CONCHI GARCÍA.- Cada 10 de diciembre se rememora el día en el que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La Declaración sigue vigente, a veces por las vulneraciones que se comenten, a veces por la insistencia, claramente necesaria, de mantenerla con vida, más allá de los procesos fracasados y en el marco de una paz imperfecta, inacabada.
Los Derechos Humanos en crisis
En los últimos setenta y un años, fecha que dista de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tanto la existencia de conflictos como de injusticias sociales han herido la voluntad de que este documento sea garante de libertades y de convivencia entre los pueblos.
La Carta de los Derechos Humanos fija los mínimos exigidos, al margen de los condicionantes culturales, sociales y económicos de la miscelánea de comunidades que conforman el mundo.
En estos años la pérdida y el desgarro a los que se ha visto sometida la infancia más indefensa (niños/as soldado, trata de menores, trabajo infantil, …) manifiestan la necesidad imperiosa de un seguimiento exhaustivo del cumplimiento de estos Derechos Fundamentales. Según UNICEF, hay alrededor de 300.000 niños y niñas menores de 18 años que participan en más de 30 conflictos en todo el mundo. Un tercio estaría en África. La Organización Internacional del Trabajo denuncia que 168 millones de niños y niñas de entre 5 y 14 años trabajan, de los cuales unos 85 millones realizan trabajos peligrosos.
La violencia de género sigue siendo un martillo pilón para la Declaración de los Derechos Humanos. La violencia de género se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de serlo. Cada golpe implica poner al descubierto las cifras indecentes de mujeres víctimas de violencia física, de maltrato psicológico, de violación conyugal, de feminicidio, de violencia sexual, de abuso infantil, de matrimonios forzados (incluyendo los matrimonios infantiles), de acoso, de mutilación genital, de trata, … El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo indica que en el Mundo 1 de cada 3 mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual y que casi 750 millones de mujeres y niñas vivas hoy se casaron antes de cumplir los 18 años.
Por otro lado, según la ONU, las personas migrantes han aumentado de 154 millones a 232 millones en los últimos 23 años. A la persecución por cuestión de raza, etnia, género o religión se unen causas como los conflictos armados, las condiciones socioeconómicas y el deterioro del medio ambiente. Los límites geográficos se han convertido en la cara más insolidaria de la globalización, donde no todos somos “ciudadanos del mundo”.
Perspectiva enfermera
Enfermeras Para el Mundo pone en marcha, desde hace más de dos décadas, acciones y proyectos de cooperación para contribuir a cambiar las condiciones que afectan a poblaciones en países empobrecidos, a través de herramientas y procedimientos que inciden en la resolución de las desigualdades, erradicación de la pobreza y un mayor y mejor desarrollo humano, de modo que se favorezca el ejercicio de los derechos fundamentales, especialmente el de salud.
Como muestra de la lucha paulatina por la consecución de los Derechos Humanos en países de África y Latinoamérica, Enfermeras Para el Mundo potencia el fortalecimiento institucional de los sistemas públicos de salud y de los servicios básicos de atención primaria, hace hincapié en la mejora del estado nutricional de la población infantil, en la salud materno-infantil, en la salud sexual-reproductiva y en la reducción de la inequidad de género, lucha contra la prevalencia de enfermedades endémicas, refuerza la profesión enfermera como colectivo organizado, fortalece los sistemas de agua potable y saneamiento básico y facilita el desarrollo rural integral.
Pero la protección de los Derechos Humanos tiene también su significado en contextos de inequidad del primer mundo: la defensa de los derechos de las mujeres, del empleo de calidad, de una vivienda digna, de menores en situación de exclusión social…
Además, se debe reflexionar sobre la definición de los límites de los derechos humanos en el plano de lo particular. Si se habla en términos de libertad y justicia social, cómo reconocer dónde acaba la libertad de una persona y empieza la de otra. Poseer derechos conlleva necesariamente asumir deberes, esto es lo que subyace al articulado de esta Declaración Universal. Esa es la clave de la convivencia.