ALICIA ALMENDROS.- María Pilar Díaz acaba de aterrizar en Madrid tras trabajar las últimas semanas como enfermera en el terremoto de Turquía. “Soy enfermera de UCI en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, pero desde hace varios años pertenezco al grupo START, un equipo de emergencias que pertenece a la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid)”, explica Díaz.
Ha sido con este grupo con el que Díaz ha viajado a Turquía. “Siempre me ha gustado mucho la cooperación internacional y soy bastante viajera, así que hacerme enfermera voluntaria en cooperación es una forma de combinar mis dos pasiones: la salud y conocer otras fronteras”, asegura la enfermera. Anteriormente ha estado en el terremoto de Nepal, en el volcán de fuego de Guatemala, en Etiopía… Y además ha hecho voluntariados de otra índole que no son sanitarios en Turquía, un destino al que confiesa tener uno “amor brutal”.
“Me hubiera ido a cualquier parte del mundo a ayudar porque me gusta la cooperación, la emergencia y dar un poco de salud a la gente más vulnerable, pero cuando todo eso ha tenido lugar en mi amada Turquía, que además conozco un básico de vocabulario turco, no me lo pensé y me fui para allá”, relata Díaz.
Rotaciones de 15 días
El grupo START se organiza en rotaciones de 15 días. En la primera rotación acude un equipo de despliegue que se encarga de montar el hospital y empezar a atender. “Vamos un equipo de logistas formado por médicos, enfermeras, TCAES, bomberos, suma 112… El hospital, como es de emergencia, se prevé que esté mínimo un mes, pero eso puede cambiar dependiendo de las circunstancias y de la cantidad de gente que lo necesite”, comenta la enfermera.
Díaz asegura que el trabajo ha sido intenso “no sólo por llegar allí, sino por trabajar con réplicas continuas e incluso con un nuevo terremoto que tuvo lugar el día 20 de febrero cuando ya estábamos instalados”, expone.
La población que están atendiendo es muy diversa, “gran parte de las personas que llegan al hospital es por patologías básicas que no han podido ser atendidas debido a que su hospital de referencia se ha caído, sus médicos han fallecido… Entonces no tenían medicación, ni se les podía hacer las curas ni nada. Por otro lado, nos han llegado pacientes con amputaciones, suturas, fracturas, golpes por el derrumbamiento de paredes… y, además, estamos atendiendo a mucha gente con patologías respiratorias a causa de dormir en la calle a menos siete grados. Incluso hemos atendido a gente con quemaduras por congelación de frío”, comenta. “Los primeros días tras los rescates, el sistema sanitario turco, que es muy bueno y guarda los estándares europeos, fue quien se encargó de todo. Con la situación que había, asumió muy bien toda la extensión de los afectados”, añade.
Barrera idiomática
Tras esta experiencia Díaz considera que lo más complicado a la hora de trabajar en una emergencia de esta envergadura es el idioma. “Aunque ha sido solventado adecuadamente con los traductores y con mucha gente voluntaria, turcos y no turcos, de diferentes partes de Turquía que han venido de forma altruista a ofrecer sus conocimientos del idioma. Su labor ha sido asombrosa, creo que en los medios no se les nombra y su ayuda es imprescindible”, argumenta la enfermera.
“La tensión emocional que pueden llegar a sufrir es brutal. Muchos han perdido su casa o a sus familiares y aún así ayudan. Es muy cansado psicológicamente estar cambiando de registro e incluso tener que traducir a dos o tres personas a la vez. Pero, sobre todo, -explica emocionada- son los primeros en escuchar las desgracias de los pacientes para luego traducírnosla. Ellos no están acostumbrados a llevar ese sostén del dolor que supone tener una pérdida. Su disposición ha sido para quitarse el sombrero. Iban allá donde les necesitábamos y estaban desde que se levantaban hasta que se acostaban sin parar de trabajar”.