ÁNGEL M. GREGORIS.- “¿Qué tal? ¿cómo estás?” Nadie responde. En el box 3 de una de las UCIs del Hospital Ramón y Cajal de Madrid reina el silencio. Un silencio que sólo es interrumpido por las visitas de los sanitarios para controlar que todo siga estable, mejor o peor, claro, aunque esta última opción es la menos deseada. La sedación y el respirador le impiden contestar, pero es importante seguir hablándolos por si acaso. Nunca se sabe si eso podría ayudarlos. Al fin y al cabo, una palabra de aliento humaniza y reconforta; a ellos, que luchan contra el COVID-19 bocabajo en la cama, y a los que están a su alrededor, que les da un hilo de esperanza en momentos tan duros como estos.
Tampoco responde nadie al teléfono que suena en una bolsa con sus pertenencias. Nadie ha podido venir a buscarlas todavía y el móvil sigue teniendo batería. Sólo lleva 48 horas en la UCI porque el SARS-CoV-2 ha actuado muy rápido en ella. Empezó con síntomas un lunes, el domingo ingresó en planta y un día después entró en cuidados críticos. Ahora, a la espera de ver cómo evoluciona, el teléfono seguirá sonando hasta que duren esas pocas líneas de carga que le quedan. Y junto a ella, a pesar de toda la soledad que supone esta maldita enfermedad, estarán las enfermeras. Unas enfermeras que siempre están. Por la mañana, por la noche, a mediodía o por la tarde. Incluso cuando llegan momentos tan crueles como este son ellas las que tienden la mano para que el paciente esté acompañado.
Dos minutos y 47 segundos
Dos minutos y 47 segundos tarda Mar en ponerse el equipo de protección individual que le permitirá cruzar la puerta y adentrarse en la llamada “zona sucia”. Es pronto por la mañana y, después de conocer cómo ha pasado la noche la paciente y darse el parte con las compañeras del turno anterior, pulsará el botón para comenzar su jornada. En esta primera visita, que se alargará hasta dos horas fácilmente, también le acompañan los auxiliares y celadores. Es el momento en el que se lleva a cabo el aseo y la toma de constantes del paciente. “Antes de entrar comprobamos qué tipo de drogas está tomando, si está bien monitorizado y no hay ningún problema y preparamos la medicación. Durante esta primera visita (se hacen mínimo dos a lo largo de la jornada), realizamos los cuidados básicos; mantenimiento de las vías, revisar los valores del respirador, si está bien la saturación y no tiene ningún tubo obstruido…”, explica la enfermera.
Cuatro horas
Ahora ella sólo se encarga de los cuidados de esta paciente, pero puede llegar a tener dos. Eso supone que algunos días tiene que llevar el traje hasta cuatro horas seguidas. “Podemos tirarnos hasta media mañana entre los dos pacientes porque cada uno tiene una medicación y hay que darle unos cuidados específicos. Salimos empapados. Nunca es cómodo, pero hemos llegado a acostumbrarnos”, comenta Mar. Aunque mínimo cruzan la “línea” dos veces, en esta unidad tienen la suerte de que desde el control de Enfermería pueden ver y vigilar a todos los pacientes sin necesidad de traspasar la puerta.
Han pasado ya casi nueve meses de pandemia y Mar se define como una persona muy positiva. Sabe que los pacientes que atiende llegan muy graves, pero es consciente de que muchos también logran abandonar esa pecera de cristal para volver a planta. Ella empezó a trabajar en la unidad de críticos quirúrgicos hace justo un año, tras más de 26 años de carrera profesional y 13 de ellos en Urgencias. Jamás imaginó que, cuatro meses después, todo daría un vuelco de 180º. El hospital decidió reconvertir la unidad y el personal tuvo que adaptarse en tiempo récord. “Son otro tipo de pacientes completamente diferentes. Al principio atendía postquirúrgicos y pasaba cuando quería a bajarles la orina, hablaba con ellos porque las intubaciones eran muy rápidas y su evolución también. A partir de marzo, tuvimos que aprenderlo todo”, cuenta.
Diferencias
También existen diferencias de esos primeros meses al momento actual. “Esta segunda ola no está siendo un boom tan rápido como al principio, que fue la guerra; pero no debemos olvidar que siguen llegando muy malitos. La gente viene a urgencias muy apurada, porque intentan aguantar lo máximo posible, y una vez que ingresan todo va muy rápido. También tenemos pacientes muy jóvenes y es necesario contarlo”, subraya. De hecho, cuando ella se marchó de vacaciones en agosto, tan sólo había un paciente COVID en otra unidad. Un mes después, el 1 de septiembre, ya volvían a tener todo el control lleno y pocos días después ya estaban bloqueadas todas las camas.
Familia
De alguna manera, ellas son el nexo de unión con la familia. Una familia desconcertada, preocupada y con ganas de saber todo el rato la evolución de los ingresados. “Cuando vienen pacientes que podemos ayudar con el alto flujo o con una ventilación mecánica no invasiva, intentamos darles la oportunidad antes de tener que intubarlos. Ahí sí podemos hablar con ellos y siempre preguntan mucho por sus familias. Desde fuera, al principio había más desconocimiento, pero ahora, con tanta información, ha aumentado el miedo porque saben lo que les puede esperar”, afirma Mar.
Además, han habilitado la opción de la videoconferencia, sobre todo con aquellos que sí pueden hablar. “Nos lo agradecen muchísimo. Hace poco se ha hecho una con un señor y es muy importante porque, al no estar acompañados, somos el único vínculo que los une con sus seres queridos. Intentamos tratarlos como si fuesen nuestros padres o nuestros hermanos, siempre tendiéndoles una mano”, cuenta Mar.
Vuelta a casa
Y después de la jornada, Mar tiene que volver, de alguna manera, a la realidad. Se lava las manos, se cambia de ropa y, a veces, hasta se ducha en el hospital. “En mi casa están mi marido y mi hijo, siempre intento guardar un poco las medidas, pero a veces es muy difícil no darles un beso”, afirma. Esta es una de las consecuencias más duras de la pandemia, la distancia. Y la falta de abrazos y besos. Abrazos y besos que casi 50.000 familias en España no volverán a sentir. Otras, como la de esta historia, aguardan esperanzadas unas buenas noticias que en ocasiones nunca se producen o se hacen de rogar, pero que muchas veces terminan llegando.
- UCI del Hospital Ramón y Cajal (Madrid). Imagen: Javier Ruiz Burón
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