ÁNGEL M. GREGORIS.- Nueva Delhi está entre las cinco ciudades más pobladas del mundo, con entre 20 y 30 millones de habitantes dependiendo de la fuente que se consulte. La capital de laIndia es un lugar lleno de contrastes, desde la zona financiera y de negocios de Connaught Place, hasta los barrios más marginales donde se ve claramente la pobreza que impera en el país. Todo ello, junto y revuelto, es lo que le da olor, color y sabor a la ciudad. Un olor característico que sólo se puede conseguir en este país y que mezcla ese aroma de las especias y los puestos de comida callejera con los de los platos típicos de los restaurantes más lujosos del lugar. Los colores vivos de los saris que visten las mujeres y que brindan una alegría que en muchas zonas queda deslucida por la miseria de la población. Y, sobre todo, un sabor que te deja con ganas de volver.

Sus calles, su peculiaridad. Imagen: David Cubero Gimeno
Para disfrutar y empaparse bien de todo lo que ofrece esta ciudad habría que estar mínimo tres días y máximo toda una vida. En medio del bullicio se levanta la Jama Masjid, la mezquita más grande de la India, en la que pueden entrar también los no musulmanes para visitarla. Permite la subida a una de sus torres para contemplar la ciudad desde arriba y es espectacular, pero no recomendable cuando las temperaturas rondan los 40º y la humedad el 80%.
Otra de las visitas obligatorias es el Fuerte Rojo. Aunque al final no deja de ser uno más de las decenas de fuertes que hay en todo el país, este antiguo palacio se comenzó a construir en 1638 y actualmente es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Tras la mezquita y el Fuerte Rojo, un paseo por el Rajpath es también visita obligada en este viaje. La calle, que se utiliza para el desfile del Día de la República, está coronada por la Puerta de India, un enorme monumento que conmemora a los 70.000 soldados indios que murieron en la Primera Guerra Mundial. Frente a ella, el Rashtrapati Bhavan o residencia del presidente. Un imponente edificio que cuenta con 340 habitaciones y unos jardines con más de 160 variedades de rosas y flores. Sin duda, una imagen que dista mucho de la realidad que se ve luego en las calles.

El templo de Lotto. Imagen: David Cubero Gimeno
Templo Sij
Para los más aventureros, hay un sitio diferente. El templo sij Gurdwara Bangla Sahib, que fue donde el octavo gurú, Harkrishan, se alojó antes de morir. Dentro, se puede llegar a vivir uno de los momentos de mayor paz de todo el viaje, siempre y cuando no se vaya con la prisa con la que suele ir un turista. También muy recomendable es un santuario que hay dedicado al musulmán sufí Nizamuddin Auliya. Situado un poco a las afueras, el Dargah de Hazrat Nizamuddin tiene unas normas un poquito estrictas. Nada de pantalones cortos, cabeza cubierta y las mujeres fuera del núcleo central de adoración, marginadas a una sala en la que pueden ver lo que pasa dentro a través de una celosía.
También en Delhi se encuentra el Templo de Lotto, un espectacular edificio en forma de flor de loto muy bonito por fuera, pero no tanto por dentro. Un lugar preparado para la meditación y la reflexión en el que se pueden leer textos sagrados de cualquier religión y en cualquier idioma. Muy cerca de allí está el Jardín de Lodi, el sitio perfecto para relajarse y disfrutar del “buen tiempo” tras unas jornadas maratonianas de turismo y la tumba de Humayun, la primera en considerarse una tumba-jardín y precursora del estilo del Taj Mahal. Y fuera de todos los atractivos turísticos, una ciudad que nunca duerme. Una ciudad en la que la vida transcurre de día y de noche y en la que todos y cada uno de sus habitantes se entremezclan entre la tradición y la evolución.

La Jama Masjid, mezquita más grande de la India. Imagen: David Cubero Gimeno