que iba a morir, hice un ejercicio de introspección. Pensaba: “mañana mi familia va a saber que yo estoy muerto y no voy a poder hacer nada para consolarles”. He tardado trece años en escribir este libro. Ha sido muy duro, muy íntimo, contar todo este proceso mental, psicológico y espiritual, de alma. Todos los seres humanos, da igual a qué te dedicas, todos nos vamos a enfrentar a montañas que no somos capaces de escalar. Las personas que se encuentren en una situación de este tipo encontrarán algunas herramientas que yo utilicé y espero que así tengan un poco de luz, un poco de esperanza. En el libro digo: “Lo único que no podemos hacer ante cualquier circunstancias dura que te plantee la vida es no seguir peleando”. Jamás hay que darse por vencido a pesar de tener la certeza de que vas a morir.
Las enfermeras a veces se enfrentan a dificultades, lidian con la muerte. ¿Cuál es tu impresión de las enfermeras y enfermeros?
Soy doctor en Nutrición, pasé consulta durante años y mi relación con las enfermeras ha sido muy estrecha. Son los verdaderos ángeles de la guarda, caminan pero parece no tocan el suelo. Sabemos que, desde el punto de vista científico, una palabra, una caricia, saber que le estás importando a alguien puede ser más terapéutico que muchos tratamientos. También he sido paciente. He sido operado por caídas fruto de mi actividad. He vivido esta terapéutica de tener a alguien que entra por la puerta de tu habitación para ver cómo estás y es maravilloso. Recuerdo que estaba ingresado en México, sin ningún acompañante, y la enfermera que despedía el turno me dijo que se había asomado cada 20 minutos para comprobar que estaba bien. Es el trabajo más duro de un hospital. Les doy las gracias por su trabajo.