ÁNGEL M. GREGORIS.- “La Gran Muralla China puede verse desde el espacio”. Esta frase, extendida a lo largo del planeta, se ha dicho durante años, en películas, series e incluso libros de texto. Pues bien, es un mito casi tan grande como el propio monumento, que se empezó a construir en el siglo V a.C. para proteger al Imperio Chino de los ataques de los nómadas de Mongolia y Manchuria.
La realidad es que la muralla tan sólo mide unos metros de ancho y su color es muy parecido al del suelo que la rodea, por lo que, en principio, sería imposible verla desde la Luna. Aun así, la majestuosidad de una de las siete Maravillas del Mundo Moderno no queda desmerecida tras conocer la leyenda urbana que la rodea.
Miles de kilómetros de muralla construidos para defender el imperio, que hoy en día se pueden recorrer (sólo ciertos lugares), pese a que algunas zonas se encuentran atestadas de turistas. Mutianyu, a 70 kilómetros de la capital, es uno de los mejores tramos para visitarla porque no está excesivamente masificado de gente como Badaling (la zona principal) ni está tan descuidado y alejado como Jinshanling y Simatai. Ahí, tras ascender en telesilla hasta la muralla, puedes volver a bajarla igual o, por el contrario, en un espectacular tobogán que te da la oportunidad de terminar la experiencia a lo grande.
El mercado de los “bichitos”, parada obligada.
Un paseo inolvidable para cualquiera, pero no único en una ciudad como Pekín. Una ciudad caótica, pero que enamora desde el momento en el que pones un pie en el aeropuerto e intentas llegar al medio de transporte que te llevará a tu alojamiento. Taxistas legales e ilegales compiten por ver quién es el primero que “carga” con los nuevos visitantes venidos desde Occidente para conocer una cultura muy distinta a la suya, pero que con los días terminan descubriendo que no es tanta la brecha que los separa, que las grandes firmas capitalistas ya han invadido sus calles y la diferencia no es tan enorme como creían imaginar.
Pekín, cuya extensión abarca casi 17.000 kilómetros cuadrados (el doble que la Comunidad de Madrid) es mucho más que una muralla. Muchísimo más. Se necesitarían meses para conocer un poco la ciudad y años para profundizar en ella.
Una aventura
Sin entrar a los principales monumentos, palacios y jardines, caminar por las calles de Pekín ya es toda una aventura. Los hutongs (pequeños callejones que componen el casco histórico donde se ubican casas antiguas) transportan a los turistas a la China más tradicional, esa que contrasta con los grandes edificios de la zona financiera o las grandes tiendas occidentales repartidas por numerosas partes de la ciudad. Es en estas barriadas donde se encuentra a la gente de siempre y se descubre, posiblemente, la verdadera vida que llevan millones de personas en el país, alejadas de las ostentaciones que sólo unos pocos pueden permitirse.

El mercado nocturno de Wangfujing, donde los escorpiones y gusanos son manjares. Imagen: David C. Gimeno
Los hutongs muestran la China más tradicional.
La Plaza de Tian’anmen, la más grande que existe en el mundo con unas dimensiones de 880×500 metros, aloja en el centro uno de los lugares más místicos de Pekín. No es, ni de lejos, lo más bonito de la ciudad, pero es inevitable que se pongan los pelos de punta al entrar. El Mausoleo de Mao Tse-Tung, fundador de la República Popular China, acoge el cuerpo embalsamado del antiguo presidente.
Decenas de ciudadanos y turistas pasan a diario por el interior de este “templo”, cargados con flores para venerar al que fue “el gran salvador del pueblo”. La visita dura 15 segundos escasos, lo que se tarda en recorrer un pasillo. Las fotos y los vídeos están totalmente prohibidos, tanto que para entrar hay que depositar las cámaras en una sala exterior que tienen habilitada para ese momento, previo pago, claro está. El interior, oscuro y con la tumba en el centro, está escoltado por varios guardias cuya misión es evitar que se vulnere la paz del lugar donde reposan los restos del líder comunista.
Parada obligada para cualquier buen turista es el Mercado nocturno de Wangfujing, también conocido como el “mercado de los bichitos”. Escorpiones, ciempiés, cucarachas, larvas, estrellas de mar, caballitos de mar y tarántulas son sólo algunos de los manjares que se pueden degustar en los puestos de este mercado. Si bien es cierto que luego es difícil encontrar restaurantes que te sirvan estos suculentos platos, el mercado tiene toda la pinta de ser una “atracción turística” más que un lugar verdaderamente chino.
La Ciudad Prohibida, desde donde gobernaron los 24 emperadores chinos que se sucedieron durante más de 500 años; el Palacio de Verano, que utilizaron varias dinastías para huir del calor de la Ciudad Prohibida en la temporada estival, y el Templo del Cielo, uno de las mayores zonas sagradas de la ciudad, completan una visita inolvidable por la capital del país más poblado del mundo.