ÁNGEL M. GREGORIS.- Dicen que sólo el 10% de la masa de un iceberg está a la vista del hombre. El otro 90% permanece oculto en el mar. Oculto como los tesoros de los piratas, el Sol cuando se hace de noche o el centro de la Tierra. Este último, con permiso de Julio Verne, no está escondido para todo el mundo y son muchos los que han podido estar “muy cerca” de él. Sin salir de España, en Almadén, a poco más de 100 kilómetros de Ciudad Real, miles de personas han trabajado durante dos mil años en la mina de mercurio más grande del planeta. Para entender un poco mejor las cifras, un tercio del mercurio utilizado en el mundo se ha extraído de esta pequeña población manchega de 5.500 habitantes.
A 700 metros bajo el suelo se halla un entramado perfecto de galerías que se han ido excavando a lo largo de los siglos para extraer lo que muchos llamaron en la antigüedad la plata líquida. Abierta hasta 2011 cuando la Unión Europea prohibió la utilización de mercurio por sus riesgos a pesar de que todavía queda mucho mineral en su interior, la mina tuvo que reinventarse y un año después logró la certificación de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Este título y las ganas de los trabajadores y del pueblo de Almadén han hecho que la mina, de alguna manera, siga viva. Y sigue viva por dos motivos. En primer lugar, porque la naturaleza de la tierra no se puede parar y los trabajos de mantenimiento para que no se inunde y para evitar desprendimientos deben continuar. Y en segundo, porque cada día decenas de personas se montan en el ascensor del pozo de San Teodoro para visitar el interior de la mina a 50 metros de profundidad. Un recorrido a pie de 2 kilómetros por la primera planta, en el que se puede revivir, salvando las distancias, cómo se sentían los mineros en los siglos XVI y XVII.
Maquinaria
Durante la visita, entre otras muchas cosas, se puede conocer la forma de trabajar de aquellos años, la maquinaria necesaria para llevar a cabo la transformación del cinabrio (mineral) en mercurio, los entramados de la mina y, como obra cumbre, el baritel de San Andrés, lo que muchos llaman la capilla sixtina del patrimonio minero y que agilizaba enormemente las funciones en la mina.
Experiencia
La situación, la temperatura, el agua cayendo por las filtraciones y hasta los murciélagos hacen del paseo y la explicación una experiencia única. Durante siglos, la mina fue el lugar de trabajo de miles de presos, que vivían en unas condiciones muchas veces lamentables y de esclavitud. La falta de mano de obra obligó a utilizar a estos reos para continuar explotando el lugar e incluso se construyó una galería subterránea para unir la cárcel con la mina y evitar así fugas de los penados. El sufrimiento era tal que en 1755 lograron incendiar los túneles y la mina estuvo ardiendo 30 meses. Por la dificultad de entrada, el incendio tuvo que extinguirse taponando todos los pozos y dejando a la mina sin oxígeno. Tras este suceso, los presos fueron estigmatizados y mucho más vigilados.
Trabajos forzados
Los trabajos forzados y las durísimas condiciones hacían que la esperanza de vida de los mineros fuese bajísima y muchos de ellos terminaban contrayendo enfermedades como el hidrargismo, paludismo y afecciones respiratorios o incluso falleciendo. Algunos estudios apuntan a que en el siglo XVIII un 50% de los mineros terminaban muriendo allí abajo. Y, dependiendo del lugar de la desgracia, a veces no se podían ni recuperar los cuerpos. Con los años, las medidas de seguridad y las condiciones sanitarias fueron mejorando y la siniestralidad se fue reduciendo. De hecho, el último accidente mortal documentado tuvo lugar en 1955. Además, en la última etapa los trabajos en la mina no eran forzosos.
Institución
Sin caer en el sensacionalismo, conocer estos detalles y trasladar la mente a esos siglos, permite al visitante mimetizarse y meterse en la piel, por unos instantes, de todos aquellos que sufrieron para convertir la mina de Almadén en una institución del patrimonio. Actualmente, sólo se conservan las cuatro primeras plantas de la mina; el resto, por motivos económicos, terminó inundado. Metros y metros de galerías modernas que ahora no podrían visitarse y, si se hiciese, se convertiría en deporte de riesgo.
En los ojos de los trabajadores de la mina, muchos reconvertidos en guías, se nota la ilusión por enseñar el lugar en el que han crecido y se han formado. Con sus dificultades, pero también sus recompensas, la mina es una forma de vida y sólo el que lo ha vivido puede sentirla de verdad. La mina atrapa y, aunque muchas veces duele, engancha.
Un Comentario
Mercedes
Muy interesante