DAVID RUIPÉREZ.- El Loira en francés tiene nombre de mujer. Es “La Loire”, una bella dama que recorre mil kilómetros por el país galo jalonada por más de 200 castillos y residencias palaciegas que se han ganado el título de Patrimonio de la Humanidad. Algunos son robustas fortificaciones desde cuyos muros arrojar aceite hirviendo a los soldados enemigos. Otras son elegantes construcciones, bañadas con la luz del Renacimiento, en la que los reyes y su corte daban todo el sentido a los conceptos de opulencia y ostentación.

Con los siglos, el pueblo que contemplaba semejante derroche en contraste a su vida de miseria acabaría por alzarse contra los privilegiados. Historias de violencia, affaires amorosos, intrigas, innovación arquitectónica, sufrimiento, tradición… Cada muro y cada puerta, los majestuosos jardines y los torreones que surcan interminables escaleras de caracol han sido testigos mudos de la historia de Francia y Europa. Ese increíble legado ha sobrevivido y supone hoy una experiencia increíble para el viajero que en coche o bicicleta visita los “chateaux”. Toda la ruta tiene un aroma a cuento de hadas, permite al adulto volver a soñar con un mundo de princesas, dragones y mazmorras. A los niños les abre los ojos a algo que sólo les había mostrado la factoría Disney.

Resulta casi imposible elegir un castillo en concreto. La región, donde abundan los lugares para comer y dormir bien, ofrece configurar el viaje a medida, detenernos donde el cuerpo nos pida y adentrarnos en construcciones muy diferentes por dentro y por fuera. Irrenunciable es el majestuoso Chambord, con sus chimeneas y su escalera mágica donde dos personas que suban o bajen nunca se encuentran. O Chenonceau, el elegante castillo sobre el agua del Cher, afluente del Loira. No menos señorial es Azay-le-Rideau también flotando en el agua. A los más pequeños les encantará Ussé, donde Perrault se inspiró para escribir “La Bella Durmiente”. A los seguidores de Tintín les resultará familiar Cherverny, y reconocerán la mansión del capitán Haddock además de una gran exposición sobre el personaje creado por Hergé.

Con los jardines de Villandry, de los más espectaculares del mundo, el viajero se ve sometido a una explosión de color y geometría vegetal sin precedentes. En muchos de los palacios, los jardines se convierten en la alternativa para pasear con sosiego y pensar leer. También hay divertidos laberintos de setos y todo tipo de sorpresas. Deambulando por sus pasillos siempre asoman estancias que nos abruman por su decoración, los elementos mobiliarios que custodian o las armas o vestidos que nos conducen mental-mente varios siglos atrás.

En Ambois encontramos la Clos Lucé, la que fue la última morada de Leonardo Da Vinci. En la vasta extensión de terrenos podremos tocar y probar muchos de sus ingenios mientras nos preguntamos sobre la grandeza de un hombre que diseñó hace cinco siglos un coche, un helicóptero o un tanque. Eso, además de pintar como un maestro y ofrecernos pensamientos sobre la vida de plena vigencia hoy. Y si de personajes históricos hablamos, qué menos que acercarnos a la figura de Juana de Arco en Orleans. Sin ella, puede que hoy Francia fuera Inglaterra y Europa una Europa distinta. Y quizá ahora —o quizá no—los míticos castillos del Loira no serían más que piedras que reflejan un pasado glorioso.