- «Covid1, ¿me recibe?”
- “Adelante”
- “Por favor, nos dirigimos al Hospital Ifema, Hospital Ifema. Traslado hacia el Ramón y Cajal. Ahora le damos más datos por teléfono”
- “Recibido, centro”
Así se pone a funcionar el engranaje de los traslados interhospitalarios de pacientes críticos COVID-19 positivo del SUMMA 112 de la Comunidad de Madrid. Una llamada interna avisa a la coordinadora del operativo en ese momento y ella se encarga de poner en marcha a los ocho profesionales que forman la comitiva. Dos UVIs móviles, un vehículo de logística y el coche de coordinación se trasladan hasta el lugar emisor y van hasta el receptor. Algunas veces, sólo si es imprescindible, necesitan ser escoltados por la policía.
En cuestión de segundos cada uno está en su posición para comenzar el dispositivo y, lo más importante, todos tienen claro que este es un trabajo en equipo. Durante el trayecto, desde la central se va informando de los detalles del traslado, el tipo de paciente que es, cómo es su situación y qué es lo que se van a encontrar los profesionales cuando lleguen al hospital emisor. En este caso se llama Francisco, un paciente intubado, que debe ir desde el hospital que se ha puesto en marcha en Ifema hasta el Ramón y Cajal. Un trayecto de 8 kilómetros, que separan a Francisco de su actual ubicación a la nueva en donde, profesionales y familiares esperan que su estado mejore.
Ellos, los familiares, no pueden acompañarle y, al final, esta es la peor parte de la pandemia, la soledad. “Aunque parezca que no nos escuchan, siempre pensamos que lo hacen y les damos ese cariño que daríamos en cualquier otra circunstancia. Debemos humanizar estos traslados, les hablamos, los animamos y les damos fuerza. ¿Quién sabe si les ayuda?”, afirma Miriam González, enfermera del SUMMA 112 y una de las integrantes del equipo de traslado de riesgo biológico, que se impulsó en la comunidad en 2016 con la crisis del ébola.
Preparación
Pero antes de llegar a Ifema y de que Francisco esté subido en la UVI, la preparación de los profesionales y del material es tremendamente compleja. Las dos UVIs van forradas de plástico por dentro para minimizar la contaminación del interior. El material de electromedicina que se necesitará también debe ir cubierto y, lo más importante, no hay que olvidarse de los equipos de protección. En este caso, tres, uno para Miriam, otro para el médico y un último para el técnico en emergencias sanitarias. Ellos serán los que, al recoger al paciente, vayan en la zona de atrás de la UVI, la denominada ‘parte sucia’. La llamada COVID1 será la que realice el traslado y la COVID2 va de apoyo por si hubiese que ayudar a un dispositivo de calle en un traslado de riesgo biológico de un paciente grave.
Minutos después del aviso, llegan a Ifema. Ahí es donde verdaderamente comienza lo más complicado del traslado. En una zona limpia que habilitan en el hospital emisor los tres profesionales que acompañarán al paciente se ponen el traje de protección tipo mono, las calzas, la capucha, las gafas, los guantes y la mascarilla FFP3. “Se intenta que esta zona sea lo más cercana posible a donde está el paciente para que el estrés térmico y el tiempo de traje sea el mínimo posible”, explica González. Ellos son los responsables de recoger y subir a Francisco a la UVI, que, una vez esté dentro ya se considera ‘zona sucia’ y habrá que desinfectarla posteriormente.
En el momento en el que él está estabilizado dentro de la UVI es cuando la comitiva vuelva a ponerse en marcha dirección al Ramón y Cajal. Allí, el hospital tiene preparada la zona de recepción y una ‘zona templada’ donde Miriam y sus compañeros se quitan el traje, con un observador y utilizando los productos adecuados. Depositan el EPI en el contenedor correspondiente y abandonan el centro por una ‘zona limpia’. Esta parte, que escrita ocupa exactamente 625 palabras y leída apenas unos minutos, ha tardado varias horas en llevarse a cabo. Aun así, está todo muy organizado para que los tiempos sean los mínimos posibles, se haga con la máxima seguridad y con el máximo beneficio para el paciente. “Son traslados muy complicados”, señala la enfermera. No recuerda el número exacto desde que comenzó la crisis, pero calcula que ya habrán hecho más de 500. Unos cuatro, cinco o seis al día.
Compañeros «limpios»
Tan importante como ellos son el resto de compañeros “limpios” que los acompañan y pueden dar soporte en todo momento. Miriam no se cansa de repetir una y otra vez que esto es un trabajo de todos, que, si un eslabón falla, fallaría toda la cadena. “Dentro de la cabina y con el paciente, el trabajo es el de una enfermera, pero si no fuese porque somos un equipo, sería imposible. Somos tres personas las que manejamos al paciente y así tiene que ser”, subraya.
Una vez fuera del Ramón y Cajal toca volver a empezar. Esto no para. En el vehículo de logística llevan algo de avituallamiento para hidratarse o comer alimentos con glucosa. “Sudamos mucho y hay que reponer fuerzas”, afirma ella. Fuerzas, eso es lo que no les falla en ningún momento para continuar adelante pese a todo.
La UVI tiene que ir a una de las estaciones de descontaminación que ha habilitado la Comunidad de Madrid y los bomberos se encargan de desinfectarla. Los aparatos los limpian ellos porque requiere de productos especiales. Y mientras tanto, su cabeza ya está pensando en el siguiente. Un nuevo paciente que cambiará a otro destino para continuar recuperándose. Y ellos, formarán parte de esa recuperación.
¿El miedo? “Ahí está, es lo que te da el clic para estar alerta”, comenta la enfermera, que considera que “si no tienes miedo, bajas la guardia y nosotros ahora no podemos bajarla”.
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