VICTORIA CONTRERAS.- Adolfo Romero es enfermero, graduado en la Universidad de Málaga, máster en Investigación de Ciencias de la Salud, máster en Salud Internacional (la titulación que me ha abierto las puertas a esta experiencia), doctorando por la Universidad de Huelva. Trabaja, a través de FIMABIS, en la UGC de Oncología Intercentros, como coordinador de proyectos de investigación en Enfermería. Recientemente ha realizado una cooperación internacional en Honduras. En la entrevista conocemos cómo ha ido todo y cómo le ha enriquecido profesional y personalmente.
¿Cómo decide formar parte de esta iniciativa?
Siempre había tenido la cooperación internacional en mente. Cuando vi que una vez finalizado el Máster en Salud Internacional, se abría la opción de realizar una estancia, no lo dudé. El plazo abierto, en un acuerdo con Diputación, era para ir a Honduras, junto a la ONG ACOES, y allí puse rumbo.
¿Dónde ha sido y por cuánto tiempo?
En Honduras, durante algo más de dos meses. La mayor parte de la estancia la realicé en Tegucigalpa, la capital, donde se encuentra la sede de ACOES, aunque la ONG tiene proyectos en la mayor parte del país.
¿Recibió formación previa?
No más allá de la recibida en el máster. Hubo alguna reunión previa con personal de ACOES de Fuengirola, donde está la sede de nuestra provincia, para explicar el contexto del país y dejar claro qué íbamos a necesitar, así como solucionar algunas dudas.
¿Qué requisitos pedían?
Fue un proceso selectivo en el que valoraron mi currículum y una entrevista personal con el responsable de Cooperación Internacional de la UMA. La entrevista fue realmente bien, mi currículum entraba dentro de lo que esperaban y me dieron la oportunidad de realizar la estancia.
Alguna anécdota vivida que te haya marcado.
Creo que es la pregunta más complicada y una de las que más me cuesta responder a mi entorno desde que volví, porque sería injusto con muchas personas que conocí allí. Quizás cuando visité el Hospital Escuela Universitaria, en Tegucigalpa, el más grande del país, y vi la situación de la Sanidad. Cuando pude pasar a la zona de la UCI y, en mitad de la visita, se fue la luz. Me dio un vuelco el corazón, no podía creer que eso estuviera pasando en un hospital de esas dimensiones. Fue uno de los momentos más difíciles, porque apenas llevaba unos días en el país y fue darme de bruces con la realidad.
Lo más positivo.
Lo más positivo, sin duda, la gente a la que pude conocer allí. En especial, y aunque fuera de la estructura de ACOES, al padre Ramón: un cura que lleva allí dos décadas y que coordina la Pastoral de Salud en un conjunto de clínicas que ayudan a los más desfavorecidos. De su mano, han salido tres: una, de dedicada a pacientes con VIH; otra, situada en un barrio marginal, que aparte de clínica sirve de apoyo a indigentes con problemas de alcoholismo; la tercera, situada en la Colonia Las Brisas, es una clínica que funciona como centro de salud, y donde me hicieron sentir como uno más desde el primer día. Es imposible no agradecer todo el apoyo, todos los cafés y todas las sonrisas a personas como Elena, Lilith, Josué, que era un crío con una vitalidad única… Podría no parar.
Y lo más complicado.
Trabajar en según qué contextos. Mirar a tu alrededor y saber que faltan cosas básicas, que si ocurre algo grave no hay manera de solucionarlo, sobre todo porque llamar allí a una ambulancia es una auténtica odisea. Tuve que hacerlo en un momento dado, por una persona inconsciente, y hubo suerte de que no fuese a más, porque la ambulancia, no apareció. Fueron momentos realmente tensos y difíciles.
¿Cómo era un día allí?
El trabajo que realicé se dividía en tres áreas: una, directamente con ACOES, donde impartía, junto a mi compañera Lucía, talleres de Primeros Auxilios. La segunda, en el Hospital Escuela, donde realizamos diversas formaciones al personal sanitario. La tercera, directamente en las clínicas, donde realizaba todo tipo de labores, desde triaje, hasta cirugía menor. Daba para absolutamente todo y había que cubrir el mayor número de necesidades posibles.
A partir de ahí, un día comenzaba sobre las 5.30 o 6 de la mañana, dependiendo del lugar al que debía acudir. Allí suele amanecer a las 5.30 y el sol pega desde bien temprano. De la casa populorum, nombre que reciben los alojamientos de la ONG, tocaba ir a alguno de los tres lugares mencionados a realizar alguna de las tareas. Dependiendo de la distancia y la zona, podíamos ir en taxi o en bus, aunque esto último no era siempre lo más recomendable. Las horas de trabajo ya las distribuía uno como buenamente podía. Había días donde se podía terminar pronto y daba lugar a desconectar un poco, otros se hacía de noche y había que seguir un rato más. Al final no limitas los horarios porque sabes que tu tiempo allí es limitado.
¿Cómo valora la experiencia?
Única. Honduras es un país con tanto que ofrecer. Pero entiendo que es un lugar que ofrece respeto. Cuando supe que me iba, todas las informaciones sobre el país eran sobre protestas o asesinatos. Es el país con mayor tasa de homicidios del mundo, inestable políticamente hablando, con un índice de pobreza realmente alto… Una vez allí, puedes contextualizar y entiendes que son sólo números y que es mucho más seguro de lo que puede parecer. Hay que ser precavido, por supuesto, no puedes dar paso a la inconsciencia en ningún momento porque no sabes en qué taxi estás montado, por qué calle estás paseando, o si ese grupo con el que te cruzas es o no peligroso. Pero, con cautela, es un país maravilloso.
Debo reconocer también que el hecho de no acudir solo es un plus. Hay momentos realmente duros, donde sabes que no puedes hacer más y la frustración te puede, y poder compartir esos momentos y experiencias enriquece. Si no hubiese estado allí con Lucía, a la que ya conocía desde antes de viajar, la experiencia habría sido mucho más dura, así que es justo reconocerlo.
¿Se ha quedado con ganas de más?
Sí, sin duda. No sé si de volver a Honduras, donde mantengo el contacto y sé que tengo las puertas abiertas, o poner rumbo a otra parte del mundo, pero desde luego que esta primera experiencia en la Cooperación Internacional ha sido magnífica. Por supuesto que hay luces y sombras, y es básico saber que no es un camino de rosas en ningún momento, que hay que afrontar situaciones difíciles y sacar recursos de donde no los hay, pero repetiría la experiencia sin duda.
¿Recomendaría la experiencia?
Por supuesto. A aquellos que aún no han terminado el grado o máster, los animo a que revisen las convocatorias que tiene la UMA abiertas en Cooperación Internacional. Reconozco que sin finalizar el grado, puede ser una experiencia complicada, porque si te mueves en el entorno clínico, debes ser rápido a la hora de actuar y saber que vas a tener que apañarte con lo que tengas a mano. Por ejemplo, tuve que realizar una férula con depresores linguales ante la falta de material.
También se hace muy raro cuando, de noche, escuchas disparos por la zona. La ONG tiene sus casas populorum en lo que llaman zonas calientes, y los primeros días hiela la sangre. Son cosas que se deben conocer a la hora de dar el paso y marcharse, pero es algo que debe vivirse.
¿Le ha cambiado la visión como enfermero?
Sí, por supuesto. Sé que es muy obvio, y puede resultar tópico, pero no sabes lo que tienes hasta que ves que no está. El ejemplo más simple es el de un carro de parada, algo imposible de ver allí. Y hablas con el personal y saben y comprenden su importancia, pero sencillamente no hay recursos para tenerlo. Así con tantas cosas que en nuestras instituciones asumimos como normales y que en Honduras son rara avis.
He de destacar también que durante mi estancia el gobierno intervino el Hospital Escuela porque se habían perdido 300 millones de lempiras que debían destinarse a material. Es el equivalente a diez millones de euros. No había dinero para gasas, material quirúrgico, incluso medicación. Te recomendaban llevar cosas de casa, que comprara uno mismo. ¿Imaginas comprar Paracetamol intravenoso que van a administrarte en Urgencias? Se dan situaciones que uno no puede terminar de creer.