Ignacio Kauffman, voluntario en Agadir con Enfermeras Para el Mundo, cuenta su experiencia en esta región de Marruecos

Inicié mi aventura en tierras norafricanas hace aproximadamente cinco meses, lleno de ilusión y expectativas, aunque consciente del difícil reto que tenía por delante. Me mudaba a las exóticas costas del sur de Marruecos, concretamente a la capital pesquera del país, Agadir, una ciudad llena de contrastes dominada por su imponente playa y por la riqueza gastronómica y cultural del pueblo amazigh. Ante mí, tenía nada menos que el desafío de sumergirme en el mundo de la cooperación de la mano de Enfermeras Para el Mundo, y haciéndolo además como parte activa de un proyecto que busca combatir un problema candente en la sociedad marroquí: la violencia contra las mujeres.

En colaboración con la Asociación Marroquí de Planificación Familiar, y con apoyo de la sociedad civil y entidades de otros sectores, Enfermeras Para el Mundo viene trabajando desde hace tiempo para reforzar la atención de las mujeres víctimas de violencia en una de las zonas que registra peores indicadores en desigualdad de género, como es la región de Souss-Massa. Y, durante mis cinco meses de prácticas en la organización, mi labor ha sido la de apoyar todos los esfuerzos encaminados a lograr este objetivo. Trabajar para Enfermeras Para el Mundo me lo planteé como una oportunidad que no podía rechazar. A fin de continuar mi formación académica en estudios de cooperación y desarrollo, tener una primera experiencia en terreno no sólo suponía un aliciente, sino también una toma de contacto del que quiero hacer mi ámbito profesional en el futuro. Mentiría si dijese que todo ha sido un camino de rosas. A decir verdad, se viven muchos momentos de frustración cuando las cosas no salen como se espera o cuando surgen problemas inesperados. Aunque, pese al cansancio y al estrés, prevalece siempre la ilusión y convicción de que el trabajo realizado puede marcar los pasos hacia un cambio futuro.

Llegado al final de mi aventura en Agadir, echo la vista atrás y no podría estar más satisfecho por todo lo que esta experiencia ha representado. Haber tenido la oportunidad de formar parte de un proyecto ambicioso junto a profesionales entregados, y trabajar mano a mano con todas aquellas personas implicadas en la atención de las mujeres víctimas de violencia de género, compartiendo experiencias e intercambiando opiniones, ha enriquecido aún más si cabe este periodo de mi vida. Sin olvidar los innumerables paisajes —los altos picos del Atlas, las dunas del Sáhara o la costa atlántica— y la diversidad de culturas —en un mismo territorio conviven árabes, amazigh.

Un país en el que los derechos de las mujeres quedan en ocasiones desamparados ante la ley, como es la violencia contra las mujeres dentro del matrimonio. Proyectos dirigidos a luchar contra estos problemas estructurales, arraigados en una sociedad fuertemente patriarcal, son un pilar esencial, aunque no la solución, para revertir estas prácticas socialmente normalizadas. La labor de Enfermeras Para el Mundo en Marruecos es el reflejo de la voluntad por cambiar dichas prácticas desde abajo, fomentando campañas de sensibilización y formando y dotando de herramientas a quienes participan, aun de forma desapercibida, en el proceso de atención de las mujeres víctimas de violencia de género. A falta de tan solo unos días para que finalice mi estancia en Agadir, puedo decir que esta experiencia ha tenido sin duda alguna un impacto muy positivo en mí. Poder vivir la cooperación desde dentro, en terreno, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva, me ha dado una perspectiva muy diferente de esta profesión.

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