DAVID RUIPEREZ.- Las calles de uno de los barrios más populares de Madrid han cambiado mucho en cuatro décadas. Ese Carabanchel de Rosendo, de la cárcel, de Manolito Gafotas del “Langui”, de tantas personas que llegaron en los 60 y los 70 a la capital desde Galicia, Andalucía o Extremadura en busca de un futuro fue también el de las víctimas de la heroína, de las muertes por aceite de colza, el de las chabolas y, después, el de la inmigración extranjera. De forma paralela a todas las cosas buenas y malas que sucedieron y suceden en este enclave del sur de Madrid ha evolucionado la actividad de la enfermería en los centros de salud. Ya no son ambulatorios, ni consultorios y las funciones de las enfermeras distan mucho de parecerse a las “ayudantes” de los médicos a las que, incluso con respeto y sin mala intención, los pacientes llamaban su atención a la voz de “señorita”.
Y testigo de todos esos cambios, de tantas historias de pacientes tan humildes como cercanos, ha sido una generación de enfermeras a las que llega el momento de retirarse. Enfermeras como Isabel Serrano Ruiz, del Centro de Salud de Abrantes, que ha vivido prácticamente toda su vida profesional en las calles de zonas como Pan Bendito, un lugar al que muchos médicos y taxistas se negaban a acudir, pero donde sí estaban las enfermeras en su visita domiciliaria, porque sus pacientes las necesitaban. Ancianos, seropositivos, adictos a las drogas, familias de etnia gitana y muchas otras personas han sido su otra familia durante 40 años, los mismos que han transcurrido desde que la enfermería entrara en la universidad.
El Centro de Salud de Abrantes es funcional, está integrado en un bloque de viviendas, no es de esos centros de diseño que se construyen en barrios nuevos. Durante su periplo por las visitas domiciliarias, Isabel Serrano relata a Deborah Jiménez, la estudiante en prácticas de la universidad, que antes de ese centro “trabajábamos en el de la calle Faro. Ahora es un almacén de pinturas. Había un secadero de jamones justo al lado. Al centro se accedía por una especie de entrada de vehículos cortada por una gruesa cadena y al principio todo estaba sin asfaltar. Hasta que no vino una persona importante, una especie de consejero, con sus zapatos relucientes que se debió manchar de barro, no asfaltaron esto. Pero la cadena era terrible. Los pacientes la saltaban para evitar bajar por las escaleras y teníamos esguinces un día sí y otro también”.
Agilidad
En aquella época, Serrano recuerda que si se la consideraba una buena o mala enfermera no era en función de sus conocimientos ni habilidades, ni siquiera por su trato al paciente. “Si escribías rápido las recetas y agilizabas la consulta eras muy buena profesional”. Poco a poco fueron ganando competencias y se planteó incluso que la educación para la salud era uno de los pilares de la profesión. “Los médicos de cupo se fueron jubilando, llegaron otros más jovencitos y se formaron los equipos de Atención Primaria. Nos entró el ‘gusanillo’ y Nieves Montero de Espinosa y yo misma pusimos en marcha la primera consulta de enfermería para el seguimiento de enfermos hipertensos y promoción de la salud. Era difícil cambiar los hábitos para llevar una vida más saludable. También participamos en las Primeras Jornadas de Enfermería en el Ministerio de Sanidad. Me daba corte hablar delante de tanta gente y cuando empezaron a aplaudir les dije: ‘Callaos, que me pierdo y no sé por dónde voy. Jaja. Estaba muy nerviosa”, añade Serrano.
La droga
Lo que no fue nada divertido es ver cómo el monstruo de la droga a finales de los 80 y principios de los 90 se llevaba, uno tras otro, a los niños que habían pasado por aquel consultorio de la calle Faro. “Los habíamos visto en la consulta desde los cinco años y a los 20, la mayoría habían muerto. Empezaron robando el Rohypnol a las abuelas con 15 años y luego se fueron enganchando. Pan Bendito era un hervidero de droga. Era muy triste. Había una familia con muchos hijos y todos eran drogadictos. Cuando veíamos a la madre nos decía que estaba feliz cuando sus hijos estaban en la cárcel, pues al menos sabía que allí comían y dormían bajo techo. Hubo una familia en la que todos sus miembros cayeron en la droga. La hermana menor era guapísima y no se libró tampoco. Un día, el celador del centro de salud, que era un “hombretón”, vino llorando porque la había visto prostituyéndose en la Casa de Campo. Tuvo muy mala suerte esa familia”.
Los niños que veíamos a los 5 años estaban muertos a los 20
Las curas a domicilio en las plazas y calles más peligrosas siempre generaron temor e inquietud, más que miedo, “aunque había sitios a los que íbamos siempre en pareja y nos identificábamos como la enfermera o conocías a algunos de los chicos… Pero al final nos hicimos asiduas de la comisaría de Policía. Estabas en el centro y te intimidaban mucho. Julio, por ejemplo, se sentaba en la sala de espera y, fuera su turno o no, se subía la pernera del pantalón, enseñaba la navaja y le decías: pasa, pasa que te toca. Una vez dentro te dabas la vuelta y te robaba los sellos, las recetas…”.
Sin ascensor
Ya en los 90, el viejo consultorio de Faro dejó paso al nuevo centro de Abrantes y el cargo de adjunta de Isabel Serrano no le llenaba profesionalmente cuando empezaron a llegar oportunidades de vivir la enfermería con mayúsculas, con un contacto estrecho con el paciente y con la atención domiciliaria.
El barrio ha cambiado mucho, los edificios donde apenas se podía entrar por la basura acumulada ahora están más limpios. Manuela Fernández Jiménez, otra enfermera ya jubilada, asegura que “había que llevarse bolsas de basura para meter los abrigos y el bolso mientras se hacía la cura, porque había pisos en los que no había un hueco limpio donde apoyarlos. Pero todo ha cambiado bastante. Eran otros tiempos”.
Educación social
Las charlas de educación comunitaria dieron un salto cualitativo, sólo que no siempre resultaba fácil llevarlas a cabo. Una experiencia enriquecedora que vivió Isabel, en colaboración con Manuela, fueron esas primeras charlas sobre salud sexual y femenina entre mujeres gitanas. “Por primera vez veían una representación de los órganos sexuales, se podía hablar de reproducción, de anticoncepción. Estaban muy escandalizadas, pero luego hubo muchas risas en aquellos talleres”.
Las charlas de salud sexual a las gitanas fueron toda una experiencia
Su rutina diaria desmiente el extendido tópico de la comodidad del trabajo en Atención Primaria y no muchas enfermeras de hospital conocen la labor que se lleva a cabo en ciertas áreas sanitarias, donde se acumula población mayor, edificios antiguos sin ascensor, familias desestructuradas y problemas de toda índole. La visita domiciliaria es una de las labores más importantes que realiza la enfermería de Atención Primaria. “Llevas a los inmovilizados de tu cupo, que no pueden venir al centro. Puede tratarse simplemente de personas mayores, en los que haces labores de prevención, pero hay muchos pacientes crónicos como diabéticos o hipertensos y también llevamos el seguimiento de los anticoagulados. Si tienes mala suerte aparecen las úlceras y las escaras. Este tipo de asistencia implica adaptarse a las características del domicilio y la familia”.
Es el caso de la casa de Victoria, una mujer de 94 años, bien cuidada por su familia y sin grandes problemas de salud, más que los achacables a su avanzada edad, hasta que hace unos meses le salieron importantes úlceras en las piernas y en los glúteos. Por desgracia, la cura ha de hacerse, esta vez con la ayuda de la estudiante Deborah, en el minúsculo salón de la vivienda y no en la cama, que está ocupada por otro familiar.
La visita domiciliaria permite comprobar si toma la medicación
Tras curar a Victoria, otra familia espera la visita a unos 20 minutos de distancia. Es un día tipo, da igual si hace frío o el bochornoso calor de la capital en los meses de verano. La paciente se llama también Isabel. Tiene alzhéimer, pero su familia arropa en casa y la visita consiste en el control de la glucosa, el INR y la tensión, además de comprobar el deterioro cognitivo de la paciente. “También actuamos sobre otros factores como ver si lleva el calzado adecuado. Estas personas no deberían llevar chancletas, por el riesgo de caídas. Cuando acudes a un domicilio haces una valoración más completa de la situación del paciente. A veces en la consulta te dicen que toman la medicación, que se cuidan, pero verlos en su ambiente permite comprobar cuál es la situación real y actuar en consecuencia. Por ejemplo, comprobamos el botiquín y así sabemos si siguen el tratamiento prescrito o si tienen medicamentos caducados. Ves las características de la vivienda, la actitud y el trabajo de los cuidadores informales, un posible maltrato o desatención, si hay una higiene y limpieza mínima o comida en el frigorífico. En algunos casos se puede derivar el caso a los Servicios Sociales”, explica Isabel Serrano.
Burocracia
Sus 40 años de trabajo son los 40 años de conquistas de autonomía y competencias. Rememorar cómo se trabajaba al comienzo su carrera implica retrotraerse a una forma de trabajar que no pueden ni imaginar las actuales estudiantes como Deborah. “Tras tres años en un hospital en Jaén vine a Madrid y me quedé en estado de shock con un trabajo en una mesita al lado del médico rellenando recetas, dando volantes al especialista y partes de confirmación, mirando el fichero a ver si estaba el asegurado. La realidad es que no lo miraba porque me daba mucha rabia decir que no le podían atender. Era una medicina curativa, no se hacía nada de promoción de la salud. Veíamos entre 80 y 100 pacientes en dos horas. Estuve de adjunta durante muchos años, haciendo muchas labores burocráticas. En los noventa empezamos a hacer un poco de enfermería tal y como la entendemos ahora. Me reencontré con la profesión. Empezaron las consultas de enfermería, avisos domiciliarios, promoción de la salud. Llegó la informatización y para mí fue complicado. Si miraba al ordenador no veía al paciente, se me iba el ratón… Hubo que formarse para pasar de las historias de papel al entorno digital”.
Gran evolución
“Éramos enfermeras familiares, no había enfermera pediátrica. Ahora somos mucho más independientes, hay una continuidad tanto con la especializada como con los fines de semana. En los pacientes crónicos complejos establecemos los niveles de intervención y hacemos un seguimiento más proactivo, damos charlas en los colegios, incluso llevamos a cabo aquí en este centro un proyecto de investigación. Hay un abismo entre mis comienzos y mi jubilación. Estratificamos los usuarios por patologías, nivel bajo, medio, alto, crónicos complejos y ponemos los niveles de intervención y según el nivel así hacemos un seguimiento más proactivo. En general, hay un abismo entre el trabajo de hoy y el de hace 40 años. Empecé siendo ATS, luego DUE, ahora hay Grado, Máster, Doctorado…. Somos más visibles, no somos la persona que está al lado del médico, que entraban y decían “señorita, para no molestar al médico puede decirle que…” ¡¡¡Cómo si no me estuvieran interrumpiendo ni molestandome a mí!!!. Te veían como la ayudante y ahora te ven como su enfermera, demandan nuestros cuidados porque saben lo que hacemos”.
16.000 pasos en un solo día
Aunque reconoce que la edad y el peso le pasan factura, la visita domiciliaria que hace Isabel es incompatible con el sedentarismo. Como no tiene coche, “patea” el barrio de arriba abajo o coge el autobús si hace mucho frío. Desde que tiene una pulsera de actividad conectada con el móvil puede comprobar si cada día flanquea la barrera de los 10.000 pasos. Camina de hecho mucho más y suele sobrepasar ampliamente los 16.000 muchos días. “Tengo ahora 24 inmovilizados Cada vez hay más pacientes anticoagulados a domicilio, tengo también dos úlceras, tres crónicos complejos, uno con una sonda. Casi todos los días hay que salir, cuando hay cuatro o cinco salidas llegas agotada, y luego por la tarde tengo que ir a cuidar de mis nietos”.
Que testimonio más interesante para ver de dónde venimos y a dónde hemos llegado en la Atención Primaria…yo he visto esa enfermería que solo hacía recetas y estaba al lado del médico como de secretaria cuando era un niño y ahora ejerzo en una consulta de enfermería pediátrica como enfermero, jamás pensé que terminaría trabajando en esta profesión pero la vida te lleva por donde tiene que llevarte, mi respeto para estas enfermer@s que empezaron con ese panorama y mi agradecimiento por lo que han luchado para llegar a donde estamos ahora el resto.