ALICIA ALMENDROS.– En los últimos días vemos cómo en nuestro país el coronavirus se está cebando con las personas mayores de 70 y 80 años. Protegerlos es misión de todos, pero especialmente de los trabajadores de las residencias que han convertido estos espacios en prácticamente búnkeres de guerra para evitar que COVID-19 entre en ellos. Mónica García de la Torre es enfermera de profesión y vocación y especialista en Geriatría. Actualmente trabaja en una residencia de ancianos del polígono de Toledo, y es una de esas personas que realiza turnos interminables para protegerlos:

“A día de hoy no sabemos si tenemos casos positivos de COVID-19. Tras tres días de insistencia, mucha insistencia, han hecho la prueba de a tres de nuestros residentes y estamos a la espera de los resultados.

… y de pronto todo cambia. Cambia el concepto comunitario de una residencia y se convierte en un minihospital de campaña para aislar a cuatro posibles casos que presentan clínica respiratoria -sí sólo les han hecho la prueba a tres, y rogando- así como a sus compañeros de habitación, y empiezan los turnos infernales donde sólo piensas en cuántos aislados habrá y sus cuidados para afrontar el turno sin demasiado personal. Empiezas a vestirte con el equipo de protección individual compartido con tus compañeros y reusado día tras día, pensando en cómo saldrás de esa habitación. Lo peor es la incertidumbre de saber si te estás protegiendo y estás protegiendo a los demás porque no se tiene certeza de casos infectados. Y te dejas la piel, literal, lavándote las manos, porque sin los medios suficientes, como está pasando en España, es la medida más eficaz.

Pero no sólo esto. Hay que recordar la situación que hay tras los aislamientos. Ves personas tristes porque no pueden recibir visitas, y a pesar de estar en la era de las tecnologías, la suya fue la manual y no tienen esos móviles de última generación para hacer videollamadas. Ves cabezas cabizbajas porque llevan días sin hablar con sus familias. Ves el miedo que tienen, y entonces le pones la mano en la espalda -siempre con guantes-, le sonríes y ellos te devuelven la sonrisa porque saben que tras esa mascarilla a alguien se le han achinado los ojos. Y piensas: otro turno de mierda que ha merecido la pena.

Gracias a todo el equipazo de esa residencia, que RESISTIREMOS, a mis compañeras que no te dejan que desfallezcas en el intento y a mí coordinadora por protegernos lo mejor que la dejan”.

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