DAVID RUIPÉREZ.- Haciendo honor a su nombre la nueva entrega de Misión Imposible arranca con algo tan posible y cotidiano como que una persona se agarre con sus manos a un avión que despega a 300 km/h. El autor de tal proeza no puede ser otro que el agente Ethan Hunt, interpretado por el eterno joven Tom Cruise quien en una nueva entrega de la saga se enfrenta a la desaparición del servicio secreto para el que trabaja y a tener que apañárselas por su cuenta, sin la ayuda de un equipo y los fantásticos e imaginativos recursos tecnológicos que tenía a su disposición. En su condición de proscrito, la trama plantea la eterna sombra de la duda sobre quiénes son los buenos y quiénes los malos.
Pero independientemente de que el guion se sostenga como en este caso, la cinta es un nuevo homenaje a la acción trepidante, estéticas persecuciones y luchas sin cuartel donde los cuerpos y las armas “bailan” con ese ritmo que te deja literalmente pegado a la butaca. No hay un exceso de explosiones ni violencia gratuita como en sagas que glorifican los músculos y el turbo de los coches. Aquí hablamos de espías y conspiraciones, con ese toque clásico que se disfruta cuando una sala de cine forrada de altavoces estéreo nos cobija. Por más que se empeñen algunos, las sagas de Bourne, Misión Imposible o 007 cuando se ven en una tele en casa saben como comer paella de lata.
Entretenida
Misión Imposible. Nación Secreta resulta más que entretenida aunque no filosofe sobre el sentido de la vida. ¿O quizá sí reflexiones sobre temas trascendentales? Cabe preguntarse si entre tanto tiro lo que se está mostrando es cómo el mal —léase terrorismo, contrabando o tráfico de armas— puede ejercer de contrapoder y de punto de equilibrio entre las potencias para el devenir del mundo en el que vivimos.