RAQUEL GONZÁLEZ ARIAS.- Detrás de cada enfermera, hay muchas historias de vida, historias que a menudo dejan huella e incluso lecciones de las que aprender. Esta historia, en concreto, conecta al Hospital Universitario San Jorge de Huesca con una familia turca y con la ciudad tanzana de Dar es-Salam, la más poblada del país africano y sede de su gobierno.
El origen
Hace aproxidamente tres años, llegó hasta la unidad de oncología de este hospital una paciente de 43 años, de origen turco y residente en Huesca, Serpil Cevik. Durante algún tiempo, acudía periódicamente para recibir su tratamiento en el hospital de día, etapa en la que también fue ingresada en varias ocasiones en la planta de oncología. Lamentablemente, el desenlace no fue el que todos hubieran querido y Serpil falleció.
Así la recuerda Mari Carmen Gregorio Mayoral, supervisora del Hospital de Día: “Serpil era todo bondad, siempre amable y educada nos hizo todo muy fácil. Y eso que apenas dominaba el idioma y era una de sus hijas quien le hacía de intérprete”.
El trabajo en oncología no es nada fácil y como explica la enfermera María José Anoro Casbas, supervisora de la sexta planta de hospitalización, también sufren cuando pierden a uno de sus pacientes: “estos procesos suelen ser muy largos, aunque en el caso de Serpil no lo fue tanto, pero es cierto que el suficiente para establecer vínculos con ella y con su familia. Conocemos a estos pacientes desde el diagnóstico, que se realiza aquí en el hospital, luego comienzan el tratamiento, por lo que vienen periódicamente y, en ocasiones, como Serpil, requieren de hospitalización. Al final, se crea una relación muy estrecha con ellos, con sus parejas, hijos, hermanos, primos… especialmente si la enfermedad avanza y llega el final. Somos profesionales pero también somos personas y lo sentimos mucho cuando llega ese momento, especialmente si se trata de pacientes muy jóvenes o con niños…”.
Un acto de gratitud
Su dedicación, cuidados y empatía hace que las muestras de gratitud que reciben estas enfermeras sean habituales, sin embargo, en el caso de la familia de Serpil esta gratitud fue algo fuera lo normal.
Como cuenta Mari Carmen Gregorio, “tras su fallecimiento, perdimos el contacto con la familia, como suele suceder, hasta que un día llegó un email del marido de Serpil. En él nos trasladaba su gratitud y voluntad de querer hacer algo en memoria de su mujer que fuera un símbolo de vida”. El proyecto consistía en donar dinero a una ONG para la creación de un pozo en un colegio de Dar es-Salam, Tanzania, para que los niños tuvieran agua corriente, un bien escaso en ese lugar. El proyecto incluía además una placa que incluyera los nombres de las enfermeras, médicos y auxiliares que habían cuidado a su mujer durante la última etapa de su vida.
Por supuesto, la noticia cogió por sorpresa a todo el equipo; era un acto de gratitud, reconoce la supervisora, “excepcional, totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados”. El proyecto les entusiasmó y aceptaron que sus nombres aparecieran en la placa junto al pozo.
Coincidiendo con el aniversario del fallecimiento de Serpil recibieron otro email. En él se adjuntaban vídeos e imágenes con la inauguración del pozo y les solicitaban visitar el hospital para presentar el proyecto. La visita tuvo lugar el pasado mes de noviembre y la familia de Serpil fue recibida de nuevo por todo el equipo de profesionales que habían cuidado de ella. Les hicieron entrega, además, de tres placas como la que se ubica junto al pozo, en el colegio, y que ahora cuelgan en las distintas plantas del hospital por las que ella pasó.
Seguir adelante
Para Mari Carmen Gregorio historias así “son un estímulo, un empujón para seguir adelante” y sirven también para quitar, como dice ella, “esa mala prensa que tiene la oncología porque estos pacientes nos enseñan, entre otras cosas, que cada día de nuestras vidas es importante, estemos sanos o enfermos, y hay que vivirlo y aprovecharlo”.