ÁNGEL M. GREGORIS.- Dos años. 24 meses. 730 días. 17.520 horas. 1.051.200 minutos. 63.072.000 segundos. Este es el tiempo que ha transcurrido desde que España declaró el estado de alarma para luchar contra el COVID-19. Era 14 de marzo de 2020 cuando el Boletín Oficial del Estado daba inicio a casi dos meses de confinamiento de la población. Calles vacías, tiendas cerradas y un silencio atronador a cualquier hora del día.
El objetivo era claro: derrotar al coronavirus que había puesto en jaque la sanidad de todo el planeta en cuestión de días. La naturaleza recuperó su espacio, la contaminación disminuyó a niveles nunca vistos y el canto de las golondrinas sustituyó al sonido de los coches.
Día y noche
Mientras tanto, cuando la mayoría de la población cumplía de manera ejemplar el mandato y se refugiaba entre sus cuatro paredes, miles de profesionales sanitarios trabajaban día y noche, sin descanso, para combatir una enfermedad desconocida sin equipos de protección y con la mayor incertidumbre de sus vidas.
Lo que parecía lejano, ese virus que azotaba fuertemente a la localidad china de Wuhan, se acercó tan rápido que no hubo prácticamente tiempo ni de reaccionar. De un día para otro, los hospitales de todo el país comenzaron a recibir pacientes con una neumonía de origen desconocido y distinta a las que ya se conocían. Las radiografías no dejaban lugar a dudas y los centros sanitarios comenzaron el colapso de la primera ola.
El Gobierno central y los autonómicos, con la ayuda de las gerencias de los hospitales y la colaboración de todos los trabajadores sanitarios, instalaron UCIs en zonas como los gimnasios o los propios almacenes de estos centros. Se construyeron hospitales de campaña en grandes pabellones para poder atender las necesidades del momento, se cancelaron vacaciones y se doblaron y triplicaron turnos de los profesionales. A las 20.00, la gente salía a sus balcones para aplaudir por el trabajo que estaban realizando, en uno de los momentos más emocionantes de cada jornada.
Hospitales de campaña
“Ese pabellón era sobrevivir. Teníamos que pasar por el túnel para vestirnos y cuando ya estabas dentro, mirabas todas las camas, respirabas hondo y te empujabas tú misma a empezar. Lo que vivimos los primeros días fue un hospital de guerra”, contaba hace ahora dos años Mónica, una de las enfermeras madrileñas que se puso a disposición del Hospital de Ifema de la capital.
Jornadas maratonianas en las que las enfermeras se veían obligadas a construirse sus propios trajes de protección con bolsas de basura porque la escasez de EPIs convirtieron estos buzos en un objeto prácticamente de lujo. Miles de profesionales se expusieron sin dudarlo al virus sólo por el hecho de ayudar y cuidar. Doce enfermeras y enfermeros perdieron la vida durante las primeras olas de la pandemia. Fue ahí, ante la impotencia que provocaba la situación y la pasividad de las administraciones, cuando el Consejo General de Enfermería y otras instituciones denunciaron la falta de material y el peligro al que se exponían los profesionales en la atención a los pacientes.
Lejos de tener una sentencia común, dos años después, algunas de estas sentencias están siendo favorables a los profesionales y otras, sin embargo, niegan esta falta de protección. “Desde el Consejo General vimos y vivimos esta situación y defenderemos hasta el final a todos los colegiados que expusieron sus propias vidas por la sociedad”, apuntan desde la organización enfermera.
Desescalada
El 9 de mayo, con la caída del primer estado de alarma, se comenzó una desescalada progresiva para recuperar, poco a poco, la normalidad. Una normalidad que ya nunca volverá a ser la misma. Restricciones de movimiento, obligatoriedad de mascarillas en interiores y exteriores, horas para pasear, distancia física y limpieza exhaustiva de manos se han convertido en el día a día de estos 24 meses. Los gobiernos autonómicos, bajo la batuta del Ministerio de Sanidad, capitaneado por Salvador Illa al principio, y por Carolina Darias en la actualidad, iban concretando medidas para reducir el máximo posible los contagios y minimizar el golpe de afectados en cada una de las olas que iban sucediéndose.
Y la peor parte, los fallecidos. A día 14 de marzo de 2022, más de 6 millones de personas han perdido la vida por culpa del COVID-19 en el mundo (más de 100.000 en España). La prohibición de las visitas hizo que las enfermeras y enfermeros se convirtieran en esa mano familiar o amiga de los afectados para despedirse. Muchos de ellos, ni siquiera llegaron a tenerla porque la cantidad de muertes que se sucedían al día hacía imposible poder dar calma y acompañar a todos y a todas. Desde ese 14 de marzo de 2020, España ha registrado una media de seis muertos cada hora a causa de esta enfermedad.
Las enfermeras piden soluciones para un sistema herido de gravedad
Las enfermeras estuvieron al frente en estos momentos; se contrató personal para cubrir las carencias que tenía el sistema después de muchos años de recortes continuados. Ahora, muchos de esos contratos COVID se acaban y las comunidades echan la vista para otro lado. Seis olas de contagios en las que se ha dado todo por la población y, una vez más, los sanitarios sienten en estos momentos el abandono.
“Todos esos aplausos que se nos dieron a las ocho de la tarde se han quedado mudos. Eran mentira. No pusimos condiciones para atender y cuidar de la población, pero ahora vemos como todo sigue igual, las administraciones comienzan a despedir a esos profesionales que se dejaron la piel y el sistema vuelve a quedar herido de gravedad en uno de los momentos más duros de nuestra historia”, afirma Florentino Pérez Raya, presidente del Consejo General de Enfermería.
Vacunación
Casi un año después del comienzo de la pandemia, el 27 de diciembre de 2020, llegaron las primeras dosis de la vacuna contra el COVID-19. Una noticia de esperanza, en la que las enfermeras volvieron a coger la batuta. De la misma forma que se habían construido hospitales de campaña, las instituciones levantaron grandes vacunódromos en estadios y pabellones emblemáticos como La Cartuja, en Sevilla, o el Wanda Metropolitano y el Wizink Center, en Madrid.
Y fueron las enfermeras, en la mayoría de los casos, las que gestionaron y prepararon desde el principio estos dispositivos para administrar las dosis de forma masiva. Miles de dosis diarias convirtieron a España en uno de los países de su entorno con la cobertura vacunal contra el COVID-19 más altas. La población y las enfermeras que se encontraban capitaneando el sistema fueron y siguen siendo ejemplo de solidaridad y buen hacer. “Me quedo con la ilusión de la gente y la esperanza que tienen puesta en la vacuna”, decía Carmen Carboné, la enfermera que administró la primera dosis en España a Araceli Santos, de 96 años.
La llegada de diferentes variantes como la delta u ómicron fueron momentos duros en los que el desconocimiento hizo que las restricciones volviesen una vez más a aflorar y los sistemas tuvieran que prepararse para la llegada de casos graves a los hospitales.
Traslados
Además, muchas de aquellas enfermeras que continúan hoy poniendo vacunas a la población fueron trasladadas desde centros de salud, dejando a la Atención Primaria hundida. “La Atención Primaria es el muro de contención de muchas enfermedades y es un recurso importantísimo en nuestro Sistema Nacional de Salud. El desmantelamiento de esta supone el desmantelamiento de nuestra sanidad. Se ha trasladado a personal y se han dejado consultas vacías, lo que hace que cada enfermera o médico en un centro de salud tenga que atender a decenas de pacientes al día, poniendo en riesgo la salud de los usuarios porque muchos no pueden ser atendidos y la suya propia”, comenta Pérez Raya.
Tras dos años durísimos en los que todo el mundo trastocó su día a día y en los que los profesionales se pusieron a disposición de las necesidades, el Consejo General de Enfermería insta a las administraciones a recuperar y potenciar servicios básicos y olvidados durante este tiempo.
“Además del COVID-19, al que hay que seguir teniendo el máximo respeto, existen otras enfermedades que debemos vigilar, potenciando campañas de prevención, recordando la importancia de vacunarse de otras patologías o llevando a cabo programas de detección que se paralizaron durante los meses más duros de pandemia”, puntualiza Pérez Raya.
Macroencuesta
De hecho, hace semanas el CGE ya denunció la situación límite que atraviesan los profesionales. Ha sido a través de una macroencuesta en la que más de 20.000 enfermeras y enfermeros de todo el país han dicho basta.
Así, los resultados revelan que tantos meses de desgaste han tenido consecuencias muy graves para la salud mental de los profesionales, ya que un tercio de ellos (33%) reconoce haber sufrido depresión, 6 de cada 10 confirman haber padecido insomnio (58,6%) y algo más de dos terceras partes ha tenido episodios graves de ansiedad (67,5%).
Además, también se ha desprendido de esta encuesta que casi la mitad de las enfermeras (46.5%) ha barajado la posibilidad de dejar la profesión y 3 de cada 10 de los profesionales (28.4%) no volverían a estudiar la carrera si pudiesen dar marcha atrás.
Abandono
La profesión enfermera denuncia también que “se siente absolutamente abandonada y ha perdido completamente la fe en llegar a ver resueltas algún día las diferentes dificultades, obstáculos y precariedades que tiene que sufrir jornada tras jornada. Y es que, prácticamente, el cien por cien (98,7%) de los profesionales ni se siente reconocido por los políticos ni confía en que estos den soluciones”.
Las enfermeras ya no aceptan excusas y piden soluciones. “No es el momento de echarse hacia otro lado, tenemos una de las peores ratios de enfermeras por paciente de la Unión Europea, hemos demostrado cómo trabajamos y cómo nos dejamos la piel por los pacientes, y, ahora, son ellos y ellas, los que nos gobiernan, los que deben poner solución a este desgaste. Nuestras compañeras de hospitales, centros de salud, sociosanitarios, colegios… están desgastadas y exhaustas. El Sistema tiene que poner solución porque si no, entraremos en uno de los momentos más difíciles de nuestra sanidad, tocada y hundida tras la pandemia”, concluye.