ANA MUÑOZ.- En la segunda planta del Hospital Universitario de Getafe se ubica la Unidad de Grandes Quemados, donde cada año se atiende a más de cien pacientes que ven incrementada su supervivencia hasta un 90%. Cuenta con seis camas y su elevadísima calidad asistencial la ha consolidado como unidad de referencia a nivel nacional, característica que comparte con el Hospital La Paz, también en Madrid.

El eje de esta unidad son sus enfermeras, que prestan al paciente los cuidados que necesita las 24 horas del día y que articulan toda la rutina diaria. Son cuatro en el turno de mañana, cuatro en el de tarde, tres en la noche y tres los fines de semana. Cada turno cuenta además con dos auxiliares y uno o dos celadores, en función de la necesidad.

El perfil de los pacientes

A esta unidad llegan pacientes con una superficie corporal quemada superior al 20% o, si es menor, que afecta a zonas muy difíciles de tratar, como la cara o los genitales. También ingresan personas que, si bien no presentan quemaduras de gran extensión, sí sufren pluripatologías derivadas del accidente térmico, como traumatismos o intoxicaciones. Por último, cursan como grandes quemados los pacientes dermatológicos que padecen Síndrome de Lyell o Síndrome de Stevens-Johnson.

Una enfermera muestra el lugar en el que se realiza el baño salino

Una enfermera muestra el lugar en el que se realiza el baño salino

Cualquier persona, independientemente de su edad, puede sufrir un accidente térmico, por eso a esta unidad llegan desde niños hasta ancianos, hombres y mujeres y no siempre, como ya se ha mencionado, víctimas del fuego. Sus perfiles son muy diversos, según nos explica Mª Paz Robles, supervisora: “Muchas veces se trata de personas que han sufrido accidentes, otras por imprudencias, y también hay intentos autolíticos (lo que se conoce popularmente como ‘quemarse a lo bonzo’). Hemos tenido personas que han avivado fuegos con alcohol, o a las que les ha explotado la olla o la bombona de butano. Hay muchas historias y muchos problemas sociales detrás del paciente quemado”, explica Robles. “Por ejemplo, si les ha explotado la bombona de butano y se les ha quemado la casa, luego no tienen dónde volver”.

Los cambios normativos han contribuido, no obstante, a que determinados perfiles de quemado sean cada vez menos frecuentes. “Antes ingresaban muchos pacientes por quema de rastrojos, pero desde que eso se reguló por ley, llegan menos. También hemos notado mucho el fortalecimiento de las medidas de prevención en riesgos laborales”, asegura la supervisora.

La llegada de los quemados

“Lo que más me impacta es que cuando el enfermo ingresa, llega hablando, a pesar de su gravedad. Él mismo nos cuenta qué le ha ocurrido, intentamos obtener la mayor cantidad de información posible antes de dormirlo e intubarlo”, explica Amelia Moscoso, enfermera que lleva 24 años trabajando en esta unidad.

Proceso de cura de un paciente quemado

Proceso de cura de un paciente quemado

El protocolo establece que cuando un paciente quemado ingresa, tiene que pasar por el baño salino, que facilita la tarea de desprender las sustancias de la quemadura y la piel muerta. No se hace por inmersión, sino dando al paciente una ducha de agua que, aunque procede del grifo corriente, ha pasado antes por un filtro antimicrobiano. El baño salino provoca menos dolor que la limpieza por frotación aunque, si el paciente presenta una gran superificie cruenta, también se le suele sedar.

Curas de primer nivel

Cada mañana, las enfermeras aprovisionan las mesas de curas de compresas para el lavado y aclarado de las quemaduras, guantes, batas y hules estériles, jabones y cremas antisépticos de alto espectro. Cuando las mesas están listas, es el momento de pasar visita para controlar la evolución de los ingresados durante las últimas 24 horas. Su abordaje, al tratarse de pacientes afectados en partes tan diversas de su anatomía y también psíquicamente, implica a todo tipo de profesionales sanitarios. Por eso, en la visita matutina participa un gran equipo multidisciplinar compuesto por médicos intensivistas, cirujanos plásticos, personal de enfermería, psiquiatras y fisioterapeutas. “En esas visitas establecemos el plan de cuidados para todo el día, e incluso, a veces, para toda la semana”, explica la supervisora Robles.

Las curas en esta unidad son siempre de primer nivel, enormemente complejas, y sólo pueden llevarse a cabo con éxito si el equipo está perfectamente coordinado, como una orquesta con todos sus instrumentos afinados y que suenan en el instante preciso. “Es un trabajo muy protocolizado. Antes de entrar tienes que saber lo que vas a tener entre manos, te tienes que haber estudiado la cura”, explica Sandra Fernández, enfermera de la unidad. Para facilitar esa tarea, las enfermeras emplean unos dibujos de figuras humanas en los que van registrando las curas previas y el estado de cada zona cutánea, identificado por colores.

El trabajo durante una cura sólo puede hacerse en equipo

El trabajo durante una cura sólo puede hacerse en equipo

“Cuando el paciente llega, sus quemaduras no son uniformes, tienen profundidades diferentes. Hay zonas que conservan el epitelio, zonas que no, zonas desbridadas, injertadas, cubiertas por apósitos, zonas de las que se ha extraído la piel para el autoinjerto. Cada una de ellas se cura de una manera diferente”, continúa Fernández. “Simplemente para destapar el vendaje del día anterior tienes que saber qué hay debajo. Los celadores también tienen que saberlo a la hora de movilizar al paciente”.

Los grandes quemados han perdido la primera y más importante barrera defensiva del organismo, la piel, por eso el caballo de batalla de esta unidad son las infecciones. “Mantenemos extrema higiene porque al paciente quemado le mata el fracaso multiorgánico y la infección. Utilizamos un guante para el lavado de la herida y otro para la cobertura, y vamos cambiando los guantes cuando cambiamos de zona. El objetivo es evitar la contaminación cruzada”, concluye Fernández.

Una cura dura entre una y tres horas, durante las cuales se alcanzan temperaturas muy altas bajo los gorros, batas y mascarillas. El desgaste físico, con los años, pasa factura, asegura la enfermera Moscoso, que ya experimenta problemas de espalda.

Un trabajo 100% enfermero

Para Sandra Fernández, la parte más bonita de su trabajo en la Unidad de Grandes Quemados es que “se trata de un trabajo puro de enfermería, es uno de los servicios en los que tenemos mayor protagonismo, porque la cura es propia de nuestro ámbito. Ni el médico intensivista ni el cirujano plástico intervienen. Como enfermera, tú controlas, eres autónoma, no sólo en lo que se refiere a la cura. Muchos aspectos del cuidado integral del paciente como la alimentación, medidas posturales, respiración, etc. también dependen en gran medida de la evolución de la enfermería”, asegura.

Algunas de las enfermeras que trabajan en la unidad

Algunas de las enfermeras que trabajan en la unidad

La gran satisfacción de estas profesionales es, en palabras de Amelia Moscoso, “ver cómo evoluciona el paciente gracias a nuestro esfuerzo y a estar las 24 del día al pie del cañón”. Pero, sobre todo, recibir la visita de antiguos pacientes. “Cuando vemos que han superado sus limitaciones, que han aprendido a vivir con sus amputaciones y cicatrices. Dicen que se miran al espejo y que ya no se sienten ellos mismos, pero aun así, vienen contentos a saludarnos. Nos quieren, especialmente los que vivieron ingresos largos que a veces se prolongan hasta un año, o que tuvieron que volver para operarse. Nosotras sentimos que son parte de nuestra familia”.